Se ha presentado una indicación senatorial para limitar la posibilidad de la reelección parlamentaria, lo que, lejos de ser un gesto de desprendimiento de nuestros representantes, que sufrirían ellos mismos y como está planteado sólo a futuro, debemos verlo como lo que es: un maquillaje más a nuestra desfalleciente institucionalidad impuesta en dictadura.
No parece procedente que los ciudadanos veamos limitado nuestro derecho a elegir cuantas veces queramos a nuestro representantes. Por el contrario, hay numerosos ejemplos de grandes legisladores de prolongada carrera, como Salvador Allende, Eduardo Frei Montalva, Francisco Bulnes Sanfuentes o el senador Mariano Ruiz-Esquide. Y si levantamos la mirada más allá de nuestras fronteras y pensamos en Winston Churchill o en Edward Kennedy, podemos preguntarnos cuánto habrían perdido británicos y norteamericanos con limitaciones en la Cámara de los Comunes y el Senado norteamericano como las que populistamente pretenden introducir en Chile los mediocres de siempre.
En una sana democracia representativa, no debe existir limitación alguna para la reelección de los representantes de la ciudadanía en el Parlamento. De este modo, son los ciudadanos quienes descartarán y dejarán fuera del Congreso a los ineptos o corruptos a la primera de cambio, en tanto quienes deseen seguir siendo representantes y se hagan merecedores de ello, podrán permanecer en la corporación por todo el tiempo que el pueblo les otorgue su confianza.
Todo ello, por cierto, debe darse en el contexto de un sistema serio, con elecciones democráticas y competitivas, con ganadores y perdedores y no con mecanismos electorales antidemocráticos y fraudulentos, como nuestro finalmente eliminado sistema binominal minoritario, eficazmente diseñado para provocar un empate artificial y permanente al margen de la voluntad ciudadana (33%=66%).
Dejemos que la soberanía la ejerza su titular natural, nosotros, los ciudadanos y no las cúpulas del moribundo “aliancertacionismo” de las últimas décadas, absolutamente sobrerepresentado en nuestro cuoteado Congreso Nacional binominal.
De esta forma, la representación ciudadana adquiere seriedad y respetabilidad, porque es ejercida por aquellos escogidos democráticamente por la ciudadanía y no por las cúpulas partidarias, como ocurre hasta el presente en nuestro desprestigiado Congreso Nacional.
Dejemos que la soberanía la ejerza su titular natural, nosotros, los ciudadanos y no las cúpulas del moribundo “aliancertacionismo” de las últimas décadas, absolutamente sobrerepresentado en nuestro cuoteado Congreso Nacional binominal.
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