Hasta donde sé, en ningún lugar del mundo alguien llega a la primera magistratura desde la calle, la población o inclusive el aula universitaria y creo que es bueno que así sea, porque la presidencia de la República requiere experiencia en la cosa misma y no en la mera teoría académica ni mucho menos en el mero sentido común que a veces tiene razón, pero nunca toda la razón, ni todo el sustento empírico ni teórico que debiera
Mi señora, a quien nunca nombro para mantener su privacidad, cada tanto me recuerda sus instrucciones en caso de que a ella le ocurra alguna desgracia. Una de ellas es que no permita que la conecten a un respirador. Ella es médico, por lo que domina este tipo de temas en los que yo me entrego completamente a su mejor juicio y voluntad. En estos días, sin embargo, luego de ver una serie de entrevistas en televisión o más bien de leer sobre ellas en medios digitales y redes sociales, le di mi primera instrucción de este tipo: en caso de ser candidato presidencial, dispárame.
Me ocurre que estoy de acuerdo al menos en algo con casi todos los candidatos chicos. Concuerdo con Sfeir en que estamos convirtiendo a Chile en un desierto; con Roxana Miranda en el hecho de que somos controlados por medio de la deuda, aunque su formulación teórica deja mucho que desear; con MEO en despenalizar el aborto, legalizar la marihuana –que en la práctica ya están legalizados para quien tenga el dinero– y el matrimonio igualitario; con Israel no sé, pero cuando era comentarista internacional le creía; y con la mayoría concuerdo en la necesidad de una nueva constitución o al menos en una reforma radical de la ya existente, partiendo por el binominal. Con Parisi no concuerdo en nada y con Matthei tampoco, ya me olvidé de que existía Claude, con quien también estuve de acuerdo en mucho, aunque no recuerdo específicamente en qué; y a Jocelyn Holt nunca le puse demasiada atención.
Pese a todas nuestras coincidencias, me molestan los candidatos chicos y me molestan más precisamente ahí en donde coincidimos. Supongo que ninguna de estas candidaturas es tan cándida como para creer que tiene alguna opción de llegar a la presidencia o ser la antesala y el precedente de una campaña exitosa en el futuro, como fue el caso de Salvador Allende y del mismo presidente en ejercicio. Creo que la mayoría de estas candidaturas se alza para poner temas, como dice todo el mundo, plantear problemas o llamar la atención sobre algo.
Estoy convencido de que cualquier persona capaz de levantar una campaña fracasada a la presidencia de la República tiene muchas más posibilidades de levantar una candidatura exitosa al Congreso, como lo hacen, por ejemplo, Camila Vallejos, Gabriel Boric o Giorgio Jackson. Me parece que es mucho más valioso plantear temas en el Senado o en la Cámara, que en una televisión que mezcla todo con farándula y comentarios que tienen el poder de banalizarlo todo, hasta el punto que la futura presidenta de Chile –según todas las encuestas– termine bailando cumbia con don Francisco, el dios de la banalización absoluta.
Los candidatos chicos terminan volviéndose una excentricidad y son motivo de burla, curiosidad, extrañeza, pero no creo que de respeto. La legitimidad de los temas planteados caen bajo la sospecha de ser meras ansias de figuración, ego, comicidad o ingenuidad y así los problemas denunciados se transforman en más dichos triviales de la tele o de los diarios. Porque es efectivamente cierto que nuestra responsabilidad medioambiental como país es nula, pero plantearla de esa manera no reviste al problema de seriedad, sino de algo tan trivial como la guía espiritual de la autoayuda; porque Roxana Miranda no es la única que ha sufrido el atropello de la oligarquía, pero una candidatura que existe solo para plantear quejas no es la solución; y porque MEO y Claude tienen razón en mucho de lo que plantean, pero una vez terminada la elección, volverán al silencio en el que estuvieron siempre o al menos desde la elección presidencial pasada.
Hasta donde sé, en ningún lugar del mundo alguien llega a la primera magistratura desde la calle, la población o inclusive el aula universitaria y creo que es bueno que así sea, porque la presidencia de la República requiere experiencia en la cosa misma y no en la mera teoría académica ni mucho menos en el mero sentido común que a veces tiene razón, pero nunca toda la razón, ni todo el sustento empírico ni teórico que debiera. Todos los chilenos, con excepción tal vez de la gente que vive muy cerca de la cota mil, conocemos los problemas de Chile, pero no todos tenemos la capacidad de solucionarlos ni, lo que es más importante, de crear equipos que sean capaces de afrontarlos desde una mirada multidisciplinaria, eficiente y sobre todo comprometida con Chile.
Me gustaría que muchos de los candidatos chicos fueran mejores escogiendo sus batallas y se postularan a CORE, a alcalde o al Congreso. Muchos de ellos contarían con mi voto y tal vez con los votos de muchos otros chilenos a los que no nos gusta como se están haciendo las cosas. A veces los cambios hay que construirlos desde abajo y el viaje de mil kilómetros comienza con el primer paso.
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Foto: Michelle Bachelet / Licencia CC
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