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Lo inevitable era evitable

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El momento chileno no deja de sorprender. No fue menor la operación del presidente Sebastián Piñera de cerrar el penal Cordillera, uno de los tantos símbolos del “tipo de transición” que viviera nuestro país. Y es cierto, en el marco de su coalición la acción debe haber requerido de bastante intrepidez. Eso sumado a las ganas que de forma recurrente ha levantado una parte de ellos de querer “renovar” la derecha chilena, crear una “nueva derecha” como le llamaron en el primer tiempo del Gobierno, nueva derecha que vería alimentada su posibilidad de nacer por la vía de este tipo de acciones.

Debemos tener en consideración que aquellas ideas circulaban antes del movimiento ciudadano que corrió los límites de lo posible. La tremenda tensión que les produce hoy el que una parte importante de ellos persista en perseguir los viejos valores que hoy parecen no tener cabida en la ciudadanía (o al menos en aquella versión), han dado a un sector de ellos un soporte–realidad a esta tesis. Piñera, con su estilo ya conocido, no descansa en querer liderar esa posición. Parafraseando al diputado Sergio Aguiló, la derecha parece estar “entre dos derechas”, que no logran dibujarse solamente en la distinción RN–UDI. El fenómeno que ahí se esta produciendo parece ser de largo aliento y tiene su centro en superar o no el “gremialismo” como su ideología política dominante: volver a la política o seguir reproduciendo la política de la despolitización.

Pero el momento chileno es más que eso. Podríamos decir que el desorden de sus filas responde a la perdida de sentido de los miembros de esos sectores conservadores que piensan diversas estrategias para enfrentar el embate de las energías transformadoras que han surgido en el país.

Sorprende de igual forma como una parte de la Nueva Mayoría, a la cual adscribimos, responde de forma evasiva a las decisiones de origen de construir el penal. Nadie pudiera dudar que una premisa de la política sea que ésta se define en términos relacionales, de fuerza, y ello da sustento o no a los gobernantes para realizar determinadas acciones. Sin embargo, sorprende ver una suerte de “fatalismo histórico” con el que se justifica o pretende justificar lo sucedido en los 20 años de la Concertación. Pareciera ser que (y esta es otra premisa olvidada) la política estuviese puesta en el terreno de lo inevitable, no de las opciones y ellos, conductores de la transición pactada, no pudieron hacer más.

Un ánimo de persistir en ese modo de mirar la realidad pudiera llegar a degenerar las energías transformadoras que encarna nuestra nueva coalición. Es menester que los sectores más progresistas de nuestro espacio mantengamos una actitud vigilante y crítica, con alto entendimiento y vocación de unidad, pero que en la dialéctica marginalidad–integración nos defienda de sucumbir en la segunda y terminar “ordenándonos” en el pragmatismo acrítico que engloba la timidez con que se enfrentaron los desafíos país en las décadas anteriores.

Una buena parte del relato de la vieja política, haciendo la advertencia de no caer en eslóganes vacíos de supuesta innovación, reside en ese lugar común: “fue lo que pudimos hacer”.

De poner en el terreno de la historia (“esa que la hacen los pueblos”) este momento, la democracia retomaría su espesura como categoría y como praxis que es: historizar las sociedades dando un fuerte golpe al discurso hegemónico que buscó naturalizar durante tantos años nuestro devenir.

La tarea de la Izquierda Ciudadana, trazada así desde su creación, será en todo momento avanzar en hacer realidad la mejora en las condiciones de vida de los chilenos en un hilo de acciones que concatenen un proyecto de cambios radicales con fuerte énfasis en lo “ciudadano”, en la “ciudadanización”, es decir, en una revolución ciudadana. Avanzar de forma decidida hacia la superación de las actuales relaciones de poder y suplantarlas por relaciones de autoridad compartida entre el Estado, el Gobierno y la Sociedad Civil en un movimiento de “arriba”/“abajo”, que marque un horizonte–otro para Chile. Esto con un fuerte contenido ético, puesto que nacemos también para sincerar el debate público y sus posiciones.

La Nueva Mayoría sigue siendo, más aún en este contexto, un campo a definir. No hay dudas de que hay muestras de voluntad que antes no habíamos visto, negarlas también sería negar una posibilidad de “buen Gobierno”. El “punto de saturación histórica”, como la historiadora María Angélica Illanes lo definiera hace un tiempo atrás, es la apertura concreta a un nuevo ciclo. Ese nuevo ciclo no “esta dado”, también será producto de las decisiones que se tomen y será resultado de la lucha.

De poner en el terreno de la historia (“esa que la hacen los pueblos”) este momento, la democracia retomaría su espesura como categoría y como praxis que es: historizar las sociedades dando un fuerte golpe al discurso hegemónico que buscó naturalizar durante tantos años nuestro devenir. Sumado a lo anterior restringiríamos aún más el “piso” de la derecha de renovar sus estrategias y/o liderazgos, y mejor aún, ascenderíamos la calidad del debate en nuestro país, asumiendo los errores sin evadirlos con pretensiones de “estadistas”. Ya Antonio Gramsci lo señalaba: “Ninguna sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes o no están, al menos, en vía de aparición y de desarrollo”.

La subalternidad se ha definido como la expropiación por los sectores dominantes a los sectores dominados de su capacidad de hacer historia, de “agenciamiento”. He ahí el dilema de hacerse responsables de los desafíos que vienen. De ser así, al menos lo inevitable quedaría en el baúl de los recuerdos y el impulso transformador de la gente “tomaría el cielo por asalto”.

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Matías M Valenzuela

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1 Comentario

MARCELINO MORENO

YO CREO QUE LA DEMOCRACIA LLEGO Y ES HORA QUE CADA PERSONA ASUMA ESTO.
BASTA DE RENCORES Y TRABAJAR POR CHILE SEÑORES ESTUDIANTE QUE USTEDES NO PASARON POR NADA.
¿Y SE SUPONE QUE SON EL FUTURO DE CHILE?
QUE PENA LES QUEDA MUCHO POR APRENDER.
SEAMOS MAS PATRIOTAS

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Matías M Valenzuela

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