Actuamos como si hubiéramos sacado un papelito en una sala de espera y la pantalla aun no llegara a nuestro turno. La sociedad está organizada en salas de espera que ordenan los desfiles de clientes por los mesones del sistema único y centralizado de legitimación del malestar general. La protesta pasa a ser una demanda por saltarse la fila, pero no por romperla definitivamente. La demanda al centro, el centralismo de la demanda -caras de una misma moneda- pervierten la sociabilidad y la amarran a demandas de legitimación, a demandas por ser escuchados aunque sea a través del voto.
La legitimidad recobrada por el centralismo es la propia demanda de una solución central a problemas sociales, como si la sociedad fuese una pirámide en que algo chorrea desde la punta: luz, bienestar, paz social, gobernabilidad. La espera nos pervierte en clientes de un centralismo mental y termina por entregar la decisión a los expertos y las expertas de la comunicación masiva y la elaboración de nuevas demandas que hagan avanzar la fila.
Otra forma de analizar los antagonismos es la de la reelaboración de los criterios que los definen. Por ejemplo, en una dinámica académica, la conducción de los contenidos de una cátedra cambian si la cátedra se re-ubica socialmente. Una clase magistral difiere rotundamente si sale de los círculos de la reproducción de contenidos y se coloca en la plaza pública, donde los contenidos pasan a ser los directamente perceptibles por los sentidos. O sea, sólo en la forma ya cambia la representación de los contenidos en una clase. La transformación requiere de espacios físicos diversos que quiebren la línea de transmisión de contenidos; requiere de estructuras de sustentación que permitan el libre ejercicio de la contradicción. Requiere, además, un escenario en que el chantaje de la demanda centralista, sea reemplazada por la demanda cara a cara en que se establezcan requerimientos especiales para la vida en común, ya sea en un aula, en una fábrica o en alguna otra sala de espera.
Muchas veces y de manera reduccionista, definimos o se nos define como sociedades capitalistas, igualando las experiencias microsociales a las estructuras productivas, o bien, transponiendo una dimensión mercantil a la dimensión humana. Entonces tenemos teorías que reducen los asuntos sociales a cuestiones de recursos, la educación a su sistema de financiamiento o la salud a una malentendida ecuación de bienes disponibles versus la demanda creciente. La política pasa a ser la gestión de tales procesos y el debate político, por lo tanto, también pasa a ser una simple cuestión de votaciones que dan mayorías relativas que operan legitimando el círculo de las decisiones a nivel de los aparatos administrativos. Los grupos subalternos no intervienen sino desde la demanda interna de readecuación del gasto y de la sofisticación de los dispositivos de legitimación. Se puede exigir re-elaboraciones del contrato social, de las leyes generales, de los sistemas de representación territorial y de los mecanismos electorales de consulta general. Pero la organización de la demanda social termina por contradecirse con la organización de la propia sociabilidad en los entornos donde más se piensa sobre la demanda. Tomarse los territorios es tomarse también el tiempo de pensar en ellos, de organizarlos de manera en que la demanda no sea hacia el centro sino hacia el colectivo que piensa y al que todavía no le han sustraído el líquido vital de la dialéctica. La fundación de un colectivo político es eso, una forma de emancipación del pensamiento que no se consume en lo que los izquierdistas llaman “la lucha” (con todo respeto) sino que se libera hacia las estrategias de las nuevas formas de lo colectivo que germinan en esos tiempos confusos de los territorios tomados.
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Foto: Sala de espera – Esparta / Licencia CC
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