Con el objeto de explicar lo que está políticamente sucediendo en Chile, hoy somos testigos de una cantidad innumerable de “críticos” del sistema en general. Son los mismos que fueron críticos en el pasado de la Concertación, en la administración de sus gobiernos, en sus desaciertos técnicos y/o políticos, y en toda la política general aplicada todos estos años. La crítica se eleva en nuestros días por sobre cualquier eventual valor político apreciable y la han cargado de virtudes más o menos místicas. Básicamente, quien no es crítico, es inmediatamente conservador, anti-progresista y toda esa serie de epítetos que se refieren a aquellos que no están en ese espacio particular de la “crítica”.
Digo “critica” entre comillas, porque no combato a la crítica como tal, naturalmente. Lo que me distancia, estética y políticamente, de esa “crítica” es que es esencialmente elitista e, indirectamente, servil a los intereses de la derecha. Es pretensiosa, inocua y, generalmente, inútil. Pero eso no es lo más importante, porque el ejercicio explicativo de la política de nuestros días, de los movimientos sociales y ciudadanos, pasa por los lugares comunes que tienden a juntar la desesperación de no ser un “líder” de tales movimientos con la pequeña e insostenible pretensión de interpretar tal descontento.
Yo soy crítico de tales críticos. Supongo me otorgaran el derecho. Esto, por razones más o menos evidentes.
En primer lugar, porque los que critican el sistema en su dimensión abstracta, no dicen ni una sola palabra cuando opera para elegirlos diputados y senadores.
En segundo lugar, porque los que critican lo que hicimos en el pasado, lo hacen desde un pasado desconocido. ¿Qué hicieron estos fervorosos militantes de izquierda? ¿Estuvieron de vacaciones? ¿Donde estaban? La frescura no tiene límites.
En tercer lugar, porque hay una buena parte de intereses creados. A las “nuevas generaciones” y en secreto, no les gusta Bachelet porque constituye su fracaso táctico.
En cuarto lugar, porque creen que las movilizaciones estudiantiles, ciudadanas o sociales son un producto de algo que nosotros hicimos mal, y de la desafección de la Concertación con los movimientos sociales. No hay espacio para entender que tales movimientos son el efecto directo de una madurez democrática nacional.
En quinto lugar, porque se creen exégetas de lo que sucede en Chile, porque han sacralizado procedimientos antes que principios y porque, en último término, saben que su subsistencia radica justamente en ser lo que no son. En ser lo inauténtico.
Ahora tenemos la guinda de la torta. Algunos creen que para captar el descontento, y para presentarnos más “progresistas” (concepto que no tiene ninguna profundidad) la Concertación tiene que ir en dos listas en la elección de concejales. O sea, se pretende disfrazar el verdadero ropaje, con una fórmula electoral.
Pienso que en todo esto, en la crítica de los partidos, en la crítica de nuestros Gobiernos de la Concertación, en la crítica de un sistema abstracto pero altamente efectivo, y en la idea de posicionar a las sacras “nuevas generaciones”, se esconde quizás el problema de nuestros tiempos: la pos-política, al decir de Chantal Mouffe, ha inundado toda esta clase de críticos. No es posible hacer política despreciando su propia naturaleza. Creo que hay que revalorizar la política en su dimensión auténtica, que hay que volver a conectar un sentido propio antes que un lugar común, y que el adversario natural es la anti-política; aquel que cree que su oficio de político consiste no solo en despreciar a su clase, sino que fundamentalmente, confundirse con aquello que no es.
Yo preferiría seguir llamando al pan pan y al vino vino, por su propio nombre.
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Foto: Raise your hand / Licencia CC
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