Bien pudiera ser esta la sentencia que ilustra de mejor manera la lección que podemos sacar del proceso de Primarias reciente.
¿Han visto Black Mirror? Es una excelente serie británica que, de paso, pronto ya estrena su cuarta temporada. Ahí tienen ciencia ficción de la buena. Hay una suerte de futurismo en estos relatos, la mirada sobre el desarrollo tecnológico es muy racional y en algunos casos tan preclaros como soberbios. En el pasado la literatura de ciencia ficción nos hizo navegar bajo el agua, llegar a la luna o colonizar marte. Los adelantos evidentes que los personajes viven en su vida cotidiana, con inmediatez y confort sin duda son atractivos porque nos hacen viajar a mundos futuros, aún inexistentes, pero posibles. La ciencia ficción es un ejercicio racional de anticipación, pero lo mejor que nos deja este género es la comprobación que pese a la tecnología de punta, al desarrollo de la inteligencia artificial, siempre aflora la humanidad. Es decir, que en un mundo tecnológicamente sofisticado y complejo, lo que domina el relato son los sentimientos más básicos del ser humano: miedo, desconfianza, amor, entrega, celos, ambición, poder.
La fantasía, en cambio, describe mundos que probablemente nunca ocurran. Es evasión pura, sana evasión, que nos permite desarrollar otros aspectos de nuestra mente. La fantasía suple nuestras necesidades de soñar sin compromiso, libres, sin obligación de tener, aunque sea por asomo, coincidencia con la realidad. Este género es altamente cercano a niños y adolescentes, recomendado para ellos además, porque fortalece su formación en las capacidades de abstracción ¿Cuánto de la fantasía es engaño? Todo. Pero es un engaño que nos gusta experimentar, somos lectores y cómplices a la vez. Es un ejercicio lúdico sano y necesario, pero puede ser peligroso cuando dejamos de tener conciencia sobre la inexistencia del relato como fantasía y lo volvemos realidad.
Los medios, las redes sociales, el activismo digital, la discusión política mediática, es fantasía, no ciencia ficción.
Quienes estamos conectados en forma permanente, hiperinformados y activos digitalmente, vivimos una fantasía. En este caso antes, durante y después de las elecciones primarias. Lo que pasa en nuestros teclados y pantallas es una copia distorsionada de la realidad. Vociferamos a partir de ilusiones, imágenes y proyecciones. Lo concreto es secundario y, convengamos, también muy poco atractivo.
Por ejemplo, creímos que irían cuatro gatos a votar, no fue así. Entonces inventamos que fueron muchos los que lo hicieron, difundimos fotos de locales de votación atochados de votantes (del sector oriente de la capital) aunque las frías cifras digan lo contrario, no importa. Algunos medios hablan del “derechazo” del domingo. ¡Por favor! Piñera obtuvo menos de la mitad de los votos que Michelle Bachelet obtuvo en 2013 en igual instancia.
El Frente Amplio obtuvo una votación que no les permite superar la categoría de expresión marginal, relegándolos varios peldaños debajo de la posibilidad de ser alternativa de Gobierno. Sin embargo los medios y las redes recogen el discurso arrogante de su candidata “vencedora”. Los hechos son duros, pero cedemos a la fantasía que nos permiten construir los teclados, porque es más amable.
En realidad la primaria fue un ejercicio modesto, que da cuenta de la falta de entusiasmo ciudadano por decidir su futuro. Y así será en noviembre, el verdadero éxito será para aquellos que puedan (era que no) conseguir más votos que sus contendores. Valga reconocer el éxito de la derecha en movilizar a los suyos, la pregunta es ¿a cuántos más podrán entusiasmar en 1era y 2da vuelta? ¿Pueden aún más? ¿O esto es lo que más pueden hacer?
La derecha actuó desde la realidad, movilizó su tropa y fue efectivo en ello. El Frente Amplio se dejó llevar por la fantasía, por la irrealidad de las redes sociales y los espacios virtuales; llegaron a especular con sacar más votos que Piñera, cuando no fueron capaces de mover su propio electorado en zonas donde se les supone fuertes, como Valparaíso, Magallanes o Santiago.
Los espacios tradicionales de socialización de la política también han perdido su efectividad. Resulta patética la devoción que se tiene por la franja electoral de TV, los programas de debate, o las palomas en los parques. Todo ello ha pasado a ser parte del paisaje, no es novedad para nadie, no llaman la atención.
La actividad política está volviendo a sus raíces. Al contacto directo, a la movilización en pequeños espacios, el diálogo con organizaciones, grupos de interés, que puedan representar y movilizar a los adherentes a su causa.
Habrá que soltar los smartphones un rato, desviar la vista de las pantallas y mirar a los ojos a quienes queremos persuadir y encantar con nuestros proyectos. Renunciar a la fantasía y ponerle a toda esta maquinaria del futuro un poco de ciencia ficción.
"Habrá que soltar los smartphones un rato, desviar la vista de las pantallas y mirar a los ojos a quienes queremos persuadir y encantar con nuestros proyectos. Renunciar a la fantasía y ponerle a toda esta maquinaria del futuro un poco de ciencia ficción."
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