Sucedió lo que ya sabíamos, lo que en el fondo de nuestras conciencias estaba más claro que nuestras ingenuas palabras. No queríamos asumirlo, pero ahí estaba frente a nuestros ojos el hecho mismo que se desencadenaría -o explotaría si usted lo prefiere- una vez que comenzara el proceso de inscripción de primarias parlamentarias: la demostración del nulo interés de cúpulas políticas al momento de extender “invitaciones” a nuevos liderazgos políticos.
Así es, porque la no-inscripción de primarias parlamentarias de parte de la llamada Nueva Mayoría -que vendría a ser la Concertación más las personas que ellos no quieren incluir- nos recordó que hay gente que, una vez que pierde todo lo que alguna vez tuvo, es capaz de prometer todo con tal de volver a obtenerlo. Incluso lo que nunca pensaron cumplir.
Quienes quisieron participar de esta supuesta “fiesta democrática”, vieron sus sueños tirados por la borda por los mismos de siempre. Se sintieron como escolares queriendo participar del grupo más cool del colegio, hasta que se dieron cuenta que los integrantes de dicha agrupación no era más que una colectividad de ególatras, en donde reinaba la pillería por sobre la inteligencia. Dos cosas muy diferentes.
¿Qué pasó con las ansias de congregación que manifestaron los partidos opositores mientras esperaban a Michelle Bachelet? ¿Los invadió la seguridad y, al igual que sus años de gobierno, se olvidaron de dónde vienen y hacia dónde deben ir consecuentemente? Al parecer, sí. Al parecer obviaron una serie si circunstancias y necesidades populares que, como conglomerado de centro izquierda, es un deber tomar en cuenta, aunque sea una parte. Volvieron a “hacer la desconocida” como se dice en chileno.
No obstante lo anterior -que merece un gran replanteamiento de parte de los partidos concertacionistas- hay algo que también cobra sentido si es que un logra ponerse en las mentes de quienes negaron la competencia de nuevas voces y nuevas maneras de hacer izquierda: la venganza. Ese sentimiento, muchas veces olvidado y subvalorado, se tomó las cabezas de los dirigentes, y cobró sus víctimas en quienes los criticaron durante tres años de gobierno derechista, por no haber hecho los cambios necesarios mientras estuvieron en La Moneda. Debido al binominal de Pinochet, dirigentes estudiantiles, como también otras personas de sensibilidad de izquierda, tuvieron que tocar puertas de quienes eran los únicos que podrían dar cabida a sus ideas y sus ganas de postular al parlamento: los mismos que fueron acusados de traición y denostados por años.
¿Qué pasó con las ansias de congregación que manifestaron los partidos opositores mientras esperaban a Michelle Bachelet? ¿Los invadió la seguridad y, al igual que sus años de gobierno, se olvidaron de dónde vienen y hacia dónde deben ir consecuentemente? Al parecer, sí.
Debido a esta situación, es que es urgente que los sistemas de representación en Chile sean abiertos y carentes de instancias en las que se puedan formar grupitos de interés en los que preponderen principalmente pequeñas conveniencias. Y eso no se soluciona con menos política ni menos con el típico desencanto populista en contra de quienes se llaman “operadores”, sino todo lo contrario: se necesita más ejercicio político, para que así éste no sea patrimonio de unos pocos, de los mismos de siempre.
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