En las últimas dos décadas, la derecha ha repetido hasta el cansancio que la historia se acabó, que se impuso una sola forma de ver el mundo, y que toda idea distinta a la suya no solo no es deseable sino imposible y anacrónica. En ese lapso de tiempo, cada vez que se encendió un movimiento social (los pingüinos, los sub-contratistas del Cobre, Magallanes, Punta de Choros, HidroAysén…), alguna izquierda pretendió que ya venían las transformaciones profundas y que, ahora sí que sí, la chispa encendería la pradera. Lástima para ellos: las dos sentencias fueron más la expresión de un cierto voluntarismo que la constatación de un hecho.
En pleno 2011 y a 21 años del término de la dictadura, la historia está cada vez más lejos de acabarse. Por el contrario, crisis de acumulación del neoliberalismo mediante, la historia toma caminos diferentes al impuesto en estos años. A estas alturas ya no es un misterio para nadie: la alegría nunca llegó, la arquitectura institucional de la dictadura sigue vigente, ningún movimiento social ha logrado una transformación profunda. El conflicto social se ha quedado sólo en promesas incumplidas. Como un Piñera cualquiera…
Pero, ¿a qué viene todo esto?
Algo distinto tienen los tiempos que vivimos. Si bien el entramado institucional diseñado por Guzmán, Pinochet y los boys de Chicago se consolidó en los 20 años concertacionistas, su crisis es cada vez más evidente.
Las fronteras del desencanto son cada vez más amplias y claras. La rabia, -como señalan el Manifiesto del 18M en España y el manifiesto "¡Indignaos!"de Stéphane Hessel en Francia-, no se dirige contra el gobierno de turno, sino contra el sistema y la clase política que manga de la ausencia de democracia.
Los pueblos se están rebelando para recuperar su soberanía. Frente a gobiernos de distintos tipos, el reclamo es el mismo: Democracia verdadera y restitución de su soberanía al pueblo. ¿Cuarta ola democratizadora? Hay quienes pensamos que es la primera. Desde que hay voto universal sin cortapisas hay democracia representativa. ¿Por qué será?
Los españoles del 18M dicen con claridad lo que piensan: "La Democracia Real se opone al descrédito paulatino de las instituciones que dicen representarlos, convertidas en meros agentes de administración y gestión, al servicio de las fuerzas del poder financiero internacional".
¿Están hablando de Chile? Uno lo piensa cuando lee lo que sigue: "Es preciso construir un discurso político capaz de reconstruir el tejido social, sistemáticamente vulnerado por años de mentiras y corrupción".
El manifiesto del 18M prosigue: "(…) los ciudadanos hemos perdido el respeto a los partidos políticos mayoritarios, pero ello no equivale a perder nuestro sentido crítico. Antes bien, no tememos a la »Política». Tomamos la palabra »Política». Buscar alternativas de participación ciudadana es »Política»".
Yo no creo que Hidroaysén sea la chispa que va a encender la pradera en Chile. Tampoco la educación superior, ni la cuestión Mapuche, ni el rechazo natural que produce Piñera. No soy adivino, apenas un actor político, un ciudadano. Las revoluciones ocurren cuando un pueblo sabe lo que ya no quiere, aun cuando no sepa muy bien lo que le espera. Nadie puede escribir la historia del futuro. Lo más probable es que la chispa esté constituida de la suma de estas y otras intolerables indignidades. Lo que sí me queda claro es que el ciclo político del binominalismo está acabado.
La composición generacional de estos nuevos movimientos, su radicalización, el hastío ciudadano generalizado como nunca antes y la incapacidad de respuesta del sistema político, hacen que la represión de las aspiraciones libertarias sea cada vez más difícil. De una u otra forma, la eyección de la Concertación del poder suprimió un tapón social en Chile.
Hay que seguir aprendiendo de lo que pasa y hacerle caso a los españoles cuando dicen: "Democracia Real significa poner nombres propios a la infamia que vivimos: Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo, OTAN, Unión Europea, (…), Partido Popular, PSOE, pero hay muchos más y es nuestra obligación nombrarlos".
Cumpliendo con nuestra obligación, en Chile hay que nombrar a los infames: Concertación, Coalición por el Cambio, la banca, OEA, Familia Matte, Familia Luksic, Angelini, ¿Quién más?
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Foto: Carlos Aragon
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