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Necesitamos al Gran Hermano

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Si existiera un punto medio en la situación global que atravesamos, serían políticas de salud con medidas más pragmáticas que ideológicas; no importa el color de gato, lo relevante es que cace ratones.

El virus genera una contradicción interesante en las democracias occidentales, puesto que enarbolar las libertades civiles como absolutas sin admitir un ápice de control, es netamente ideología liberal e individualista. En plena crisis, vemos que en nombre de la libertad salen a la calle los anti-cuarentena, los infectados, reuniones de cultos, se ateste el transporte de la ciudad, los ricos vuelen sus helicópteros, cifras enormes de cesantía, etc. ¿qué ocurre? Un Estado de brazos cruzados, confiando en la buena voluntad de la gente, siempre recomendando pero nunca observando o disuadiendo.

El problema es que Latinoamérica, versión mucho más pobre y vulnerable que Europa/Norteamérica, no cuenta con grandes sistemas de salud o sólidas economías para costearse el gustito de la libertad sin cuarentena, de volver a la nueva normalidad con seguridad, ni la cultura cívica para auto regularse.

Pero no todo es tan catastrófico, porque la vigilancia digital ya existe, dando buenos resultados contra la pandemia; en Hong Kong, los infectados portan pulseras obligatorias, y cualquier movimiento fuera de sus domicilios es reportado inmediatamente a la policía. En Taiwán, se utiliza un método similar pero con celulares. En Corea del Sur, una base de datos -con ayuda del sector privado- cruza tus movimientos bancarios/de crédito para saber si estás comprando en un lugar físico, como cine, restaurant, étc. China tiene lugares públicos con códigos QR que escanear para registrarse y entrar. Tanto en Japón como Singapur, los gobiernos diseñaron apps que te notifican haber estado en contacto con alguien infectado, aunque por ahora son de uso voluntario.

Allá no es tema tan controversial -obviando a los conspiracionistas- el uso de tales aplicaciones, por una simple razón: funcionan. Se entienden que son temporales, que acabarán. Se demuestra que la administración es capaz de utilizar la tecnología con un fin particular y exclusivo, siendo otra herramienta de la política sanitaria.

Enarbolar las libertades civiles como absolutas sin admitir un ápice de control, es netamente ideología liberal e individualista.

Caso distinto en Chile, donde la más ligera intrusión del Estado sobre el individuo ya genera anticuerpos paranoides, aunque el problema no sea dar datos, sino quien nos los pide: «¡Es que cómo! soy libre de ceder mis datos a todas las aplicaciones de dudosa procedencia en RR.SS, pero jamás dejaría que mi alcalde los tuviera porque no confío». Así es, con el neoliberalismo tenemos pocas complicaciones en dictar el RUT para cualquier compra, aceptar todos los términos y condiciones de ese programa “gratuito”, o ceder permisos de GPS a una app que ni los necesita, pero pobre de quién se le ocurra pedir datos para mayor control en nombre de la salud pública, «imposible, se filtrarían, no, los utilizarían maliciosamente», como si nada de eso estuviera ya pasando exactamente a nuestras espaldas -y peor- en varios kilómetros con una empresa de social media vendiendo tus datos para el big data del próximo candidato presidencial, ¿suena conocido, no? entonces, ¿será posible cedérselos a la entidad pública, a la cual podemos fiscalizar, regular y responsabilizar?

Los liberales y libertarios por razones ideológicas no estarán de acuerdo con un Gran Hermano, pero si dependiera de ceder temporalmente privacidad hoy para garantizar salud, prosperidad y libertades mañana, entonces bienvenido sea. Al final, si esta crisis sigue acentuándose económica y sanitariamente, habrá poca libertad que disfrutar después.

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Diego De la Peña

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