Tengo grabado a fuego en mi mente cuando mi padre, evocando años mejores, me contó que en octubre del año 1957, nuestro país tuvo el honor de recibir a uno de los músicos de jazz más importantes del mundo: Louis Armstrong. El gran artista, a su llegada a Chile, y a pesar de su fama mundial, no pudo alojarse en el mejor hotel de la ciudad, digno de su investidura, el Hotel Carrera, perteneciente a la cadena Hilton, puesto que esta cadena segregaba entre personas de raza blanca y raza negra. Por ende, el extraordinario músico debió quedarse en el que hoy es el Hotel Sheraton San Cristobal Tower. En este recinto no hubo problemas para que el genio afroamericano ocupara la mejor de las habitaciones. Esta situación en nuestro país no pasó más allá de algún otro comentario crítico de poca estridencia, puesto que para la gran mayoría, esto era “lo normal”. La poderosa cadena Hilton sólo hacía eco de las prácticas propias de sus ancestros británicos, los negros con los negros, los blancos con los blancos. Para ellos “todo en orden”; “apartheid” en su estado puro.
Con un ejemplo como el anterior quiero reflexionar brevemente acerca del tema de la “normalidad”. Hoy en día, a no pocos, la idea que dos personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio y formar familia les parece algo “anormal”. Lo “normal” es dos personas de distinto sexo que se casen entre sí y procreen nuevos individuos.
Esta es una discusión de derechos. La conclusión actual de nuestro ordenamiento jurídico es que existe un grupo de personas, las homosexuales, a las cuales se les encuentra vedado el acceder a una serie de derechos, particularmente de índole extrapatrimonial, como el derecho a contraer matrimonio, formar una familia , adoptar hijos. Esta situación parece absolutamente contradictoria con varias máximas de nuestro orden normativo, particularmente con Nuestra Constitución y los tratados internacionales.
Entre ellas:
El artículo 1° de nuestra Constitución señala “Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos y en su segundo inciso señala “la familia es el núcleo fundamental de la sociedad”. En este punto parece que todos estamos de acuerdo con el constituyente. De la igualdad y la libertad mucho se ha escrito, y es fundamental tenerla como piedra angular del ordenamiento jurídico, y la importancia de la familia parece también irrefutable. Poco más adelante es la misma Constitución en su artículo 5° la que señala que “El ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana. Es deber de los órganos del Estado respetar y promover tales derechos, garantizados por esta Constitución, así como por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes”.
Queda claro que los tratados internacionales sobre DD.HH ratificados por el Estado de Chile y que se encuentran vigentes, gozan de un alto rango en nuestro ordenamiento. Uno de los cuerpos legislativos más importantes, sino el más, relativo a los DD.HH es la Declaración Universal de Derechos Humanos del 10 de Diciembre de 1948. Ella dice en su artículo:
1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.
2. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.
Se podrían citar muchas normas más, pero de estas 3 o 4 ¿no es posible colegir que todos los seres humanos tenemos derecho a fundar una familia sin restricción alguna?
No será que nuestros prejuicios y visiones de lo “normal”, entendido como aquello que siempre nos ha tocado ver y parece imposible de cambiar, nos hacen pensar que es inviable un matrimonio entre homosexuales, así como hace 50 años parecía impensable que blancos y negros compartieran libremente,o que hoy nos escandalizaría que un artista de color no pudiera quedarse en algún hotel de la ciudad en razón de su raza.
Lo “normal” casi siempre es fruto de la inmovilidad. Y esta conspira contra la evolución y el desarrollo de una sociedad más abierta, inclusiva y tolerante. Todos tenemos derecho a formar una familia más allá de nuestras preferencias sexuales. El amor no distingue de preferencias ni “normalidades”, y es deber de las leyes darle cobijo a todos quienes pretendan constituir un hogar.
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maria-cristina
Relacionaste y comparaste dos temas de discriminación, concuerdo absolutamente en muchos aspectos que abordaste, Sin embargo tengo la sensación que estamos lejos que la unión civil de personas del mismo sexo sea una realidad en Chile, siento que este país no está preparado falta más amplitud de mente, dejar atrás prejuicios sin fundamentos y abrir paso hacia un camino de tolerancia y respeto a las preferencias sexuales de cada persona.
saludos cordiales !
maria-cristina
ha por cierto que genial que comentaras Louis Armstrong un talentoso e innovador músico de jazz me encanta su musica ! que lamentable que Chile lo hayan discriminado por su color de piel.
magduglas
somos iguales pero ellos elijen una obsion diferente , la cual saben sus dificultades, las cuale sdeben aceptar porque yo debo aceptar lo que ellos quieren si tambien deben aceptar lo que yo creo. creo en mi pais pero ser iguales no debe ser un dibertinaje osea si me enamoro de mas de una mujer tb deben legalizarlo proque es amor un sentimiento. cada uno es libre de elegir respetando las leyes existentes sino para todos debe haber un cambio.
atharsia
He leído varias veces esos pasajes de la Constitución y creo que la solución al problema que aqueja a las minorías no está en ellos, puesto que si vamos a las Actas de CENC, encontraremos que el espíritu con que se crearon dichas disposiciones es el que hoy repiten incansablemente los políticos UDI y RN: La familia es la que forman un hombre y una mujer, con plena capacidad para procrear y perpetuar la especie.
Por otra parte, lo «normal» no está dado por el Ordenamiento Jurídico, puesto que éste debe ser esencialmente deductivo, es decir, de las situaciones que se dan en la sociedad, crear derecho y no que el derecho actúe como un «creador» de «normalidad». Y en ese sentido, lo «normal» es lo que nos dicta las pautas de cómo debe desarrollarse la legislación, siempre y cuando exista un consenso nacional sobre determinada materia, cual no hay respecto a los derechos de las personas con distinta orientación sexual. Ojo, me refiero al tema del matrimonio, está demasiado claro que todos gozamos de los mismos derecho que nuestra calidad de personas nos otorga, eso jamás estará en duda.
En definitiva, según mi parecer, la solución radica en una reivinidicación de la igualdad como principio fundamental, todos tenemos derechos a X, en tanto nuestro Ordenamiento Jurídico lo permita o no lo prohíba. Las minorías deberán abogar porque este Pacto de Unión Civil les garantice acceso a la protección jurídica de la sucesión, salud y prestaciones familiares, mas no luchar porque se llame «matrimonio», puesto que ello ameritaría primero una revisión de la Constitución y luego, del Código Civil, puesto que la Sociedad Conyugal está pensada única y exclusivamente para un hombre y una mujer.
Saludos.
cristianceron
Mientras leía de principio a final, tuve la sensación de que el texto daba cuenta de «una buena intención». No obstante, el debate creo que no termina ahí.
Hay varios temas que están mencionados pero que no muestran una profundidad suficiente que permitan perfilarse como una reflexión política transformadora:
Creo importantísimo el debate en cuanto a preguntarse qué entiendemos por familia, y qué pretendemos perpetuar con el concepto que damos…
Nadie parece mostrar una posición muy crítica cuando se menciona que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad (o elemento natural y fundamental de la sociedad como fue mencionado en el texto), creo que lo que se está poniendo de relieve en ese argumento es que la familia «heterosexual» puede producir nuevos individuos para incorporarse a la vida social y económica y así mismo reproducirla nuevamente. Sin embargo, esto oculta el hecho de que históricamente ha sido la institución heterosexual aquella institución que ha condenado a las mujeres y a los gays a permanecer inferiores (Monique Wittig) y con ello mientras se siga considerando a la heterosexualidad como dogma las mujeres van a seguir siendo «complemento» del hombre (Carla Lonzi), donde se le ha explotado el potencial reproductivo de la mujer, elemento central en el que se funda economicamente la heterosexualidad…
Particularmente creo que la familia, tal y cual la conocemos: «heterosexual», reproduce, aunque con un poco menos de fuerza por las voluntades políticas en juego, las formas de dominación de los hombres hacia las mujeres, ubica a las sexualidades disidentes a la norma heterosexual en un lugar de «inferioridad», etc. Y si bien, la homosexualidad se emplaza como alternativa a la hegemonía cultural heterosexual, esta última persiste en tratar de privarla de derechos y hasta mostrando discursos de igualdad que enmascaran dominación aún así, ya que cuando la heterosexualidad señala inlcuso que gays y lesbianas debieran tener los mismos derechos que heterosexuales, esconden el hecho que de ese modo gays y lesbianas se hacen iguales a ellos, y así se continúan ubicando en el centro, donde gays y lesbianas se «igualan» a un algo que ya es lo correcto desde antemano. No me queda más que preguntarme: qué pasa?, el discurso continúa escondiendo dominación!, porqué querer igualarse a ellos/as como si fueran ellos/as «unos/as elegidos/as» a quienes habría que igualárseles… No creo que una ley de matrimonio «igualitario» resuelva el problema, el dilema creo que es mucho más profundo, el debate no se está haciendo cargo de la autonomía de las personas a decidir sobre sus cuerpos, sus sexualidades, sus acciones, etc.
Quien quiera casarse que lo pueda hacer, sin embargo, no creo que sea lo central. Qué rol debe jugar el estado como garantía del bienestar de las personas en sus relaciones y hasta quizás no tratando de «regularlas» (para qué?, controlarlas también!?), sino que donde cada persona decida qué es lo que quiere hacer y en qué medida se le permite al estado inmiscuirse en su autonomía.
En este sentido una ley antidiscriminatoria podría perfilarse como una alternativa, aunque ignoro cuáles han sido las propuestas…
Saludos.
danielg
Excelente analogía y oscuro dato. Me gustaría saber más acercade la visit te don Luis Amstrong en Chile.
grazie!