Muerte de la democracia en Venezuela. Un descenso complicado para la política chilena.
Cuando los investigadores y centros de estudio, en diversas regiones del planeta, advertían que la democracia, como sistema político de gobierno, se encontraba muy debilitado, prestándose para que actores de dudosa procedencia accedieran al poder, ya podían vislumbrar que la emergencia de nuevos casos confirmaría este diagnóstico, fundamentalmente en América Latina.
[texto_destacado]No hace mucho, The Economist Intelligence Unit (2018) y Freedom in the Word (2018), dieron cuenta de una crisis profunda con respecto a este sistema/tipo de gobierno. La crisis se expresa en falta de interés político, disminución del apoyo a estos gobiernos y, sobre todo, pérdida de la confianza en la democracia y los actores políticos que le dan vida. Estos informes señalan que la democracia aparece muy deteriorada como sistema de gobierno, en términos de credibilidad, cuestión muy delicada si pensamos en que son los ciudadanos los que acuden a las urnas, pero también piden niveles de participación horizontal cada vez de mayor protagonismo.
La situación analizada, presenta casos muy significativos en nuestra América Latina. Uno de los más conflictivos tiene que ver con lo que ha sucedido en Venezuela en las últimas décadas. Si bien, la gobernabilidad de este país viene haciendo crisis desde hace mucho tiempo, con gobiernos seudodemocráticos que finalmente se convirtieron en regímenes totalitarios, el quiebre más profundo parece haberlo generado Hugo Chávez, cuando a fines de los 90 asume el poder, con el apoyo popular ratificado en las urnas. Sin embargo, Chávez tiene un programa político que busca eternizarse en el gobierno, a través de lo que él denomina revolución bolivariana. Para avanzar en este proyecto revolucionario, se redacta una nueva constitución a la medida de dicho proyecto, otorgando cada vez más poder al líder del gobierno. A poco andar, se dejan ver todo tipo de restricciones y arbitrariedades, propias de un régimen totalitario, en este caso de izquierda.
Chávez va cumpliendo sus objetivos, dando forma a un gobierno que posee todos los ingredientes de una dictadura de izquierda, inspirada en la revolución cubana encabezada por Fidel Castro. Para no entrar en detalles sobre la construcción de una máquina política que arruinó la vida democrática y la economía en Venezuela, detengamos en lo que podríamos llamar el comienzo del fin de la democracia en este país. El delfín del dictador, Nicolas Maduro es un hombre de pocas luces, más bien rústico, pero que aprendió a moverse en los laberintos del chavismo, utilizando con habilidad las redes de la corrupción, los vínculos con el narcotráfico y el terrorismo de estado, fuertemente apoyado por las fuerzas armadas del país.
Decidido a quedarse en el poder por largo tiempo y así consolidar la revolución chavista, tenía claro que debía transgredir las normas fundamentales de los procesos democráticos. Ya en la elección de 2018 cometió un fraude electoral, que significó una desestabilización del orden interno del país y además un cuestionamiento internacional, al que obviamente no se sumaron países como Cuba, Nicaragua, Rusia y China. Estos países se han transformado en los pocos aliados del régimen de Venezuela, sustentado en una férrea convicción ideológica que imposibilita ver los problemas reales que aquejan no sólo a Venezuela, sino que a las diferentes regiones del mundo.
Este año 2024, nuevamente el gobierno de Maduro hace noticia por sus malas prácticas electorales, contraviniendo todo espíritu democrático. Los resultados de las elecciones recién pasadas fueron groseramente manipulados, retardando la entrega de las actas con los votos efectivos hasta ahora. En este contexto, hemos visto a Maduro como el animador de un circo, dando a conocer cómputos ficticios, frente a espectadores atemorizados que lo aplauden frenéticamente como producto del miedo y la represión (esta escena es muy común en las celebraciones de los dictadores en China y Corea del Norte entre otros).
Nuevamente instituciones como en Centro Carter (2024), de incuestionable reputación, luego de un proceso de análisis informó que Edmundo González, el mayor contendiente de Maduro, había ganado por amplio margen. Como es común en el estilo de hacer política de estos dictadores, Maduro desacreditó al Centro Carter y al panel de expertos de la ONU (2024), señalando que este último lo había traicionado, al informar que la elección se dio sin las mínimas garantías de transparencia. Nuevamente, el mundo de izquierda más radical, en el que destacan Rusia, China y, en estas latitudes, Cuba, validaron la elección, agregando que es un triunfo de la democracia venezolana.
Lo cierto, es que lo que ocurre en Venezuela, calza perfectamente con el estudio de Levitsky y Ziblatt (2018), en relación a cómo mueren las democracias. Estos académicos de Harvard, advierten sobre el ascenso al poder de actores que utilizan los instrumentos propios del sistema democrático, para ejercer el poder de manera autocrática, como es el caso de Maduro, instalando formas totalitarias de gobierno, basadas en anquilosadas ideologías concebidas en el siglo XIX. Los golpes de Estado cruentos ejecutados durante el pasado siglo, encabezados por líderes militares, con el apoyo de fuerza políticas de derecha e izquierda, han dado paso a otras formas para acceder al poder con los mismos fines orientados a permanecer por largo tiempo en el gobierno.
En el caso de Venezuela, aún cuando la toma de control del país ha pasado por la intervención de las fuerzas armadas, la apuesta final, como señalan Levitsky y Ziblatt (2018), tiene que ver con la instalación de sujetos autócratas que ejercen el poder, transgrediendo instancias participativas vitales para el ejercicio de la democracia. Estos politólogos, siguiendo la línea de trabajos como los de Linz y Stepan (1978), caracterizan el comportamiento político de autócratas como Maduro. Lo más relevante aquí, es el rechazo más o menos explícito a las reglas del juego democrático, negando la legitimidad de los oponentes políticos; la intolerancia, con la consiguiente validación de la violencia y, por último, la predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluyendo todo medio de expresión pública (periódicos, radio, televisión, etcétera). Este conjunto de acciones, contenidas en una retórica populista y con evidentes sesgos ideológicos, anula toda posibilidad de que se ejerza el juego democrático para dar gobierno al país.
Lo que Maduro hace, en definitiva, es dar muerte a la democracia en Venezuela. Su forma de actuar, desde la manipulación de los votos, hasta la persecución de los líderes de la oposición y la expulsión de los cuerpos diplomáticos de aquellos países que no reconocen su triunfo, son parte de una constatación que vuelve a sumir al país en una larga noche llena de violencia y muerte.
Lo más relevante es el rechazo a las reglas del juego democrático, negando la legitimidad de los oponentes políticos, la intolerancia, con la consiguiente validación de la violencia y, por último, la predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición
Lo vivido por Venezuela y su noble pueblo, ha tenido claras repercusiones en el continente y en toda América Latina. En lo que toca a nuestro país, Chile, la situación es particularmente delicada. El gobierno de Gabriel Boric cuenta con importantes actores comunistas en cargos estratégicos. Ubicados en la izquierda más radical de nuestro escenario político, se han manifestado abiertamente a favor, no sólo del régimen de Maduro, sino que también han apoyado históricamente la revolución cubana. Esto significa que su real vocación político/ideológica adhiere a estas dictaduras y debe ser disfrazada con cierta cosmética democrática para validarse en un sistema en el cual no creen. En esta coyuntura de política internacional que incide directamente en nuestro sistema democrático y en nuestro gobierno, el presidente Boric ha sido claro y ha marcado un liderazgo que debe ser destacado. Aún cuando las presiones internas hacían pensar que su posición sería al menos más ambigua y tratada desde una retórica alambicada que se desmarcara de lo ocurrido en Venezuela, desde el primer momento, el presidente chileno exigió transparentar el proceso y en los últimos días, simplemente rechazar los resultados expuestos por Maduro, junto a otros diez países de la región. Así y todo, el partido comunista chileno, guarda silencio, pide más tiempo o simplemente acata dogmáticamente lo que dicen los jerarcas del régimen chavista. En situaciones como esta, la vocera de gobierno, ministra Vallejos, deja la primera línea de las vocerías, se esconde como puede o contesta sin decir nada. La razón es muy simple y ya lo hemos dicho, no van a renunciar a una doctrina fracasada infinitas veces en el mundo entero, porque la ideología en cuestión tiene un carácter sagrado y porque ellos creen interesadamente que es lo mejor para el pueblo, aunque lleven una vida llena de regalías amparados en un estado gris que los protege sólo a ellos.
Por otro lado, el presidente del Partido Comunista, Lautaro Carmona, hace pocos días no quiso referirse a la decisión del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de Venezuela, que ratificó a Maduro como ganador de las elecciones. Tampoco abordó las declaraciones del propio presidente Boric, quien se refirió al gobierno de Maduro como una dictadura, no dando crédito al fallo del máximo tribunal venezolano.
Los analistas han dicho sobre esta situación, en la que está involucrado directamente el partido comunista nacional, que hay tensiones en el gobierno, discrepancias importantes y otras calificaciones que no abordan lo esencial del problema. La pregunta aquí es cómo pueden convivir dos visiones políticas tan antagónicas como las expresadas por el mandatario y la sostenida por los comunistas chilenos. La verdad es que dicha coexistencia es imposible en términos teóricos y metodológicos, sin embargo, en el plano de la praxis política, el proyecto frenteamplista los unió para obtener los votos y el triunfo en las últimas elecciones presidenciales. Aun así, Boric dispone de dos años de mandato, tiene una última oportunidad para fijar un rumbo claro sobre una convicción democrática sólida en la que no quepan miradas totalitarias.
Otra pregunta que asalta en estas horas de decisiones cruciales sobre nuestra vocación democrática y republicana, tiene que ver con la posición de la derecha. Desde hace ya mucho tiempo, los políticos de derecha de nuestro país, tratan de acorralar a los líderes de la izquierda más radical, como verdaderos inquisidores ideológicos, respecto a su adhesión al régimen cubano y a otros presentes en todo el orbe. Los comunistas contestan como siempre, con más o menos evasivas, declarando finalmente su admiración por los experimentos revolucionarios, sobre todo los de la región.
La puesta en escena de la derecha, no pasa de ser una interpelación desgastada que no tiene efectos posteriores. Más allá de las adhesiones a procesos dictatoriales, cuestión que también pesa en parte importante de la derecha chilena y, su apoyo a la dictadura civil-militar encabezada por Pinochet, las nuevas generaciones de políticos de este signo ideológico, debiesen tener un proyecto de futuro para el país. Por el contrario, la fragmentación dentro de la oposición a Boric, carece de ideas y de una mirada estratégica para Chile. La derecha chilena no tiene líderes nuevos que muestren un aggiornamento verdadero del sector, quedando entrampados en una política reducida al acontecer doméstico y cotidiano. Esta situación también le hace mucho daño a la salud de nuestra democracia. Sabemos que una parte de la izquierda esta con Maduro y más que aparecer como parte de un Santo Oficio que intenta desenmascarar a esos políticos, la derecha debería avanzar en propuestas de crecimiento para el país, sustentado en un sistema democrático robusto. La verdad es que llevamos mucho tiempo, esperando que este sector político sea una verdadera alternativa de gobierno.
La última elección fraudulenta en Venezuela, ha remecido el acontecer político de Chile. La cuestión de fondo tiene que ver con la real convicción democrática del presidente Boric y sus colaboradores. Si este es el sistema político en el que realmente creemos, ningún acuerdo coyuntural para obtener votos, ni los intereses colectivos o personales pueden ser el argumento para mantener al partido comunista en el gobierno. Esta colectividad seguirá apoyando la instalación de dictaduras de izquierda en el continente y en el mundo y con ello mostrará reiteradamente su espíritu antidemocrático.
Referencias:
Dr. Jorge Brower Beltramin
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