Las imitaciones que hiciera Stefan Kramer a Sebastián Piñera, primero como candidato y luego como Presidente de la República, le encantaron e indignaron al caricaturizado. Nunca se había reído tanto, dijo el candidato. Y encontró “genial” al cómico. Nadie de su entorno criticó las imitaciones: era mejor estar que no estar en el Festival de Viña. Más aún, la imitación le aportaba una simpatía que el candidato no tenía; carencia que al parecer, continúa. Ya con banda presidencial, el sentido del humor disminuyó y los tics de la intolerancia volvieron a acentuarse. Como muñequitos de ventrílocuo, aparecen los indignados y dolidos (y los que hacen carambolas). Ya no se ríen ni encuentran que Kramer sea genial. La dignidad presidencial salió a colación ante esta paloma que ensució la estatua.
Al parecer, a ciertos personajes el humor le gusta o no según las conveniencias. Les gusta reírse de los otros, con abuso de confianza; pero –luego de ponerse en ese plano- no encuentran que ellos deban ser objeto de risas. Y esta ambigüedad no es nueva en este caso: en 1990 la editorial del empresario Piñera publicó la revista El Humanoide, de sátira política, que se rió de varios (para eso era); pero cuando la revista Topaze publicó las caricaturas de “Los mentirositos”, aludiendo a Sebastián Piñera y Evelyn Matthei por el escándalo de la radio Kioto, la publicación –en ese tiempo de La Tercera– recibió reclamos del entorno familiar del caricaturizado. O sea, valga la sátira en la medida que no sea verdadera sátira. Reclamos que hoy, deben estar escuchando en TVN… y que llegan desde arriba.
Creo que vale la pena reflexionar sobre esto. Hace un tiempo -en el 2004- escribí sobre el poder y la irreverencia, que aborda este tema de manera más general sin vincularlo a la coyuntura. Eso debe hacerlo el lector.
Lo comparto.
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1 Comentario
gabanargo
Concuerdo plenamente.
Saludos.
Gabriel Arriagada