Tengo diferencias irreconciliables con el último gobierno de Bachelet. No me cae bien, no confío en ella y no votaré por ella. A pesar de esto, respeto a quienes conforman el bacheletismo y escribo esta columna intentando separarme de mi propia postura sobre la ex mandataria.
Hace poco, en el marco de la discusión presidencial que estamos llevando a cabo en Revolución Democrática, salió la posibilidad de que Bachelet gane en primera vuelta, con la mayoría absoluta de los votos, aplastando a la candidata de la Alianza y sentando un precedente sobre lo que sucede cuando la derecha gobierna en este país. En este escenario, Bachelet estaría muy validada como mandataria, teniendo más libertades y la posibilidad de hacer todo lo que ella quiera en el gobierno.
El apabullante apoyo que ha tenido Bachelet desde que dejó la presidencia, a pesar de todos los errores que se le enrostran, a pesar de mantener silencio sobre muchos temas que pueden ser perjudiciales para ella, nos arriesgan a que si ese apoyo se manifiesta en una victoria total en primera vuelta, se le dé en esa eventual presidencia la facultad de hacer los cambios que ella quiera, instalar las agendas que ella estime conveniente y, en definitiva, dirigir el ejecutivo sólo con el respaldo de la votación, con una oposición disminuida.
Entendamos que Bachelet es una figura de centro (me niego a pensar en forma alguna que la ex Concertación está ligada a la izquierda, no lo han demostrado en casi 24 años), por lo que tiene detractores hacia la derecha, pero también hacia la izquierda. Políticamente la ubico a la siniestra de Evelyn Matthei y de Franco Parisi, pero ella tiene a su izquierda a su vez a al menos tres candidatos, con movimientos emergentes detrás: Claude, Sfeir, Miranda y, un poco en la nebulosa, a Enríquez-Ominami (me permito omitir a Tomás Jocelyn-Holt, cuyos continuos berrinches en actos públicos y televisión creo que más temprano que tarde le pasarán la cuenta y del cual me es difícil entender su posición respecto al status quo, en tanto Israel me parece un chiste). Damos por sentado que la derecha será oposición, pero no hay que olvidar que hay fuerzas de izquierda que no quieren pactar con la Nueva Mayoría, porque no la consideran tal (ni nueva ni mayoritaria). La postura es válida y eso los va a llevar a convertirse en otras fuerzas de oposición, por primera vez, espero, una oposición de izquierda organizada (mas no unificada).
Si Bachelet aplasta a todos sus contendores será un mensaje también para la continuidad de esas fuerzas de oposición. Probablemente la derecha no pueda gobernar hasta que, o la Nueva Mayoría repita los errores de cuando eran Concertación y el discurso demagogo de la Alianza pueda volver a surtir efecto como hizo con Piñera, o cuando haya un recambio político profundo, y movimientos como Evópoli hayan reemplazado a los viejos partidos vástagos de la dictadura. Hacia el otro extremo, la situación está menos definida: Marcel Claude y el movimiento de Todos a la Moneda están creciendo, a costa de descalificar a quienes están en su misma vereda, pero creciendo; el Partido Igualdad y el Partido Ecologista quizás sigan ganando terreno, y quizás la alianza que han hecho para las elecciones parlamentarias sea de más largo aliento y les permita actuar en bloque; movimientos como la Izquierda Autónoma y Revolución Democrática podrían derivar en partidos políticos que tendrán que definirse en su relación al gobierno. Que Michelle pueda ganar a todos estos actuales contendores sin problemas sin duda minimizará la posibilidad que tienen de ejercer influencia sobre un eventual gobierno, el rol como oposición o al menos crítica de izquierda que podrían llegar a tener se vería perjudicado.
Aunque tenga diferencias con muchos de los mencionados en esta columna, no quiero que la oposición quede disminuida, hacia ningún lado. Si bien reconozco la sobre representación que el binominal le entrega actualmente a la derecha y a la ex Concertación, la coexistencia de distintas ideas en torno a cómo debe organizarse el Estado es una cosa muy positiva, que permite que la ciudadanía cuestione más fácilmente las acciones de sus representantes electos, y que el diálogo se torne más ideológico con el tiempo. Ninguna de las dos oposiciones debe desaparecer para que el gobierno de turno (que se espera, sea el de Bachelet) tenga que responder siempre por sus actos.
La coexistencia de distintas ideas en torno a cómo debe organizarse el Estado es una cosa muy positiva, que permite que la ciudadanía cuestione más fácilmente las acciones de sus representantes electos, y que el diálogo se torne más ideológico con el tiempo.
Muy deseable sería, por supuesto, que contrario a que Bachelet gane en primera vuelta, pase a segunda vuelta con un candidato del bloque que más arriba identificamos como ‘de izquierda’. Fortalecer la influencia de ese conglomerado movería el eje político, propiciando que la discusión sobre el ejercicio del poder se centre en la disputa contra el status quo.
Yo no quiero entregarle al bacheletismo un cheque en blanco, sino que como chilenos podamos construir verdaderas fuerzas de crítica y construcción de la sociedad que soñamos.
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Foto: Michelle Bachelet / Licencia CC
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