La democracia constitucional es una de las claves para el desarrollo armónico de nuestra sociedad. Teóricamente, se caracteriza por garantizar la participación y representación política, el pluralismo, los derechos fundamentales de los ciudadanos, el respeto de las mayorías y minorías, implica también la separación orgánica de funciones, entre otras esferas.
En nuestro país, producto de la actual Constitución Política de la República de Chile de 1980, el modelo de democracia constitucional aparece con ciertas distorsiones y áreas opacas. Destacan en esta zona gris: el tribunal constitucional, los altos quórums para determinadas reformas legales y el sistema binominal.
Así, la actual carta magna, es una caja negra institucional. Con sus respectivas entradas y salidas, sostiene la estructura y el “blindaje” al llamado “modelo”.
Durante la fase “más fría” de la transición se argumentaba que los cambios al modelo eran inviables. El discurso era difícil de rechazar. Éste contaba con las fuerzas políticas y terrenales más robustas y poderosas, seleccionando lo factible, separándolo de lo no-realista. Su consecuencia inmediata indicaba que, Chile era lo que era (“en la medida de lo posible”).
Hoy en un “mundo más caliente que frío”, un punto trascendental del debate gira en torno al proceso de legitimación del futuro gobierno de la Nueva Mayoría. Se pone en duda las condiciones para implementar transformaciones institucionales, en particular, las de orden constitucional.
En el actual tablero y movimiento de piezas en curso, la legitimidad ha sido puesta en jaque a raíz de la llamada “esencia”. Lo anterior, en función del bajo porcentaje de participación y representación política de la población, que permitiría al estado y en particular al gobierno electo, estabilizar sus compromisos y programa.
En particular, se ha hecho mención en varios medios de comunicación y editoriales, el programa de gobierno de la doctora Michelle Bachelet 2014- 2018. Éste señala entre otros compromisos que: “Chile merece que el texto constitucional vigente reconozca y se base en un sistema plenamente democrático; y que recoja las normas y principios de derechos humanos reconocidos en Chile y en el ámbito internacional, en toda su extensión”. Este postulado es, uno de los pilares programáticos -léase reformas de fondo- que precisa como objetivo una Nueva Constitución.
Entonces, la pregunta es ¿cuáles son las dimensiones que otorgan legitimidad a estos cambios de fondo? Veamos algunas:
Primero, éstas se configurarán luego del 15 de diciembre y dependerán de la cantidad de votos y sus respectivos porcentajes que le otorgue la ciudadanía al gobierno electo. También, de los sufragios que obtendrá la opción derrotada y las estimaciones de ciudadanos que no concurran a las urnas en el balotaje (abstención).
Durante la fase “más fría” de la transición se argumentaba que los cambios al modelo eran inviables. El discurso era difícil de rechazar. Éste contaba con las fuerzas políticas y terrenales más robustas y poderosas, seleccionando lo factible, separándolo de lo no-realista. Su consecuencia inmediata indicaba que, Chile era lo que era (“en la medida de lo posible”).
Estas dimensiones serán entonces, equilibradas y filtradas de acuerdo al caudal de votos de los resultados electorales post 15 de diciembre, sumados a los parlamentarios electos (expresado en mayorías y minorías).
Segundo, dependen por otra parte, de los “acuerdos” construidos sobre ciertos significados compartidos por la sociedad. Así la estabilidad institucional y los cambios en curso, será resultado de la capacidad de “consensuar” diversos valores, principios e intereses en la arena de las decisiones.
Tercero, otra dimensión de relevancia la constituye la esfera pública. Esta red tupida de informaciones, puntos de vista y enfoques, será significativa para generar las condiciones y el fundamento para el ejercicio legítimo del poder e implementar las reformas propuestas.
Sin embargo, las sociedades siguen siendo estructuras contradictorias, surgidas a la luz de conflictos, tensiones y negociaciones entre diversos actores. Por lo general, opuestos y zigzagueantes entre sí.
Entonces -para tranquilidad de las audiencias- los conflictos nunca acaban. A veces se detienen o simplemente bajan su velocidad e intensidad, producto de acuerdos transitorios y contratos muchas veces inestables. En esta fase societal, que hemos rotulado como “más caliente que fría”, no será la excepción.
Finalmente, en la actual coyuntura, cobra fuerza el proverbio romano que señala: “suavitis, suavitis, in modus; duritis, duritis, in ré”, algo así como, la prudencia de las formas debe presidir todo el trabajo; el rigor de las conclusiones no será evitado.
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abelita muñoz bonich
Algunos conceptos como concensuar , prudencia, y en la medida de la posible deben ser modificados por acciones concretas, la movilizaciones llegaron como una forma de reacción ante la frustración frente a un sistema nefasto, que además acomodo a mucha clase política, se necesita tanta voluntad para corregir la injusticia, los grupos más vulnerables se concentran cual plebe esperando como un nuevo gobierno los asiste, cuando los cambios estructurales están lejos de alcanzarse, pues a la clase poitica les queda bien la institucionalidad de Pinochet.
MFFC
BUENA PLUMA Y AGUDO COMO SIEMPRE