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¿Material de encuestas o ciudadanos?

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Había una vez políticos que se arriesgaban y tenían ideas para proponer y, en una de esas, convencer a la gente que los premiaba con el voto y los elegía. Pensaban que sus propuestas eran buenas y, armados de esa convicción, se lanzaban a la contienda electoral. Se llamaba riesgo político.


La encuesta debe servir sólo como indicador de lo que piensa la gente, no como sustituto de la creatividad programática de la política, de la capacidad de proponer metas y horizontes ideales, de convencer en torno a los propios valores

Hoy ya no es necesaria tanta valentía. La tecnología social ofrece a la política las redes seguras de instrumentos analíticos cada vez más refinados, datos que emergen de la encuesta infinita a que son sometidos los chilenos. Focus group, sondeos telefónicos, web consultas, reemplazan el olfato y la sensibilidad del antiguo político. Partidos y candidatos van a la segura, armados de una justa paleta de temas, programas y elección de distritos con la salvaguardia del sistema electoral. Sólo importa el resultado final, que emerge de las urnas, expropiando todo el proceso anterior, la deliberación y el convencimiento, la asamblea virtual y masiva que la campaña debiera poner en pie. Esta distorsión nace del hecho de que, ensimismados en el resultado (de las urnas) se descuidan, se minimizan los efectos de la tecnopolítica en el sistema democrático. Es la reducción de la política al marketing de eslóganes, algunos repetitivos y otros pintorescos. Programas comprimidos en el espacio sintético de las redes sociales o en lo que cabe en la gigantografía que se mira a la pasada. Es el resultado del ciudadano reducido a carne de encuestas.

En la aplicación ortodoxa del método de encuestas, supuestamente conocimiento científico, reside la renuncia de los partidos a la propuesta propia que se alimente en sus propias fuentes valóricas y programáticas. El partido –y el candidato– van tras electores cada vez más fluctuantes, liberados del antiguo voto ideológico. Votantes medidos, que siguen la alegre marcha o el desfile sombrío que le presenten los medios.

Como afirmé en una anterior columna, las encuestas ofrecen una fotografía del momento. Un episodio de la opinión pública, resultado de lo que un politólogo ha definido como “ignorancia racional”, o sea respuestas que no son fruto de una competencia informada, sino de la urgencia de evitar un honesto “no sé”, convencido el encuestado de que después de todo su opinión no es tan determinante.

Pero la democracia exige ciudadanos (¿ideales?) que deberían ocupar algo de su tiempo en informarse y emitir juicios ponderados sobre cuestiones públicas por las cuales son interpelados. Llegamos así a lo sostenido en otras notas: la ausencia de un servicio público de comunicaciones (especialmente la televisión) de alto nivel, que contribuya a la formación de ciudadanos informados y capaces de reflexionar por sí mismos, no por la martingala del político de turno.

Tampoco se trata del retorno a los partidos/vanguardia de antaño, que derramaban la luz de sus ideologías sobre los votantes, impermeables a lo que el pueblo quería. Véanse los resultados de los dos plebiscitos constitucionales que desmintieron la exactitud de los termómetros con que fueron medidos los ciudadanos. La encuesta debe servir sólo como indicador de lo que piensa la gente, no como sustituto de la creatividad programática de la política, de la capacidad de proponer metas y horizontes ideales, de convencer en torno a los propios valores. Lo contrario es el ejercicio acomodaticio a lo que resulte del último sondeo. Si la gente, según algunas encuestas recientes, pide mayoritariamente la pena de muerte, inducida por el martilleo de la crónica roja, ¿debe un partido proclamar su reposición, aunque sea contrario a sus principios éticos, sean laicos o religiosos? Claro que no, pero a costa de perder puntos a favor del populista avisado que capitaliza ese sentir.

Desde mi punto de vista, es bueno conocer la opinión de la gente para luego, por los medios públicos, invitarla a la reflexión con discursos un poquito más complejos que las parrafadas elementales y obvias que muchos políticos exhiben. No se trata, pues,  de seguir la opinión pública expresada en las encuestas en forma acrítica y faldera, sino para impulsar con mayor fuerza los procesos deliberativos propios de los sistemas libres y democráticos. Solo de esa confrontación pública resultará un voto cualitativamente superior, aunque no sea el de mi preferencia.

TAGS: #EncuestasDeOpinión #PartidosPolíticos

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