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Movimiento estudiantil en un año electoral

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Hay grandes probabilidades que comencemos una nueva etapa política en la historia del país, donde se lograrán las mayorías políticas y la fuerza social necesaria para realizar transformaciones que están pendientes desde los comienzos de la transición pactada.

Muchas dudas, afirmaciones y supuestos se han generado por la coyuntura que se abre este año con las elecciones presidenciales y parlamentarias respecto del movimiento social. Desde este último algunas posturas, las más radicales, aseguraban que el movimiento social podría robarle la agenda a las elecciones que se efectuarían en el país, donde lo principal sería la calle, el espacio que determinaría la discusión pública.

Un nuevo escenario político

Si bien las movilizaciones ciudadanas han sido un factor catalizador de un nuevo escenario político del país, ciertamente no pueden ser consideradas el único. Por lo menos podríamos considerar dos elementos más:

1. La llegada de la derecha al gobierno. La Concertación administró el modelo heredado por la dictadura, en el período que denominaremos transición pactada, sin generar ninguna reforma estructural en el diseño impuesto a sangre y fuego por la dictadura. Lo anterior es compartido de manera casi unánime en el movimiento social y la izquierda. Sin embargo, la arremetida de la derecha fue mucho más violenta que la Concertación. El discurso que levanta el oficialismo es completamente antagónico a las aspiraciones y demandas del movimiento social. Esto se cristalizó emblemáticamente en las palabras de Sebastián Piñera el 19 de julio de 2011, en las cuales se refirió a la educación como un ‘’bien de consumo’’, en contraposición a su entendimiento como ‘’derecho social’’.

2. El desgaste de la Concertación como proyecto político. La Concertación pudo capitalizar la movilización social de la dictadura y el triunfo del NO, presentándose como el proyecto que recogía la producción política de la resistencia y la oposición y que traería los cambios que durante los años 80 se exigieron desde las calles. A medida que pasaron los años, a pesar del explosivo crecimiento económico y una serie de índices que mostraban la evidente mejora de la calidad de vida de las mayorías (diminución de la pobreza, crecimiento del empleo, expansión de la cobertura de la educación, entre otros), la Concertación no hizo frente dos cuestiones fundamentales: la democratización del país y la lucha contra la desigualdad. El modelo político–institucional sigue siendo prácticamente el mismo que dejó Pinochet, que genera una fuerza centrífuga hacia el centro, provocando que dos grandes bloques dominen el escenario político, excluyendo a un porcentaje significativo de la ciudadanía. Los procesos mencionados fueron acompañados por un progresivo alejamiento de la ciudadanía de la política, sobre todo los jóvenes.

La falta de participación ciudadana y la nula viabilidad de los proyectos alternativos, dejo por más de 20 años a ‘’los mismos de siempre’’ en el gobierno y el poder, produciendo a la larga un rechazo transversal en la ciudadanía.

El movimiento estudiantil

El movimiento social no surge de la nada. Es un punto de llegada de un proceso de resistencias y luchas que se han dado en el período de transición pactada. El efecto que tuvo no solamente se debe a sus propios aprendizajes: es producto, también, de los factores mencionados anteriormente. Es relevante considerar esto, pues se han levantado tesis que centran toda su atención en el movimiento social y de manera posterior le asignan a este una energía transformadora que sería capaz, por sí sola, de cambiar radicalmente Chile.

Al calor del escenario electoral se han levantado diversas afirmaciones desde los propios espacios de lucha. Conocida es la falta de acuerdo que existe en la CONFECH en materia presidencial: las diferentes fuerzas políticas que la componen se inclinan bien por Michelle Bachelet, Marcel Claude o consideran las elecciones como algo ajeno al campo de disputa.

Más allá de las opciones políticas que las diferentes fuerzas tomen, es más arriesgado que alguien tuviera la voluntad de instrumentalizar la CONFECH, de pretender instalarse desde su exterior como su único representante legítimo, de pretender “cuadrar” el movimiento estudiantil detrás de tal o cual candidato. La acción anterior sería no reconocer la naturaleza del movimiento estudiantil, no velar por sus proyecciones con la fuerza y las características que este ha tenido hasta ahora: gran apoyo ciudadano, transversalidad, libertad para criticar y proponer, diversidad. Esto lo explicaré caracterizando al movimiento:

1. Autonomía política. La autonomía política que ha generado el movimiento estudiantil es una condición fundamental para asegurar su condición de “punta de lanza” de las demandas ciudadanas y su proyección en el tiempo, por lo menos en el mediano plazo. Autonomía política básicamente es respetar los espacios que dan representatividad y fuerza, es decir, los propios estudiantes. Son las diferentes asambleas de carrera las que determinan las decisiones políticas fundamentales de los representantes locales, los que a su vez definen también las acciones que los dirigentes de la distintas Federaciones llevan a la CONFECH. Es básico no confundir la autonomía política con la “intransigencia”: el movimiento estudiantil debe estar dispuesto en avanzar con las propuestas que las autoridades propongan, si estas están en concordancia con sus planteamientos, o por lo menos producen avances en la dirección señalada.

2. Actor político. El movimiento estudiantil ha dado pasos para constituirse como un actor político. Se ha cuestionado la condición de movimiento social como apartada de la política, esa visión en la cual las actores sociales estaban subordinados a la ‘’política institucional’’ y se relacionaban con esta mediante una relación asistencial y “peticionista”. El movimiento estudiantil ha tenido la capacidad de apelar a la sociedad toda, a vincular sus demandas con diferentes reformas estructurales y a inscribir su lucha en proceso de transformación social. La validez de éste radica en que ha mostrado a los mayorías decepcionadas de ‘’los mismos de siempre’’ una manera alternativa de realizar política. Esto cobra significancia cuando en muchas ocasiones las prácticas usadas son diametralmente diferentes a las que nos tenían acostumbrados desde el espacio del poder. Podríamos decir que se hace política ‘’de cara la ciudadanía’’. Es sumamente importante recalcar que estas prácticas no son inherentes del movimiento social, como también prácticas vergonzosas no deben ser propias de la política institucional: cuando esto queda claro, se descarta el “mesianismo” del movimiento social como lo bueno y la política institucional como lo malo, tesis que lleva a atribuir poderes el movimiento social que no tiene.

3. Expresión ciudadana. El movimiento estudiantil, fundamentalmente por donde se forma y las causas que representa, puede ser una herramienta de expresión ciudadana más directa e integradora. Trabajar por su vitalidad e incidencia social es entonces asegurar espacio de representación política y participación fundamentales al conjunto de la ciudadanía, lo cual es fundamental para los que entendemos la democracia como algo más que un voto cada cierto tiempo.

Proyecciones

Más allá de las diferencias que la CONFECH contiene, sería bastante difícil poner en duda que la enorme mayoría de sus sectores están comprometidos con las transformaciones que el movimiento ha propuesto. El hecho de afirmar o sugerir lo contrario sería expresión, sin duda alguna, de un carácter mesiánico, en donde un sector se atribuiría la real voluntad de cambio en forma exclusiva y excluyente, en desmedro de los otros. Si tenemos consenso en lo anterior sería bastante extraño pensar solo en la posibilidad de que alguna de sus fuerzas quiera cuadrar esta organización con un candidato presidencial en estas elecciones, lo que atentaría contra su autonomía política y representación ciudadana.

Hay grandes probabilidades que comencemos una nueva etapa política en la historia del país, donde se lograrán las mayorías políticas y la fuerza social necesaria para realizar transformaciones que están pendientes desde los comienzos de la transición pactada.

Asegurar este cambio de rumbo, no sólo depende de tal o cual candidato presidencial. Las características del movimiento estudiantil no sólo deberían mantenerse en ese espacio, sino que deberían ser ejemplo de articulación y lucha de amplios sectores. El nuevo periodo debe estar acompañado por la proliferación y fortalecimiento de los movimientos sociales, no como forma de negar la lucha institucional y la generación de mayorías políticas, pero sí como un elemento fundamental que garantiza la orientación avanzada del proceso.

El movimiento social no puede descansar después de los logros que ha tenido, no ahora, cuando las puertas recién se están abriendo. Tampoco cuando tenga profundos avances. El movimiento social no sólo debe ser un instrumento de lucha política, sino también una forma pre–figurativa de la nueva sociedad que debemos construir, en donde comencemos un proceso de democratización ininterrumpida, en que los movimientos sociales conservan autonomía y se constituyen en actores políticos. Existe la posibilidad, corramos el riesgo.

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Foto: Wikimedia Commons

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