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Manifestaciones sociales y la transición hacia las urnas

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Hace unos días, los resultados de un estudio del INJUV parecieron traer de vuelta a la generación del “no estoy ni ahí”: El 45% de los jóvenes declaró que no votará en las elecciones municipales de octubre del presente año. Para algunos resulta inexplicable que, estando en presencia de un movimiento social-estudiantil histórico en términos de convocatoria, prácticamente la mitad de los jóvenes prefiera no participar del ejercicio democrático; sin embargo, el mismo estudio explica esta aparente contradicción: el 49% de los jóvenes cree que NO es posible influir en política.

¿Podemos culparlos? Definitivamente no. Estamos hablando de una generación que ha visto cómo nuestra arcaica clase política ha gobernado de espaldas a la gente durante décadas. Además, la ilusión de que el voto puede cambiar las cosas se destruyó con la llegada de la centro-derecha al poder, ya que el Gobierno de Sebastián Piñera no ha hecho más que preservar el modelo basado en la desigualdad que implantó la dictadura y que profundizó la Concertación. “¿Para qué votar, entonces?” Se preguntan los jóvenes, notando, además, que resulta más efectivo “hacer política” desde la trinchera callejera. Ahí parece ser que el Gobierno escucha de verdad.

Este desencanto generalizado es, qué duda cabe, responsabilidad de los partidos políticos. Son ellos los que le han restado peso específico al voto, transformándolo en una tediosa actividad cívica incapaz de generar cambios. Y no hace falta ser demasiado perspicaz para entender que este estancamiento del poder, por maloliente que sea, le acomoda a las élites políticas, ya que les entrega una “estabilidad laboral” permanente en el tiempo. El escenario es ideal para ellos: jóvenes desinteresados y un padrón archiconocido. Resulta evidente, por tanto, que de la clase política no podemos esperar una acción incentivadora del voto.

Ahora, en este contexto es importante entender que para lograr las reformas estructurales que anhelamos las nuevas generaciones no basta con exigir desde la calle; más aún, se requiere de dos acciones complementarias: la vía democrática y la construcción de referentes con bases sociales. Si revisamos la historia de Chile, vemos que los primeros partidos políticos nacieron de esta forma, como respuesta a los intereses del pueblo y no al revés, como sucede hoy. Así, hacia 1850 aparecieron los primeros partidos formales para representar, por ejemplo, a la naciente clase media (Partido Radical) o para encarnar las necesidades de la clase obrera (Partido Obrero Socialista).

La manifestación social es necesaria, vital, de hecho, porque sin la fiebre es imposible identificar la presencia del virus, pero si no desemboca esto en la estructuración de referentes con aspiraciones de poder, entonces no podremos esperar reformas “de verdad”, sólo ajustes y maquillajes. Por eso la importancia trascendental de votar, porque sólo mediante la vía democrática conseguiremos acceder a cambios radicales. Y junto con esto, es necesaria la formación de movimientos políticos representativos de la sociedad, que simbolicen exactamente la revolución estructural que se quiere llevar a cabo. Probablemente hoy parezca una pérdida de tiempo levantarse temprano y hacer una fila para emitir el sufragio, pero no lo es. El voto – ya sea con una preferencia, blanco o nulo –es la capacidad que tenemos como ciudadanos de decir “despertamos y estamos presentes”.

Hace 24 años, un pueblo entero derrotó a una dictadura de 17 años con un lápiz y un papel; que esa épica lucha nos sirva de inspiración para recuperar el encantamiento y despertar de este letargo democrático inducido por una clase política autocomplaciente, desgastada y claramente incapaz de liderar a este nuevo Chile.

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10 de agosto

Me parece que las relaciones entre los datos hay que analizarlas desde varios puntos. Por ejemplo, un gran número de manifestantes no es sinónimo de un gran número de sujetos actuando políticamente en sentido estricto –es decir en base a principios u objetivos políticos.

Hay que preguntarse cuántos de los jóvenes que asisten a marchar lo hacen por intereses políticos esencialmente o de otra índole, desde sentirse admirado por el grupo de amigos, aceptado, ser el más rebelde, pasar el rato, etc.

Por otro lado, y siendo honestos, me parece que la ilusión del voto como motor de cambio, se perdió mucho antes que llegará el actual gobierno. Por ejemplo, con la promesa del gobierno ciudadano que no obstante fue todo lo contrario.

A lo anterior se suma claramente, la sistemática despolitización a la que contribuyen no sólo las castas políticas sino también muchos de los propios grupos organizados y sus líderes que dicen oponerse a ese proceso.

Porque la política de “la trinchera callejera”, es más anti política que política. Porque es la exacerbación de los aspectos anti políticos del ser humano, y no la exacerbación de sus aspectos políticos. Eso, es lejos más funcional para la hegemonía de las castas políticas. Por eso éstas prefieren ciudadanos idiotizados rompiendo bienes cuyo costo lo asumen los ciudadanos, que ciudadanos pensantes que por ejemplo, podrían votar nulo en la próxima elección.

Saludos y paz

10 de agosto

Gracias por tu comentario, Jorge.

Respecto a las cifras, tienes razón sobre hacer la distinción entre manifestantes y sujetos actuando «políticamente en sentido estricto», pero, según mi opinión, se puede considerar el actuar de los manifestantes como esencialmente político bajo esta definición de Política (rae): «Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo».

Sobre el fin de la ilusión del voto como motor de cambio, me refería a que con la llegada de un Gobierno con distinto tinte político, la gente creyó que habría un giro importante en la conducción del país y eso no ocurrió. La sensación ambiental es: «Gobierne quien gobierne, las cosas seguirán igual, ¿Para qué votar?».

Finalmente, tu reflexión final es clave: Las castas políticas prefieren ciudadanos destructivos a ciudadanos políticamente activos que puedan generar oposición partidista. Fue ese el pensamiento que motivó esta columna: Un referente ciudadano con aspiraciones de poder puede generar reformas estructurales, desde la calle, a lo máximo que se puede aspirar, es a ajustes del modelo.

Saludos.

10 de agosto

Estimado Álvaro
Me parece que concordamos, excepto en algunas salvedades. Por ejemplo, con considerar la acción política como cualquier actividad donde el ciudadano interviene…de cualquier modo.

Efectivamente expresar opinión, que es el acto de deliberar, es una acción política. Pero usando la palabra de manera libre, lo que exige la ética de la argumentación. ¿Podemos ejercer tal ética en medio de una masa que parece poco dispuesta al diálogo?

En cuanto al referente ciudadano, concuerdo, pero me parece que deben existir muchos referentes que interactúen políticamente, es decir, la sociedad civil plural y activa debe ser el eje de acción y control frente al poder político.

El error que persiste es pretender crear una especie de nuevo monopolio –llamado referente ciudadano que finalmente esconde las pretensiones monopólico partidarias de algunos- que sigue entrampado en eje izquierda y derecha.

10 de agosto

Estamos de acuerdo. No puede existir un único referente ciudadano porque es imposible recoger tanta diversidad de intereses en apenas un movimiento. La idea es salir del juego Concertación-Alianza.

En cuanto a qué es, o no, una acción política: Algunas marchas (no todas) tienen como objetivo central la entrega de algún documento al ejecutivo (petitorios, casi siempre). En ese caso, en que se desea incidir directamente en el sistema, podemos decir que se trata de una acción política, ensuciada con desmanes, sí, pero con un objetivo claro detrás. Creo que ahí está la clave del asunto. Si existe un objetivo explícito de querer influir en el sistema, para que el ejecutivo, o los partidos, articulen determinada demanda, estamos, creo yo, en presencia de una acción política.

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