Una vez conocido el anuncio de la presidenta sobre un “proceso constituyente”-sin especificar todavía en qué consistiría éste- las opiniones comenzaron a brotar desde todos los sectores. Algunos celebraban la decisión de la mandataria por el sólo hecho de instalar la idea de una nueva carta magna finalmente en la gente. Otros criticaban la ambigüedad del anuncio, mientras los mismos de siempre -la derecha y el empresariado- comenzaron a advertir sobre la incertidumbre que podría causar esta medida.
Así, como si nada, ese mismo empresariado que ha hecho y deshecho durante los últimos veinticinco años de democracia, hoy nos alerta sobre lo que está bien o está mal. Al parecer el pudor muchas veces es un sentimiento -o una sensación- que no conocen y la idea de erigirse como baluartes morales les parece más importante. Más fuerte. Más rentable y más acorde con lo que estiman conveniente.
La memoria es frágil, y pareciera que se olvidaron de Penta, de Soquimich y de un sinfín de operaciones de dudoso origen que a cualquier inversor le parecería más complejo que el hecho de que un país decida sobre su futuro estableciendo un plan de ruta a seguir. Es claro que aún no dimensionan el derrumbe moral que hemos vivido al enterarnos de que nuestra democracia no es tan democrática y que todo lo que alguna vez sospechamos era claramente cierto. Y, sobre todo, que ellos habían hecho de la política un lugar más en el que podían invertir sin así respetar la independencia que sugiere una república.
¿Es acaso tan fuerte la distancia entre el empresariado y el país para no entender lo que se está viviendo? Tal vez no lo es tanto. A lo mejor escuchan y fuerte las necesidades de quienes claman una institucionalidad menos marcada por la sangre, la conveniencia y los eternos apretones de manos, pero simplemente prefieren hacerse los sordos. Si hubieran escuchado toda la vida, tal vez serían la mitad de millonarios de lo que son y tendrían la mitad de los medios de producción y comunicación que tienen.
Escuchar a la política y a los políticos es de débiles, deben decir en sus grandes reuniones. Total son los que reciben sus dineros, los que corren a subirse en sus aviones y a aplaudir sus decisiones, son los que deben escuchar al empresariado. Son sus empleados sin saberlo. Son los nuevos cuidadores de ese país que sienten como un eterno deudor de sus inmensas decisiones económicas.
Si ellos- los empresarios- dicen que lo mejor es no cambiar nada, entonces la política deberá obedecer, piensan. Porque ¿qué es de la política sin sus opiniones? Nada. ¿Qué es de los grandes discursos de ideas y perspectivas país sin el susurro de los Matte, los Luksic, entre otros, en el oído? Nada, piensan.
Ese es tal vez el gran problema: que hay una clase empresarial que aún no se siente parte de lo democrático. O, mejor dicho, que cree que lo democrático no es nada sin su presencia.
¿Instituciones? ¿Democracia? No les vengan con huevadas a ellos, los que pueden compran lo que sea gracias a ese país que les construyeron. A esa sociedad en la que -en el fondo- siempre ha sido el ejemplo a seguir. En donde las decisiones pasan por sus personas más que por el Congreso. ¿Qué es el Congreso?
Ese es tal vez el gran problema: que hay una clase empresarial que aún no se siente parte de lo democrático. O, mejor dicho, que cree que lo democrático no es nada sin su presencia. Que son parte de la edificación de nuestra realidad y que este régimen debe moverse únicamente de acuerdo a sus instrucciones, sus consejos, sus órdenes. El día en que podamos corregir eso, será el momento en el que podremos respirar más tranquilos o por lo menos establecer una equidad, una cierta igualdad. Antes no.
En una democracia sana -no perfecta, porque no existen- lograr que ciertos sectores no se sientan más fuertes que otros es tal vez la gran tarea. Y en el contexto actual, es la gran misión de un Chile que ha sido construido sobre la base del respeto a quien tiene el poder económico, logrando que este poder se acreciente por sobre las instituciones. Por sobre unas instituciones que, como representativas, deben representar a todos y no solo a quienes ostentan.
El futuro sin ese rumbo claro, será igual o peor que el presente. Y así, un día de estos, podremos superar esta democracia empresarial.
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Lisandro Burgos
Mucha cháchara y poco contenido. Lo que el empresario no esquilma, lo roban los tinterillos estatales. Decenas de casos con fraudes al fisco son los que hemos vivido, y suman miles y miles de millones. Pero la culpa la tiene el empresariado. ¡Que se vayan todos los políticos actuales!