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Las “Pequeñas Victorias” y la Izquierda

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Me cuesta escribir de forma género-neutral. No por falta de intención, sino porque hay una historia detrás de mí que hace ver en la escritura, en el discurso, un descuido por la atención al sexismo del lenguaje, y por lo tanto escribir de forma “inclusiva” se transforma en un esfuerzo. Es algo contra el sentido común, pero que, al menos en mi caso, resulta incómodo de no considerar. Por ejemplo, ¿por qué el colegio de profesores se llama de profesores si la mayoría de la profesión docente es femenina? ¿Por qué no ocurre lo mismo con el colegio de enfermeras? Evidentemente la historia se expresa en esos nombres. Sin embargo, es la misma historia la que provoca la incomodidad, se trata de la historia de la neutralidad de género como una lucha que ha sido ganada en el ámbito público: una “pequeña victoria” por la inclusión.

Uso el término “pequeña victoria” como forma de proceder ante la complejidad de los problemas sociales. Su uso  entiende el enfrentamiento de los problemas, que muchas veces parecen inabordables, mediante su construcción simplificada, o su distribución en tareas más pequeñas y abordables, pero que necesariamente refuerzan un cuento victorioso que se transforma en un motivador a seguir con el problema complejo. Implica, por lo tanto, la redefinición del problema complejo en otros más simples, en los cuáles las soluciones son más visibles como victorias y apuntan siempre a resolver la complejidad: el “gran problema.” Por ejemplo, si una persona debe contar una ruma de papeles que sobrepasen los miles, una buena forma de definir el problema sería dividir la tarea en cuentas menores, decenas a cientos, y luego a partir de esas victorias visibles seguir definiendo el rumbo que resultaría en una victoria sobre el total de la tarea. Lo mismo ocurre con, por ejemplo, las tareas académicas que muchos y muchas estudiantes deben enfrentar, y que al verlas como montañas imposibles de terminar, transforman cualquier actividad en la forma estática de procastinación: la falta de acción dirigida a resolver el problema. Los psicólogos/as clínicos/as recomiendan justamente enfrentar esas tareas dando pequeños pasos, tras cada cual se genera una sensación de “tarea cumplida” y se evalúa lo que debe seguir desde una perspectiva más optimista.

Ahora bien, la incomodidad que me causa no escribir de forma género-inclusiva puede ser vista justamente como el resultado de una pequeña victoria del movimiento feminista sobre el trabajo diario de cada persona, sobre las formas sexistas con las que se hace referencia a muchos elementos de la vida cotidiana. Posiblemente los documentos públicos que se han escrito en el último tiempo dan cuenta de esa victoria, pues no se considera inclusivo el hacer referencia a un solo sexo en el Discurso público. El movimiento Gay de los Estados Unidos también tuvo una pequeña victoria al cambiar la clasificación bibliográfica de los libros que tratan los temas relacionados con la homosexualidad. Antes se les clasificaba como relaciones sexuales anormales, crímenes sexuales, o perversiones sexuales. Hay gente que en Chile aun trata de “enferma” la orientación homosexual, quizás por el arrastre histórico, pero lo cierto es que este calificativo ya es considerado una forma incorrecta de hablar del mundo Gay en la esfera pública formal, y por lo tanto, es una pequeña victoria.

Cada pequeña victoria permite visualizar un campo de recursos, de aliados y de reacciones adversas. También permite situar la atención hacia las formas en las cuáles una victoria puede darse, y cuál sería el rol de esa victoria dentro del problema más grande y complejo: la gran victoria. Muchos podrán considerar que las pequeñas victorias como las descritas acá son algo estético, simbólico. El reconocimiento del Estado Chileno al pueblo Mapuche mediante la estampa de una Machi en una moneda, pero no a su demanda política, es como esa pequeña victoria estética. No es tan injusto pensar que hay muchas que deben ser así. Quizás muchos de los que se preocupan tan vehementemente de la inclusión de género en el Discurso pasan tardes en los café con piernas, o no referencian sus decisiones de contrato a los datos de cómo se les paga menos a las mujeres por la misma labor, o quizás estereotipan el comportamiento femenino de manera burda. O sea, el cambio mecánico de una práctica Discursiva no se transforma necesariamente en un cambio en la relación social que se establece al mirar otras prácticas de la vida diaria, de la forma en que nos relacionamos con otros.

Pero lo cierto es que en un mundo tan complejizado y en el que gran parte de la izquierda está tan derrotada por no entender esa complejidad en su dimensión de acción política, las pequeñas victorias hacen ver por sí mismas su necesidad. Es en la definición del problema donde quizás esté la mayor disputa para reconocer qué significa una victoria y qué no. En una columna reciente, que reconozco que caricaturiza de forma desmedida a algunos movimientos sociales, buscaba poner el acento en las preguntas sobre cuáles son las formas, los grupos sociales que definirían los problemas. ¿Es acaso la clase social? ¿Es el sexo, género u orientación sexual? ¿Es la ascendencia étnica? ¿Es acaso otra categoría? Quizás definir esa categoría es algo demasiado ambicioso, y también sesgado y altamente intelectualizado. Pero ello no implica que su necesidad no sea real, pues de otra forma no podríamos visualizar nuestras pequeñas victorias, ni tampoco podríamos establecer para nosotros mismos, desde la izquierda, un campo de luchas que nos permita ver la política con un límite y una ligazón a una totalidad de injusticias y desigualdades: de infelicidades. Es en esas pequeñas victorias en que podemos visualizar el problema más grande desde otras perspectivas, una en la que muchos más nos sintamos algo más victoriosos sobre este sistema injusto. Mi crítica no es al abanico de las luchas en sí, sino a su forma mercantil de resolverlas, pues nos deja varados, nos deja mirando el juego del poder desde la vitrina, y creyendo que por crear un espacio de inclusión en el capitalismo podemos tener más libertad. Imaginarse, por ejemplo, que la solidaridad se resuelve mediante un depósito en un banco, es algo que me incomoda un poco más que establecer neutralidad en el lenguaje, particularmente cuando soy más cuidadoso de no cometer arbitrariedades de sexo, como la “cosificación” burda de las mujeres, en mi vida diaria.

Evidentemente el camino de la “libertad de elegir,” un valor tan consumado en nuestra época de democracias-mercados liberales, esconde detrás de sí la “libertad de excluir” pues al elegir algo excluimos lo que no elegimos. Cuando ese valor se traslada desde el mercado a la acción política, el acento entonces cambia. Si cada vez enfatizamos la definición de la complejidad de la sociedad en base a su consumo mercantil y sus tantas identidades culturales, y sólo a partir de ello definimos nuestras acciones políticas, corremos el riesgo de no visualizar lo que une a cada una de esas acciones, de esas luchas. Pero, por sobre todo, podemos quedarnos con la libertad de excluir como centralidad moral, desmereciendo el valor de las luchas que se ganan como pequeñas victorias en un mundo que ya sabemos tan complejo. Por eso necesitamos una nueva categoría social o política, una que nos incluya a muchos, pero que reconozca la complejidad de este mundo y sus luchas.

PS: Para más información sobre las pequeñas victorias: Weick, K. E. (1984) Small Wins: Redefining the Scale of Social Problems.

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Foto: El paragüas rojo – González-Alba / Licencia CC

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