Cuando vivimos en un sistema que asfixia; cuando aún no contamos con un Estado cuyo ADN implique proteger a sus ciudadano-as; cuando la red de protección social promueva, también, el debate para construir comunidades capaces de sustentar realidades colectivas y proponer programas sociales al Estado para mejorar su bienestar; cuando la distribución del ingreso sea efectiva y justa; cuando las brechas sociales disminuyan.
Cuando comprendamos que la pobreza económica es sólo la punta del iceberg frente a la otra pobreza, que es producto de la carencia de una educación decente y accesible para todos-as y, cuando entendamos también que la educación no sólo se da en una sala de clases.
Cuando la economía fortalezca el capital humano y se entienda que desde ahí todos-as tienen capacidades diversas para potenciar la economía del país; cuando el Estado asuma el origen de la identidad del chileno, esa que se construye desde el mestizaje; cuando el rico, luego de ser casi "ungido" como el “elegido” para ayudar a otro-as deje de imponer su visión “correcta” de cómo vivir la vida; cuando el pobre deje de recibir la miseria de otros-as; cuando el del medio deje de ser el agregado.
Cuando cometer un error no sea aplaudido; cuando los gobiernos sean del pueblo; cuando los-as vecinos-as vuelvan a escucharse, reunirse, confiar en ellos-as, organizarse, quererse y respetarse; cuando la no discriminación, la tolerancia, la prudencia, el compromiso y la solidaridad sean parte de nuestra cultura.
Cuando buscar una salida a una situación de vida que se hace tediosa e incomprendida, no sea un “cacho” para otros-as ni para uno-a mismo-a. Cuando la ciudadanía y el Estado estén abiertos y preparados para recibir a quien necesite apoyo. Recién entonces podremos avanzar en legalizar un derecho que se circunscribe dentro de las libertades individuales.
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