Si vivimos todos separados
Para qué son el cielo y el mar
Para qué es el sol que nos alumbra
Si no nos queremos ni mirar (Los Jaivas)
Pareciera ser que la única música chilena que nos unirá por estos días es la canción nacional, pero no perdamos la esperanza; “La historia de la música chilena está íntimamente relacionada con la Historia de Chile”, y qué mejor definición para ésta en el mes de la patria y en el año del Bicentenario.
Sin embargo, y a propósito de la aprobación de la ley de incentivar la programación radial destinando un 20% a la música chilena en todo el país, el debate nunca se centró en el problema de fondo, y es realización de una ley para fomentar y escuchar al artista nacional para crear identidad cultural, sino en la de la obligatoriedad de escuchar.
Olvidamos que lo que busca esta ley le compete por rol al Estado y sus políticas públicas culturales, que para esta disciplina funciona en el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, concretamente, en el Consejo de la Música.
El porcentaje exigido es bajísimo, considerando que de él, el 5% va para el folklore, que ni siquiera sabemos bailar. Viendo el desconocimiento que hay, me parece un gran avance del legislativo.
A la luz del día, este fue un debate que se generalizó y a ratos denostó el poco cariño por la música chilena, sus autores e intérpretes. Ningún artista en el mundo aprueba que su trabajo sea impuesto por “ley” y obviamente ningún radioemisor está de acuerdo en que su programación sea pauteada por ésta. Sin embargo, ante esta realidad nacional en torno a la música chilena, subyace la existencia de una industria comercial que la hace imposible de competir.
El sistema de cuotas en la música existe en muchos países para proteger su diversidad y patrimonio cultural, como es el caso de la Unión Europea. Esta práctica es usual en países como Francia, Canadá y Argentina donde la exigencia para programar música nacional es de un 30% y de 50%, todos ellos países que tienen un alto grado de nacionalismo, conocimiento y valoración por su cultura y artistas.
¿Cuál es motivo de las burlas para escuchar la música chilena en un 20%?
Es un buen minuto para recalcar que, del cancionero radial, el 90% es extranjero y solo el 10% es producto nacional (reporte SCD), en un país que se cree desarrollado y que lleva la bandera chilena en el pecho. Es decir, algo así como 30 canciones al día, en su planilla de ejecución.
Hablar de imposiciones, hablar del daño a los radiodifusores, mencionar en columnas sólo a los grandes autores o bandas, decir que la música chilena es mala, es propio del desconocimiento que se genera en torno al mundo de la música, sus artistas y su cultura.
Qué difícil es hacer cultura en Chile, qué difícil para los intérpretes, productores, compositores, músicos, sonidistas. Qué difícil es moverse en el ingrato mercado nacional. La cultura de masas nos consume, sin contemplar que los espacios son reducidos y caros. Hay que dar más posibilidades, que hoy son tan sesgadas, a nuestros artistas emergentes locales y nacionales, en todas las disciplinas.
Agregar una puerta al sector de la música, incentivarla, promoverla, sólo nos lleva a una importante reflexión tras la aprobación de este debatido proyecto de ley: si bien no es lo idóneo que toquen música chilena por decreto, es una gran alternativa para difundir el Patrimonio Musical que está en crisis y cuidar a sus autores, compositores y músicos, artistas nacionales que no pueden competir con grandes apuestas de los sellos multinacionales.
Lo importante siempre es elevar el nivel del debate. Vaya mi mensaje a la autoridad del ramo, los expertos culturales que hay en el parlamento y expertos columnistas que salieron en torno a la disciplina de las artes musicales: el crear una ley para fomentar la música chilena sólo habla de la debilidad de la institucionalidad cultural que existe hoy, ahí debe centrarse la discusión. En el despliegue de nuevas políticas culturales, acordes a los tiempos que vivimos, la piedra de tope no es de la obligatoriedad, sino potenciar y proteger la identidad cultural inyectando recursos, que deben redundar en la creación de un Instituto de la Música, como en los países desarrollados.
Me parece prudente que las acciones sean más categóricas, ordenadas, serias y sin improvisaciones. Llegó el momento de replantear al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y reformular la institucionalidad para crear el “Ministerio de Cultura”, que sea el aglutinador de todas las áreas y disciplinas. Y que sea, también, el gran promotor y difusor de la Cultura, Artes y Patrimonio, con capacidad de fomentar, apoyar y financiar la creación de industrias culturales nacionales para que puedan ampliarse y competir con los grandes.
Cuando piense en música chilena no se vaya a los grandes artistas: piense en las miles de bandas emergentes que están esperando una oportunidad de mostrar su arte, para entrar a competir y poder proyectarse inclusive en el extranjero.
Pareciera ser que, si en Chile no se protege el patrimonio obligatoriamente, y no se educa desde la etapa pre-escolar, seguiremos con más leyes que sólo son el reflejo de lo construido como sociedad.
¡No matar la música chilena es tarea país!
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*Patricia Alrringo, Periodista, Gestora Cultural
@pattalrringo
Imagen: Grupo Guachupe (fotografía:Clara Salina)
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sicruzat1954
Patricia, excelente artículo, ojalá sea leído por los que deben tomar las decisones en esta materia.
Atentos Saludos
SCS
marceleau
No me queda claro que en el año 2010 hablar de «musica chilena» y «música extranjera» nos refiera a dos mundos contrapuestos. ¿Dónde está la frontera? ¿si canta un chileno un ritmo afrocaribeño eso es nacional? ¿Si una interprete cubana canta Gracias a la vida es música del inframundo?
Si sumamos a la discusión las siderales posibilidades que internet brinda a quienes gustan de la música, sabremos que cada persona es su propio DJ y elige con deleitar musicalmente su alma.
En lo personal, hay que tener ojo con mezclar rápidamente creación artistica con derechos de autor. La ley que está en curso más tiene que ver con lo segundo. La historia revela interesantes casos donde la cultura fluye sin avales legislativos y quizás esa sea su mejor salvaguarda.