Pasadas las 13 horas de este lunes, el Presidente Piñera hizo definitivamente su cambio de Gabinete. Cambio solicitado, muchas veces exigido, por casi todos quienes tienen opinión política en Chile. Los partidos de Gobierno, con el fin de “restablecer los equilibrios”, los de la Concertación, para que se arregle el naipe ministerial, mejorar el diálogo con el Ejecutivo y de pasadita rayarle la pintura a la actual administración.
En números simples, el remezón afectó a ocho ministros. Tres se fueron para la casa y llegaron cuatro nuevitos. El resto fueron simples enroques: Joaquín Lavín a Planificación, Laurence Golborne a Obras Públicas, Hernán de Somilnihac a Minería y Felipe Bulnes a Educación. Si la suma no le cuadra es porque hoy tenemos un ministro más: nuevamente Energía se separó de Minería.
Para muchos, aún está latente la gran promesa piñeril de que éste sería el Gobierno de los técnicos y no de los políticos, dejando entrever esa animadversión que la derecha chilena tiene por todo lo que suene a política. Pero resulta que uno ve los últimos cambios de Gabinete, y lo que se ha hecho es sacar técnicos y poner políticos: el ingreso de los senadores Allamand, Matthei, Longueira y Chadwick confirma esta tendencia.
Pero no hay que preocuparse por eso. Porque tanto el trabajo del más alto nivel en el Legislativo como en el Ejecutivo se hace en torno a la política. Esto implica preocuparse por los ámbitos del Estado, con múltiples variables, donde incluso las percepciones son importantes. Porque la política también son sensaciones, y no sólo ecuaciones y números como creen ciertos técnicos. La felicidad del pueblo, en última instancia y aunque suene irrisorio para algunos, no es materia de la física cuántica.
Lo que sí es complicado es que se prometa una cosa y se haga otra. Que se diga que se privilegiará lo técnico por sobre lo político, y luego, con el andar de los meses, se caiga en lo que precisamente se criticó durante la candidatura. Echando por tierra, de paso, la tan cacareada nueva forma de gobernar.
Otro aspecto que queda latente es que lo que se ha visto con el último ajuste es que lo menos que se dio en la discusión fue sido el alto interés del país. Que la UDI no se sentía representada, que RN no quería que sacaran al ministro del Interior, que no aceptaría seguir exponiendo a presidenciables como Joaquín Lavín y Laurence Golborne en carteras polémicas.
En concreto, el Ejecutivo fue secuestrado por los intereses partidarios y presidenciales de los partidos que hoy ostentan el poder. Se movilizó más por la posibilidad de mantener la conducción del país en manos de un sector político que por las necesidades de la ciudadanía fue el espectáculo final. Y claro, en el ejercicio del poder siempre ha ocurrido esto, pero uno quisiera que entonces no le embolinaran la perdiz con altruistas intereses colectivos.
Es éste el desembarco de la política dura en el Gobierno. Un desembarco necesario, seguramente, a la luz de las elecciones municipales que ya se empiezan a perfilar y las presidenciales que vendrán después.
Y, como todos sabemos, las decisiones de la política son distintas de las que toman los técnicos. Y en este escenario, que me perdonen los puristas, creo que la ciudadanía tiene más posibilidades de poner sus temas. Porque si algo debiera diferenciar la política de la técnica, es precisamente la capacidad de escuchar. Por lo menos de la política que Chile necesita hoy, la política de verdad, no la chica que protege intereses particulares por sobre el bien general.
Y será ésta la prueba de fuego del nuevo equipo ministerial, que tendrá que demostrar si se la podrá con las demandas de igualdad, equidad y preocupación socioambiental que hoy inundan nuestro movilizado territorio nacional.
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Foto: Ministerio Secretaría General de Gobierno / Licencia CC
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