Principios de los noventa cuando los organismos internacionales del capitalismo comenzaron a “recomendar” las indicaciones definidas en el Consenso de Washington, la cuestión de las políticas contra la pobreza (o en realidad contra los pobres) se instaló en la agenda de los gobiernos.
Pero había algo distinto. Primero, detrás no había un sentido ético sino era una fórmula complementaria a la contra-insurgencia, una táctica para reducir las posibilidades de subversión de los desposeídos. Segundo, ésta dejó de ser comprendida como resultado de una situación global de desigual distribución de la riqueza y poder, donde unos pocos (propietarios) se apropiaban indebidamente de la producción y el trabajo de otros. Por el contrario pasó de un fenómeno relacional, construido socialmente, a pensarse como mera condición individual ligada a trayectorias biográficas y méritos personales, endosando la culpa a las mismas víctimas del modelo.La desposesión es cada vez más real, el despojo cada vez más brutal, el absurdo cada vez más evidente. La indignación necesaria debe despertar, desnaturalizar los excesos de una clase como si fueran un triunfo del emprendimiento individual y no resultado del engaño, el tráfico de influencias y el cohecho sobre los recursos comunes y la apropiación indebida de la riqueza pública.
El objetivo de esta política del norte para los países del sur, era desviar las reivindicaciones populares del siglo XX de restituir lo expropiado por los poderosos, a centrarse sólo en que, del rebalse de lo producido, chorree algo para abajo. Así pues, todo fue hablar sobre los pisos necesarios (sueldo mínimo, necesidades básicas insatisfechas, focalización del gasto, etc.) y no del techo permitido, precisamente para ocultar sus causales: los excesos que como sociedad estamos dispuestos a tolerar, el máximo de riqueza que un individuo puede tener.
Alguien se ha preguntado por qué las universidades, el Estado y los medios llevan 30 años estudiando, censando, analizando, categorizando y tipificando a los pobres. Qué comen, cómo visten, cuánto ganan, las muertes que tienen, los embarazos que suceden, las drogas que consumen, los asesinatos que cometen, los delitos que hacen, etc. Pero ¿Sabemos algo de los ricos? ¿Hay programas, estudios o documentales que enseñen su violencia, su hipocresía, su codicia, sus robos, que muestren el cómo se hicieron ricos y realmente cuánto ganan y poseen?
Si no lo hacen es precisamente para no saber de sus excesos, su hambre insaciable, su saqueo incesante. Para no saber de todos los Luksic y los Dávalos que hay, para no conocer las operatorias especulativas que impulsan, como las que permitieron a la nuera de la presidenta llevarse 2.500 millones de pesos: monto superior al gasto social anual de los 10 municipios más pobres del país.
La desposesión es cada vez más real, el despojo cada vez más brutal, el absurdo cada vez más evidente. La indignación necesaria debe despertar, desnaturalizar los excesos de una clase como si fueran un triunfo del emprendimiento individual y no resultado del engaño, el tráfico de influencias y el cohecho sobre los recursos comunes y la apropiación indebida de la riqueza pública.
Comentarios
17 de febrero
Los explotadores con sus excesos no desaparecen de un momento para otro. Más bien ello involucra un largo proceso político, social, económico e ideológico. En algunos países latinoamericanos la patronal está derrotada, pero no aniquilada. De hecho, les queda una base internacional, el capital global, del que son una rama con el cual forman una economía basada en la especulación, que de ese modo no crea riqueza sino que se la apropia. Tienen los medios de producción, mucho dinero y amplísimos vínculos sociales. Incluso en los países que buscan construir un régimen popular su poder de resistir aumenta en miles de veces precisamente a causa de su derrota.
En Chile, su posibilidad de coartar la acción de los trabajadores que pretendemos construir una opción al neoliberalismo se basa en el control del Poder Judicial, de los medios de comunicación, de la producción del cobre, de la dirección de la economía, etc., todos ámbitos que les proporcionan una importancia incomparablemente mayor a la que les corresponde por su número entre el conjunto de la población. La lucha de los explotadores, de los dueños de nuestras riquezas digo, contra los trabajadores se vuelve así mucho más encarnizada; en especial cuando se habla de movilizarnos o de esa Asamblea Constituyente Autoconvocada que sustituye las ilusiones reformistas de esta falaz transición a la democracia.
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17 de febrero
En realidad seño Renna rme parece mucho mas absurdo preocuparse de quienes se cuidan muy bien por si mismos en lugar de preocuparse por quienes tienen mas problemas.
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21 de febrero
Está bien que se tome partido por la izquierda y sus dogmas, pero esto: «La desposesión es cada vez más real, el despojo cada vez más brutal, el absurdo cada vez más evidente.», ¿no será mucho, Lucho? Se oye muy parecido a «El mundo se acabará, las señales ya están aquí, por todos lados. Todavía estás a tiempo para salvarte» Yo prefiero dejar los discursos apocalípticos a un lado y sugerir cosas concretas: Sabemos que la concentración excesiva es nociva, sabemos que la riqueza en manos del Estado es nociva. Seamos creativos: La solución va por lo menos pensado, creo yo, por las sociedades anónimas. Legislar para prohibir que la propiedad de éstas se concentre en un mismo individuo o en cualquiera que tenga parentesco con él en por ejemplo, más de un diez por ciento. Se generaría una curiosidad entretinidísima: No serían empresas del Estado, que roba todo lo a su alcance, pero tampoco la propiedad estaría concentrada. Normar por ese lado nos puede llevar al capitalomunismo. Y en una de esas resulta bueno.
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