Un extremo de esta premisa es la unidad que obvia las diferencias de fondo. Como crónica de una división anunciada, en algún momento la desavenencia emerge y entorpece el avance. Es lógico que así ocurra e incluso positivo porque lo contrario es el instrumentalismo por sobre los principios. Algo que se ha convertido en mantra en parte de la acción política y social actual.Los francotiradores se encargan de tumbar toda idea que no se adapte en un ciento por ciento a lo que en su particular mirada debe ser. Ya sea porque no les gustó el mensaje, la cinta de envolver del sobre o porque el mensajero no les cae bien.
Pero aunque unirse en torno a los temas de fondo más que sobre los accesorios es lo importante, existe una práctica, una especie de deporte distorsionador entre grupos que se supone comparten objetivos. Es lo que en jerga bélica se llama el fuego amigo. Y en la más coloquial, el perro del hortelano.
Mucho se ha escrito sobre aquello. Y explicaciones debe haber bastantes: individualismo, caciquismo, caudillismo, mesianismo, confundir lo contingente de lo esencial. Como ejemplo de la división en la acción política se alude al archipiélago de la izquierda. Incluso existe una historia –ficticia o no, da lo mismo- de cierto partido que a los pocos días de nacer ya estaba conformado por tantas facciones como fundadores le dieron vida.
Personalmente tengo un amigo que, con mucha claridad, me dijo un día que existen ciertos líderes –o pseudo líderes- que se miran al espejo y ya encuentran diferencias.
El origen de la diferenciación permanente que no permite construir fuerza política y social relevante ha sido analizado desde hace tiempo. De lo que no he sabido mucho es sobre los efectos de mediano plazo de la práctica de quienes acostumbran a disparar contra los que se supone son aliados en la causa colectiva. Les llamaré, sólo para efectos de este escrito, los francotiradores de la diferencia.
El primero y más visible es que las iniciativas que se levantan presentan dificultades para materializarse. Sin ánimo de buscar formas para avanzar, los francotiradores se encargan de tumbar toda idea que no se adapte en un ciento por ciento a lo que en su particular mirada debe ser. Ya sea porque no les gustó el mensaje, la cinta de envolver del sobre o porque el mensajero no les cae bien. La munición puede ir dirigida al envoltorio o a su portador. Da igual, lo importante es abatir.
Tal es el efecto inmediato.
Pero el más complejo y riesgoso es el de mediano y largo plazo. Es la inmovilización de los movimientos –aunque suene paradójico-, a cuyos participantes la metralla les va licuando las ganas de proponer ideas y acciones en el espacio público. A no levantar la cabeza ni sobresalir, no vaya a ser avistado por el atento francotirador.
La autocensura comienza a aparecer, cunde la desarticulación y la única opción que queda a quienes siguen interesados en el quehacer colectivo –que los hay y muchos- es impulsar los cambios mediante la acción individual. Aunque esto último, nuevamente, suene paradójico.
En el mundo de la política y los movimientos sociales no es difícil identificar francotiradores. Y aunque cumplen también un rol, como todo aquel que participa en el quehacer común, los efectos complejos de su acción se mantienen mucho más allá del impacto inicial.
No es el objetivo de este artículo hacer un llamado a obviar las diferencias ni a actuar con obsecuencia entre quienes comparten objetivos de fondo. O a repetir palabras de buena crianza que nos hablen solo de buena onda, sin entrar en lo medular. Tal puede ser igual de negativo. La idea es simplemente plantear que para la acción política y social se requiere una forma de trabajar que, haciéndose cargo de la diversidad, no espante la unidad. Que la propicie desde otra mirada, teniendo como objetivo caminar hacia ese horizonte que se divisa tan lejano.
No vaya a ser que, volviendo a las historias de antaño, el francotirador se sienta un triunfador por quedarse con la mitad del niño que el rey Salomón partió en dos.
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