El uso de nuevas tecnologías permitiría revisar las leyes vigentes según su grado de usabilidad y de aplicación, incorporar sistemas expertos legislativos, así como evitar las posibles repeticiones de normas o contradicciones de ellas
Es preocupante observar que en la mayoría de los cambios en los que hoy se está trabajando o reformando, como educación, salud, vivienda, energía, transporte, reclusión, infraestructura, anticorrupción, entre otros, se elaboran como si fuesen a llevarse a cabo a través de los medios tradicionales (pluma, micrófono y tintero), o cuando más, a través de medios que se propongan como adecuados, probados o eficientes en el pasado o en otros países históricamente. Pero, ¿no sería más adecuado y conveniente pensar en las oportunidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías y nuevos productos y servicios para tenerlos presente en el rediseño y luego en la aplicación de los cambios que hay que realizar?
Una de las últimas demostraciones de obsolescencia refiere a los cambios realizados al Sistema Electoral para los próximos procesos de elecciones, con un nuevo número de titulares y tamaño de territorios, con constitución y afiliación de nuevos partidos políticos, con cuotas por sexo, etcétera. Es decir, la pluma, el micrófono y el tintero sólo dieron para eso. Se perdió así la tremenda oportunidad de hacer un adecuado e intensivo uso de las nuevas tecnologías de comunicación, información e inteligencia artificial, cuyas aplicaciones surgen por todas partes en el mundo desarrollado, para hacer cambios tendientes a mejorar la eficacia legislativa tradicional.
El uso de nuevas tecnologías permitiría revisar las leyes vigentes según su grado de usabilidad y de aplicación, incorporar sistemas expertos legislativos, así como evitar las posibles repeticiones de normas o contradicciones de ellas, su practicidad operacional verdadera o el grado de control y verificar sus beneficios reales ex post, versus los imaginados inicialmente y así prevenir la corrupción política.
Todo lo anterior es posible con el empleo de técnicas, saberes y know how que ya están disponibles a costos relativamente bajos. Además, implicaría una participación ciudadana instantánea y masiva, más amplia que la limitadísima participación actual, circunscrita a una votación esmirriada cada 3 ó 4 años, o a la de las encuestas con representaciones ridículas, sesgadas y sin auditar, en un mundo donde la mayor parte de la población ya puede estar comunicada en forma instantánea para ser consultada a tiempo real o con voto a distancia. Nada de eso se ha incorporado en la última reforma electoral.
Se perdió, quizás, una nueva oportunidad de ir muchos pasos adelante, hacia una actividad más real y amplia que cuando se escribió la última Constitución de la República de Chile y se introdujeron sus enmiendas. Y estos cambios se podrían haber aplicado con menores costos y más eficiencia por medio de: 1) trabajo legislativo a distancia y los cinco días de la semana, donde al mismo tiempo se labora en terreno; 2) incluso contar con mayor número de legisladores, pero a menor costo y todos comunicados virtualmente y por lo tanto una mayor representación y más cabida para partidos marginales y o temporales; 3) menos costos en salas, en viajes y en cuestiones anexas y sin otros ya innecesarios y onerosos beneficios políticos y económicos.
La actual gobernanza nacional perdió la oportunidad de pensar y construir algo diferente y más acorde a los nuevos tiempos en la reforma electoral -como se pudo ver en las presentaciones de los expertos en el Congreso del Futuro- porque siguen trabajando con el tintero, la pluma y el micrófono, aunque algunos ciudadanos y mandatarios de la élite crean que ser modernos es solo viajar en coches de alta gama, usar celulares top y adquirir equipos sofisticados de cualquier tipo.
Comentarios