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Memoria e historia: por una visión integral

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Elisabeth Jelin -en su obra “Los trabajos de la memoria” de 2002- sostiene que la construcción de las memorias (ella prefiere el plural) se efectúa a través de dos elementos, uno subjetivo y otro objetivo: agentes y marcas de la memoria, respectivamente.

Los agentes de la memoria son quienes construyen marcas, o sea, mecanismos que registran materialmente lo que se desea transmitir a las futuras generaciones. Algunos ejemplos de marcas son los monumentos, los museos, los nombres de algunas calles, etc. También lo son los informes que registran violaciones de derechos humanos que se desean recordar para que, en el futuro, no vuelvan a producirse.

La gran pregunta es si la construcción de las memorias (siguiendo el plural de Jelin) se opone a la historia: al conocimiento, elaborado por historiadores, que apunta a narrar y explicar el pasado a partir de las huellas o testimonios (fuentes históricas) que este pasado nos ha legado.

Mi postura es que entre memoria e historia no hay contradicción, sino complementariedad. De partida, hay un espacio común en la medida en que tanto la memoria como la historia suponen, ambas, un acercamiento al pasado. La diferencia emana de quienes son los sujetos de este acercamiento. En la historia, son los historiadores; en la memoria, sus agentes. Por otra parte, las memorias pueden ser fuentes para la historia, testimonios directos y cercanos, que ayudan a reconstruir el pasado de manera rigurosa.

El problema, a mi juicio, es que esta complementariedad -que sí es recogida desde la profesión histórica- es, no pocas veces, rechazada (o, al menos, omitida) por los agentes y marcas de las memorias que se intentan construir. El Museo de la Memoria, al excluir los antecedentes del golpe militar de 1973, es un ejemplo palpable de esta situación. Este punto de vista sobre el pasado es antihistórico, porque la historia (en cuanto es evolución temporal, de corta o larga duración) siempre supone un continuo y, por tanto, no se compone de cortes radicales, de comienzos desde una “nada”.

Por lo mismo, una pregunta clave es la siguiente: ¿es de la esencia de las marcas de las memorias recordar desde una fecha específica, desde el inicio concreto del trauma que se desea recordar, o pueden ir a más atrás, a los antecedentes del comienzo de dicho trauma?

Mi respuesta es que las memorias, en la medida que implican acercamientos al pasado, no tienen por qué dejar de lado la misma seriedad epistemológica que se le exige al conocimiento propiamente histórico. Sobre todo considerando que, muchas veces, estos mecanismos tienen su centro de origen en el mismo poder estatal, al que, obviamente, se le puede exigir mucho más que a los agentes de la sociedad civil, guiados (legítimamente) por motivaciones particulares y, por tanto, parciales.

Además, esta visión amplia hace que, al mismo tiempo, sea inclusiva: que incorpore las visiones sobre el pasado procedentes de distintos sectores y no solo de algunos. No solo, por ejemplo, de los sectores especial y directamente interesados (de manera legítima, reitero) en transmitir algunos hechos del pasado, caracterizados por una marcada connotación dramática.

¿Es de la esencia de las marcas de las memorias recordar desde una fecha específica, desde el inicio concreto del trauma que se desea recordar, o pueden ir a más atrás, a los antecedentes del comienzo de dicho trauma?

El Informe de Verdad y Reconciliación -conocido como “Informe Rettig”- de febrero de 1991 cumple perfectamente con lo anterior. De hecho, la composición de la comisión que lo elaboró fue pluralista y transversal. Y, a diferencia de lo que se ha tornado como una suerte de “dogma” de muchos agentes de la memoria, da cuenta de manera integral de los antecedentes del quiebre democrático de 1973.

¿Qué nos dice este informe sobre dichos antecedentes? Entre otras cosas que el “conocimiento de la crisis de 1973 se hace […] indispensable, tanto para entender la gestación de las violaciones de esos derechos [humanos] que hemos debido investigar como para prevenir que ellas se repitan. Esto, en ningún caso […] puede ni debe entenderse en el sentido de que la crisis de 1973 justifique ni excuse, en ninguna medida, tales violaciones”.

Como se observa, según el Informe Rettig, recordar las violaciones a los derechos humanos con el objeto de que no se vuelvan a repetir, supone conocer el contexto anterior que originó el quiebre democrático de 1973 a partir del cual tales hechos se produjeron. De lo contrario, el objetivo que se persigue desde el ámbito de la memoria, puede resultar inútil. En buena medida, por olvidar que la mirada del pasado para construir el futuro, implica un trabajo colectivo, amplio e inclusivo. Integral, en una sola palabra. 

(*) Columna escrita como colaboradora de Fundación Cientochenta (en Twitter @cientochenta_cl).

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Foto: Wikimedia Commons

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