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La traición de Fontaine

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La salida de Arturo Fontaine del CEP luego de 30 años,  fue tema de portadas de periódicos, conversaciones en paneles radiales y columnas de opinión. Algunos no lo podían creer, ya que abandonaba su trabajo el director de uno de los símbolos más claros de lo que podríamos llamar esta “comunión empresario-concertacionista”. Esta comunidad que se creó en transición y que buscaba mantener la estabilidad de un sistema, a base de conferencias y una serie de eventos que acercaban al mundo de la derecha tecnocrática con la entonces coalición gobernante, ahora parecía rota. El espíritu consensual parecía quebrado. Una cierta hegemonía estaba en cuestión, y eso iba en contra de toda alianza, de toda sonrisa cómplice o estrechón de manos afectuoso: el “acuerdo nacional” se estaba yendo al carajo.

La conclusión anterior podría resultar antojadiza, pero no deja de ser real. Fontaine, una persona que ciertamente no es de izquierda, y que ha sido un puente de comunicación  entre las elites empresariales y una cada vez más acomodada burguesía de la Concertación, estaba fuera de su puesto de trabajo por haber osado en sumarse a una pregunta que la ciudadanía ha estado haciéndose desde hace un tiempo, cada vez con más fuerza:

¿El sistema del que nos jactamos por años, es realmente la panacea?

Debido a que esta pregunta entró en su cabeza, es que el escritor hizo todo de su parte para plantear, en un escenario derechista, lo que en las veredas de las grandes alamedas se exigía. Más de alguna vez sentó en los cómo dos asientos de la tecnocracia a estudiantes como Camila Vallejo o Giorgio Jackson, quienes mostraban con evidencias claras que tras el desarrollo y el crecimiento, había un país que no lo percibía y que iba, con el tiempo, ampliando la brecha de desigualdad entre unos y otros. Esto, claramente comenzó a causar rabia e indignación en quienes veían cómo, de a poco, todos sus accionares y sus formas de hacer negocios eran llevados a la palestra para ser juzgados por un montón de personas que no estaban reconociendo lo que ellos significan para Chile. Lo grandioso que, según su razonamiento, es que gente de su prestigio exista y encabece grandes operaciones financieras.

Hoy hay un grupo que se siente amenazado, y por lo mismo está ejerciendo un poder que nunca han dejado de usar. Lo único diferente en esta oportunidad es que lo hacen con uno de los suyos que prefirió mirar hacia afuera y entender lo que la gente exigía, y logró encontrarle sentido. Logró conmoverse con las necesidadesde un Chile que no conocía.

Al contrario de lo que sucedió con las primeras protestas, hoy el empresariado ha mostrado su descontento de manera manifiesta, al borde de exponer a sus más pomposos representantes con caras consternadas, y de expreso hostigamiento. Todo porque sienten que lo que en un comienzo parecía una pequeña revuelta insignificante para el rumbo de la manera en que han hecho las cosas por años, hoy se ha convertido en una verdadera piedra en ese zapato de cuero fino que nunca ha pisado los pedregales que han machacado los pies de los  que logran captar la realidad desde abajo. Hoy hay un grupo que se siente amenazado, y por lo mismo está ejerciendo un poder que nunca han dejado de usar. Lo único diferente en esta oportunidad es que lo hacen con uno de los suyos que prefirió mirar hacia afuera y entender lo que la gente exigía, y logró encontrarle sentido. Logró conmoverse con las necesidadesde un Chile que no conocía.

Sintieron que había una traición, que Arturo los había abandonado en esta tarea de seguir propagando lo que ellos consideran la única manera de seguir existiendo: el libre, y desregulado, mercado. Vieron como su amigo, su hermano con el cual se juntaban en los mejores clubes de Santiago a debatir Chile, hoy se estaba alejando del camino para escuchar en las orillas lo que otros decían y despotricaban sobre el legado que ellos estaban construyendo. Sobre la injusticia que se desprende de muchas de sus prácticas y postulados que en varias oportunidades se defiende sin importar los costos. Esos costos que el despedido director del CEP no quiso seguir pagando, para  asumir otros que lo tienen como el descastado, el mal agradecido: el traidor.

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