La entrevista que concedió el Canciller Alfredo Moreno a El Mercurio este domingo es como las jugadas polémicas del fútbol: hay que verla varias veces y, en lo posible, en cámara lenta. El medio de prensa le daba una tribuna destacada para que el Canciller se luciera hablando de los efectos de la decisión ecuatoriana de avanzar en la afirmación del límite marítimo con Perú, el que se basa en los Tratados de 1952 y 1954; los mismos que fijan el límite entre Perú y Chile.
Una disquisición inicial sobre esta entrevista es que, en lo grueso, hay escasa claridad o más bien existe una gran confusión en los planteamientos que expresa el Canciller. No se encuentra en ninguna de sus afirmaciones el rigor y el oficio que exigen los códigos diplomáticos y, en más de algún sentido, rompe con algunas de las ideas centrales que nuestra diplomacia ha esgrimido en el tema marítimo con Perú.
En primer lugar, relativiza la posición chilena y la equipara a la que sostiene Perú, cosa en extremo grave. En sus propias expresiones el asunto es:
“se dice que no hay problemas de límites entre dos países, pero mientras uno dice que los tratados son válidos, el otro dice que son pesqueros. Mientras un país dice que los tratados fijan un criterio en un artículo, el otro considera que no valen completamente. Mientras uno dice que tiene unas líneas de base recta, el otro no las reconoce…”
La posición del Estado chileno se ha sostenido en que Perú pretende alterar el límite marítimo fijado en los tratados del 52 y 54. Aquí se trataría de un falso litigio, toda vez que estos tratados están vigentes y Perú ha respetado históricamente la jurisdicción de Chile en las aguas que hoy reclama. En síntesis, equiparar los argumentos es un despropósito bajo todo punto de vista. El Canciller borra de un plumazo una línea argumental que Chile ha sostenido hasta ahora.
Para rematar sus apreciaciones sostiene: “Si no tenemos acuerdo, queda claro que hay una dificultad, y si lo hay, entonces es imposible determinar esos límites sin la validez plena de los tratados de 1952 y 1954. Pienso que (la cartografía) va llevando las cosas a lo que corresponde, a saber si estos países habían tenido o no tratados que fijaban los límites".
Una interpretación obvia de esta frase es que arroja una duda mayor sobre si los tratados en cuestión fijan o no los límites. La tesis peruana es que se trata de acuerdos pesqueros, que no constituyen un compromiso limítrofe, desconociendo que estos Tratados señalan expresamente que el límite sigue el paralelo. Si el Canciller Moreno admite que no se sabe si los tratados fijan o no los límites, entonces le da la razón a Perú en haber recurrido a la Corte de la Haya.
El asunto no es una simple interpretación, puesto que la autoridad reafirma su argumento “…estamos avanzando en un proceso en el cual al final tiene que hacerse plena claridad respecto de los instrumentos jurídicos que rigen estos límites marítimos, y también respecto de lo que ha pasado durante 60 años desde que se firmaron esos tratados".
Aquí corre el dicho que ‘el que explica se complica’. Uno puede asumir que el Canciller quiera destacar la importancia de que Ecuador presente su cartografía y en qué medida esto obliga a Perú a definir por qué no sigue el mismo camino de la Corte en este caso. Pero él no es el Canciller de Ecuador, sino de Chile; lo que correspondía hacer era aprovechar la ocasión para reafirmar la solidez de los argumentos que Chile ha planteado y la cercanía natural que nos une a Ecuador en este tema. Lamentablemente, el Canciller Moreno se enredó intentando dar cuenta de la trascendencia de la cartografía ecuatoriana, cuando era la hora de poner fuerza respecto a que en este tema nos asiste el derecho, la razón y la historia -a través del uso o la costumbre- en la zona pretendida recientemente por Perú.
En fin, como conclusión y volviendo a la analogía inicial, el ministro decretó un autogol de media cancha no sólo a él sino a la política exterior. Un tanto horrible y, empleando un carcurismo, encestado en el rincón, "allí donde ni la señal del celular alcanza." Es de esperar que no caiga en el despropósito de, más encima, celebrarlo.
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