Las expresiones del embajador de Chile en Argentina, Miguel Otero, refrescan mi convicción de por qué estoy tan distante de la derecha que hoy nos gobierna. Es por su absoluta falta de capacidad de empatía. Porque es cierto que millones de chilenos no sufrieron -ni ellos ni su entorno- con las torturas, secuestros, allanamientos y asesinatos tan brutales como los de Orlando Letelier, Carlos Prats y señora, Tucapel Jiménez, de los profesionales degollados y una extensa lista de detenidos desaparecidos. Pero como yo lo veo, este fue un padecimiento no sólo de las victimas directas de la dictadura, sino de toda la nación.
Todos fuimos víctimas de la censura, de una prensa obsecuente, del Estado de Excepción, del toque de queda, de un Chile que era como la película The Truman Show, donde el régimen de Pinochet te mostraba una realidad que no era más que un montaje. Así lo prueban casos como la Operación Colombo y el trístemente célebre titular de La Segunda. O los hechos de Rinconada de Maipú, frente a los que los medios de comunicación fueron algo más que obsecuentes.
Por eso extraña y molesta la actitud de los presidentes de los partidos de derecha, que incluso han llegado a usar el argumento de la libertad de expresión, lo que los deja en clara disonancia con su pasado, para defender los dichos del embajador. En mi óptica, si no es removido de su cargo, implica que sí representa la opinión del Gobierno en esta materia.
Me pregunto qué pensaran los cerca de trescientos mil chilenos que en estas elecciones y por otras motivaciones, dieron por primera vez su voto a la derecha.
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