Es del uruguayo Mario Benedetti la fina línea poética, que herida de realidad y sarcasmo expresa: “…quien pacifique a los pacificadores un buen pacificador será.”. Cierra así Oda a la pacificación, otra célebre pieza de la libertaria pluma que el citado autor apuntó sin temor hacia el poder. Sí, el poder. Ese poder. De estrechas dimensiones ideológicas, pretensiones morales hegemónicas y sobre todo el poder articulador de la fuerza, la violencia (i)legitima y el terror. En efecto, Benedetti acusa al represor y a la represión, con sus particulares matices y justificatorias comunes. La de ayer y los de ayer. Con sus detenciones, torturas, desapariciones y asesinatos en nombre de la seguridad nacional y la lucha anticomunista. Y la de hoy y los de hoy. Con sus detenciones, torturas, desapariciones y asesinatos en nombre de la legalidad y la lucha contra el terrorismo.
El complejo tránsito de la represión pasada a la represión actual, significó la sucesión de hechos de violencia política irracional y costó la vida de muchos, inmortalizando historias e imágenes que marcaron el logro de populares reivindicaciones redistributivas o socioculturales y en algunos casos la caída de muros territoriales, ideológicos, raciales y políticos. Así, viene a la memoria la poderosísima imagen de un hombre firme y digno frente a un tanque de guerra, las persistentes manifestaciones pacíficas de las comunidades negras en una Norteamérica azotada por la segregación racial y el rostro nervioso de un soldado venezolano que vacía su arma de guerra contra una barriada de Caracas en febrero de 1989.
Dicho trance argumentativo e histórico, condimentado por el uso desproporcionado de la fuerza en el control de las manifestaciones y ejecutado ayer por un sujeto sin rostro, ataviado de uniforme, peinilla, escopeta y rencor oficial. Hoy, la represión parece una tara genética del Estado, heredada de los regímenes y prácticas autoritarias y adherida al ADN institucional, ejecutada por el mismo sujeto, pero con indumentaria sofisticada, equipo muy costoso y moderno, y por supuesto, renovado rencor.
Particularmente esta generación tecnológica, ha podido en unos casos observar a través de las redes y los medios tradicionales, y en otros captar a través del lente de su smartphone la brutalidad de los cuerpos represivos que ha generado y para no olvidar hechos lamentables. Así, la desaparición de los jóvenes estudiantes de Iguala (Guerrero, México), el asesinato de manifestantes en la reciente ola de protestas contra el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela y lo que pareció la actuación desmedida de un ejército de ocupación, el despliegue y los actos de la Guardia Civil española en Cataluña el 1-O. Es lamentablemente extenso y doloroso el inventario de la represión contemporánea.
Es menester desempolvar los estándares internacionales que proporcionan herramientas racionales para la legítima actuación de los cuerpos de seguridad y orden público, pero especialmente urge replantearse desde una perspectiva de derechos fundamentales, dignidad humana y reconocimiento el manejo de las habituales tensiones que propicia el régimen democrático.
Ya tempranamente, el teórico florentino Giovanni Sartori advirtió en su obra La democracia después del comunismo, la necesidad de consolidar los regímenes democráticos de reciente data, que se ven amenazados por posibles resacas autoritarias o quedan a merced de poderes fácticos (“poderes salvajes de la sociedad”). La actualidad exige ampliar tal empresa y revisar por igual a los regímenes democráticos tradicionales cuyas prácticas represivas, excesivas y arbitrarias, golpean salvajemente al manifestante y al mismo tiempo las propias bases del moderno Estado constitucional de derecho, ocultando tras una densa nube de humo lacrimógeno el régimen de libertades civiles. En ello nos jugamos la imagen de la democracia.
Es menester desempolvar los estándares internacionales que proporcionan herramientas racionales para la legítima actuación de los cuerpos de seguridad y orden público, pero especialmente urge replantearse desde una perspectiva de derechos fundamentales, dignidad humana y reconocimiento el manejo de las habituales tensiones que propicia el régimen democrático. ¡Que alguien pacifique al pacificador!
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