Los ODS —los Objetivos de Desarrollo Sostenible, definidos por Naciones Unidas— están cambiando la agenda urbana. Su capacidad para dar respuesta a los retos del momento, su adaptación a todo tipo de escenarios y la trazabilidad de los resultados obtenidos los han convertido en una herramienta fundamental para entender la definición de políticas urbanas alrededor del mundo.
Las ciudades son agrupaciones de personas, realidades, infraestructuras y flujos entrelazados que generan ecosistemas particulares. La nueva realidad urbana se define por un crecimiento demográfico y económico, y por un mayor peso político en los asuntos globales, lo que —a su vez— obliga a afrontar retos como paliar las desigualdades urbanas, el consumo de los recursos o la sostenibilidad medioambiental.
Un escenario perfecto para el avance de la Agenda 2030, en el que se observa cómo la capacidad de reacción de las ciudades, a menudo, es mucho más rápida, original e innovadora. Por esa razón, en paralelo a los ODS, se ha generado la nueva Agenda Urbana que marca una hoja de ruta para pensar los centros urbanos desde la perspectiva del desarrollo sustentable.
A diferencia de los ODM (Objetivos de Desarrollo del Milenio), los ODS no solo implican actuaciones en los países en vías de desarrollo, sino en cualquier parte del mundo. Su planteamiento global hace que las acciones que se puedan tomar respecto al uso del agua en Nairobi o las medidas para luchar contra la pobreza en Washington D.C. sean igual de importantes.
Otra de las diferencias es que los ODS exigen un mayor grado de compromiso para los Estados, que tendrán que aplicar la Agenda 2030 a sus políticas internas. Sin ir más lejos, el recién estrenado Gobierno de Pedro Sánchez aprobó la creación de un Alto Comisionado que se encargará específicamente de coordinar las actuaciones para alcanzar las metas fijadas por los ODS. Una figura que tendrá el rango de subsecretario, se enmarcará dentro de Presidencia y que seguirá un plan de acción muy bien definido. En unos días podremos conocer cuál ha sido la evolución en la aplicación de las medidas propuestas, en la reunión del Foro Político de Alto Nivel sobre Desarrollo Sostenible en Naciones Unidas.
Ahora, este compromiso de los Estados se debe trasladar a los entornos urbanos. Se hace más evidente que, a una escala más comprensible, las ciudades reproducen las problemáticas globales. Los desafíos que genera la migración, el medioambiente, el derecho a la vivienda o la pobreza son más abarcables para Administraciones locales, capaces de desarrollar políticas públicas cuyo efecto es mucho más palpable, más inmediato, especialmente cuando las pueden implementar en red compartiendo entre ellas las posibles soluciones.
La nueva realidad urbana se define por un crecimiento demográfico y económico, y por un mayor peso político en los asuntos globales, lo que —a su vez— obliga a afrontar retos como paliar las desigualdades urbanas, el consumo de los recursos o la sostenibilidad medioambiental.
En otras palabras, cada vez toma más importancia la perspectiva local para enfrentarse a un enfoque global. Por eso, no es raro que cada vez tenga más presencia la alianza entre ciudades para compartir experiencias en este tipo de desafíos y que muchos de sus acuerdos se extrapolen a otros niveles de administración. Pero esta también es una relación bidireccional. Las ciudades no pueden actuar de manera aislada, sino que necesitan del apoyo de otras estructuras políticas.
Por otro lado, muchas ciudades están entendiendo que la importancia de los ODS no solo reside en contribuir al desarrollo sostenible mundial, sino también a la comunicación de sus historias a escala mundial. La aplicación de políticas innovadoras enfocadas a los ODS puede ser una buena plataforma para presentarse al mundo.
Si una cosa han heredado los ODS de sus antecesores es que son desglosables en objetivos realistas, fáciles de comunicar, y que cuentan, además, con mecanismos para su cuantificación y seguimiento. Por ese motivo existen distintas iniciativas para medir cuál es el grado de cumplimiento de los ODS. Muchas de ellas parten desde las ciudades, seguramente porque estas suponen un espacio mucho más medible y más fácil de monitorizar. Es el caso del proyecto BC2030, en Canadá, donde se mide cómo están progresando cinco ciudades en el cumplimiento de los ODS. En el mismo espacio también se mide el compromiso de los distintos partidos a escala local. Una señal de que tener los Objetivos de Desarrollo Sostenible en agenda se vuelve inevitable y que tener semáforo rojo en este campo puede tener consecuencias.
Los ODS han entrado a formar parte de la agenda de las ciudades y van a condicionar cada vez más las políticas públicas urbanas. Es un paso necesario y muy positivo. Y es en las ciudades donde nos jugamos dar las respuestas necesarias a los retos globales. Su compromiso es fundamental.
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