Ya lo canta nuestra genial Violeta. Me gustan los estudiantes porque son la levadura. Aquí, en este aporreado país hemos entendido, gracias a ellos, una serie de fenómenos.
– Que la Concertación, habiendo hecho muchas cosas valiosas, quedó en deuda de muchas otras.
– Que el país equivocó el camino al votar por un cambio que se ha demostrado inexistente o, peor aún, en sentido opuesto.
– Que las contradicciones aparecen día tras día, una tras otra, inexorables, fieles testigos de nuestra propia incoherencia.
Pero el pan no se hace con frases, ni con promesas ni con juramentos. Ni siquiera, con intenciones. Se hace con harina, agua, levadura, algo de sal y mucho trabajo. porque del conjunto de sus componentes debe surgir la masa. El proceso, además de trabajo, requiere de una enorme sabiduría y experiencia para que los elementos se combinen armoniosamente y se logre que a la mesa llegue, con toda su sabrosura, el más noble de los alimentos del hombre.
La harina está, y el agua. Tenemos sal y hemos encontrado la levadura que creíamos perdida. Ahora es el momento de preparar la masa. Se trata de integrar los elementos y lo haremos agregando algo de agua tibia mientras iniciamos el amasijo. Ni mucha, ni poca, con paciencia, con tiempo, con amor.
Es un momento delicado. Cualquier prisa, cualquier torpeza puede estropear el producto hasta hacerlo inservible. Amasar, dejar que la masa liude y seguir sobando. Comprobar su consistencia, su peso, su humedad, su aroma, su elasticidad, Entretanto, se puede pensar en hacer fuego para que el horno alcance su temperatura ideal.
El proceso político actual tiene gran semejanza con esta imagen. Queremos pan, necesitamos pan. Pan para aprender, para formarnos como seres integrales, pan para ser iguales y libres, pan para nuestra democracia. Tenemos hambre de conocimientos, queremos participar, queremos ser integrantes de la sociedad y cambiarla, cuando haya que hacerlo.
Está la harina, está la levadura, está la mesa de amasijo. No hemos logrado la masa. Tal vez hemos tenido impaciencia y apuros, no hemos sido prolijos, hemos sido ansiosos o vehementes. Esta descripción es válida para una parte en conflicto.
La otra, en cambio, no quiere hacer pan. Prefiere seguir como lo ha hecho siempre: mandarlo a comprar hecho. El dinero no escasea y los escaparates están llenos de las más diversas especies. Los hay blancos y negros, de distintos sabores y consistencias, refinados, vitaminizados, importados de otros países. Una amplia variedad de sabores y texturas. También esa humilde marraqueta que de mañana, calentita y olorosa, resulta incomparable. O el pan dietético, porque hay que cuidar la cintura.
Vivimos un conflicto que crece y parece no tener fin. Hay congoja y bronca, hay amenazas y hay miedo. Hay empecinamiento. Estamos involucrados en una lucha de insultos, combatiendo a pedradas en la calle. Aparecen unos misteriosos encapuchados que no son ni unos ni otros, pero al mismo tiempo son ambos, son chilenos. Las fuerzas del orden detienen a estudiantes, pero no logran detener a esos misteriosos seres. Las fotografías que salen al extranjero sobre nuestra realidad cotidiana dan vergüenza. ¿Qué pasó con Chile? se preguntan en otros países hermanos, admirados de que nosotros también hayamos perdido el rumbo.
La masa está liudando. Se está fundiendo en un medio vivo, donde ocurren una serie de procesos biológicos. Actúa la levadura, la masa inicia un fenómeno de fermentación cuyos gases hacen que sea más porosa. Pero ha surgido una voz de alarma. Algo ha ido mal. Es como si se hubiera desligado. La masa no se ha hecho homogénea. Como si estuviera descompuesta en dos partes antagónicas que se combaten. Hay mucha efervescencia y ningún diálogo. No se comunican las moléculas. No sabemos si falta agua, o harina, o levadura, si un cuerpo extraño se ha hecho presente que impide que la masa se ligue. Lo que sí hemos comprendido es que si no logramos poner orden en la panadería, nos quedaremos con hambre.
Lo que también nos queda claro es que hace falta un maestro panadero. Que llegue, toque la masa, la huela, la sobe, la evalúe y nos muestre el camino. Que nos diga la verdad, que no le tema al riesgo. Necesitamos que ese maestro nos explique qué ha ido mal, cuál es la realidad del producto, qué posibilidad tenemos para que, a pesar de todo, lleguemos sacarlo del horno y llevarlo a la mesa.
El panadero actual sólo nos habla de dineros, del costo de los insumos, de las tasas de interés, del desorden en las calles. Dice que falta agua y luego cambia de parecer y la encuentra excesiva. Dice que el horno no está para bollos, que tenemos que seguir esperando. Propone diversas medidas que nosotros sabemos ineficaces. Se ve desorientado e inseguro, sus compañeros se miran temerosos y obcecados. Nuestro sentido común nos indica que el pan nuestro de mañana está en peligro.
Ese maestro que esperamos no caerá del cielo. Ese maestro somos todos. Es la sabiduría interna la que debemos aportar. Todo indica que aún queda algo de tiempo, que si atinamos, el pan podría salvarse. Que lo principal es arremangarse y poner las manos. Sobar esa masa hasta que termine de liudar, tener paciencia y fe en nuestro propio arte. Y luego, calentar bien ese horno, dejar que se forme la costra para que el pan no se reseque, dejarlo enfriar con mucho tiempo antes de llevarlo a la mesa.
Si la levadura no actúa sobre la masa, estaremos perdidos. Nada indica que ése sea el caso. La masa está sana y ha liudado bien. Le falta tiempo, le falta algo de conciencia, le falta comprender lo que está en juego.
Queremos ser un país de verdad. Uno que cree en sí mismo y que busca el progreso en el marco de sus propias capacidades. Un país que ha comprendido su necesidad de educarse. De ser mejores. Un país que reconoce la fuerza de su propia levadura y que cree en su juventud. Un país capaz de lograr su propia expresión política. Terminar con la maldición de aquella actividad tan desprestigiada. Que apoye a las generaciones de recambio, sostenga su compromiso, aporte lo que hayamos aprendido. Burlarse de los políticos es el peor de los escenarios posible. Sí, han errado, sí han comprendido mal algunas situaciones. Pero también es verdad que la mayoría de ellos siguen una vocación honesta y generosa. La labor nuestra es, justamente, separar la paja del grano. Reconocer al inescrupuloso y deshonesto y castigarlo con todo el rigor de la democracia.
Y elegir, en cambio a quienes nos demuestren su genuino compromiso con mejorar la educación, reformar la política, y hacer más justas las cargas tributarias.
Es elegir, llegado el momento, a quien sepa de verdad , como maestro panadero y dotarlo de un equipo de personas idóneas como sus colaboradores en el poder legislativo.
Para poner en sus manos un proyecto concreto que habremos elaborado que incluya una ruta de navegación precisa, de metas y plazos. El pan estará entonces salvado.
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Foto: Amasado – ISO800.cl / Licencia CC
Comentarios
24 de octubre
Excelente!!!!
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31 de octubre
Gracias, Jaqueline.