¿Y cómo avanzar entonces? Abriendo horizontes y rescatando la esencia del respeto por lo público
Desde hace algunas semanas, la discusión de las reformas tributaria y educacional copa las tribunas de diálogo de nuestros medios nacionales. El fuego cruzado entre visiones políticas y ciudadanas – evidentemente ideológicas – respecto a la reforma educacional ha marcado el debate y ha encendido las alarmas en cuanto al modelo de desarrollo educacional que pretendemos promover como país hacia el futuro.
Hoy se discute en torno a calidad, lucro, copago, infraestructura y varios otros temas que podemos recitar casi de memoria. Los mismos estudiantes hemos sido los impulsores de aquello, ahora bien, ¿sabemos realmente cuál es el perfil de ciudadanos/as que deseamos formar? ¿Qué rol juega la educación cívica y el respeto por los procesos democráticos a nivel de la sociedad civil y sus organizaciones? Mi impresión es que aún es un cuestionamiento pendiente en la discusión.
A la democracia tiende a entendérsela como un mero listado de reglas procedimentales. Un sistema agotado para muchos, una forma de ver el actuar cívico que se ha desgastado en base a malas prácticas y caricaturas de políticos corruptos, líderes que se arreglan los bigotes y dejan a sus bases de lado.
Entonces, ¿por qué no entender la democracia como un proceso continuo?, uno que comienza en la formación escolar y no termina hasta que el individuo abandona esta sociedad, teniendo como clave en este proceso el respeto y la materialización de gestos democráticos. No me refiero a meras votaciones para elegir presidentes de curso, sino a algo más profundo que comienza con la observación de la realidad, continúa con la búsqueda de información concreta y objetiva contemplando el debate en torno a ella y culmina con la materialización de un argumento y una postura individual, que involucra también el reconocimiento de la diferencia.
Es aquello lo más democrático que como sociedad podemos promover.
Sin embargo, como jóvenes fallamos cuando no condenamos la violencia en las marchas. Cuando no nos pronunciamos respecto a tomas poco democráticas o que destruyen lo poco que tenemos como infraestructura educacional, ¡fallamos! Cuando dejamos que las minorías administren la democracia a su antojo, ¡fallamos!
Me ha tocado verlo y vivirlo de cerca, como dirigente estudiantil, incluso en mi propia universidad, con federaciones universitarias que entienden como una obligación, casi a la fuerza y con pocas ganas de avanzar en la estructura democrática, la consulta a sus representados frente a temas tan cotidianos en el acontecer actual como la postura de la institución frente a una marcha estudiantil. O más aún, elecciones universitarias con quórums que apenas alcanzan el mínimo solicitado para declarar la elección como válida y estudiantes manifestando que es mejor “mantener el status quo”. A mi parecer, esto es bastante más que puro descontento con la “cuestión política” que plantean los sociólogos. Es reflejo de una realidad que nadie ha querido enfrentar desde hace años: una comunidad sin cultura cívica, sin política en su esencia más purista. Necesitamos rescatar el diálogo y promover la discusión para el alcance de acuerdos que beneficien el desarrollo social, sin esto seremos una comunidad que no avanzará.
¿Y cómo avanzar entonces? Abriendo horizontes y rescatando la esencia del respeto por lo público. Es imperativo buscar formas que revaloricen este ámbito desde la experiencia social, sin radicalismos, sino con mirada de comunidad. Es momento de entender que todos tenemos algo que aportar y en ello, los procesos democráticos, institucionales, clásicos, pero también con mirada de lo actual, son claves.
Chile no puede avanzar sin sus jóvenes, y los jóvenes no avanzamos en este nuevo Chile si no entendemos que lo público y los procesos participativos y democráticos deben nuevamente ser el centro del desarrollo de nuestra comunidad. No hacernos cargo de tal realidad es partir desde muy temprano con las malas prácticas que tanto criticamos.
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