Las últimas encuestas realizadas por Adimark, CEP, CERC, entre otras, nos demuestran la grave situación de legitimidad política que vive nuestro país. Las personas han perdido la confianza pública, y esto pone de manifiesto la incubación de una crisis social de grandes proporciones. Para un Chile que se ha olvidado de construir ciudadanía y ha dejado en manos del mercado y su modelo hegemónico, el control absoluto de todo país en sus diversas dimensiones institucionales y territoriales.
¿Qué es la confianza pública? Es el vínculo de los individuos con la sociedad, con el Estado. Una idea que proviene de la tradición republicana, que permitan que las personas construyan comunidad y se preocupen del (discutido) bien común.
Como nos señala Zygmunt Bauman, la modernidad representa, entre otras cosas, la ruptura de la
relación entre el proyecto individual y el proyecto colectivo. Sólo nos queda el primero, pues lo colectivo ha quedado en un proceso histórico relegado y debilitado por las fuerzas del modelo neo-liberal, que transforma a quienes fueron participantes de sus comunidades en meros clientes.
A todo nivel, desde el psicológico hasta el sociológico, la práctica costo-beneficio es la dominante en las relaciones sociales que establecemos. Las políticas públicas focalizadas y tan aplaudidas por los gobiernos de la Concertación y la derecha se construyeron desde la lógica de la eficiencia económica y no desde la cualidad social. Fieles creyentes de las recetas entregadas por el FMI y el Banco Mundial, somos los mejores alumnos de un modelo desigual desde lo económico, social y territorial. Pero nada de lo que digo es novedoso, aunque sus consecuencias humanas son aún invisibles, nuestra sociedad chilena, y también la global, pasa por un momento en el que lo que llamamos confianza pública ha perdido sentido absoluto y el valor hacia los otros sólo se manifiesta en la ecuación sobre los resultados que me produzcan algún beneficio.
Nuestra incapacidad de pensar la sociedad nos ha traído hasta aquí, y es tarea de nosotros revertir aquello desde muchos frentes: la movilización, social, la producción de pensamiento, la estrategia política. Debemos re-educar a quienes sacan cuentas alegres por los porcentajes de adhesión de un gobierno, pero no son capaces de presentar una alternativa política que conquiste, nunca mejor dicho, la confianza ciudadana.
No sólo recuperamos la confianza pública refundando nuestro modelo institucional; aquello es necesario como parte de una etapa, pero no es lo fundamental. Cuando miramos otros países con modelos institucionales diferentes vemos las mismas debilidades, los mismos problemas, las mismas inseguridades que se manifiestan en la calle y comienzan en el otro lado del Atlántico a mostrar los primeros signos de la crisis. No de la económica, sino de la social. Hace falta entonces ir más allá y avanzar en una alternativa política que transforme nuestro modelo económico y social. Una alternativa articulada en un discurso que apele al compromiso ciudadano, a la mayoría social, al debate de las ideas y a la legitimidad de las manifestaciones como forma de presionar los cambios necesarios.
No sirven nuevas constituciones si es para administrar más de lo mismo. No sirven otras fórmulas electorales si es para continuar gobernando un sistema del miedo. Miedo a enfermar, a educarnos, a vivir en nuestros barrios. Nuestro deber es pensar en los cambios democráticos como un vehículo de algo más profundo.
Precisamos un nuevo modelo económico y social que considere la sustentabilidad ambiental, la sustentabilidad social, que promueva la igualdad y el bienestar de las personas. Que considere también la sustentabilidad económica, que busque en el mercado una manera administrar nuestros recursos sin necesidad de explotarlos hasta la saciedad o crear ficción para las ganancias desproporcionadas de unos pocos en desmedro de una mayoría.
Los desafíos son muchos, así como muchas las ideas para avanzar. Ahora nos toca actuar con coherencia y avanzar hacia la recuperación de la confianza y la construcción de una nueva sociedad.
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Foto: Victoriamdq / Licencia CC
Comentarios
16 de junio
Estoy absolutamente de acuerdo con la ruptura de confianza pública. Y parece algo de tamaña gravedad. Sólo quería agregar, en relación a la imagen que pusiste, que construcción de una visión de democrática de largo plazo, capaz de sentar nuevos paradigmas en cuanto al sistema económico y social, necesita ser pensado en la búsqueda de innovaciones revolucionarias en cuanto al ejercicio de la democracia. Si bien estoy de acuerdo con puntos comunes como la formación consistentes de ciudadanos y de la participación, creo q aun tenemos un ‘debe’ en cuanto a producir e implementar nuevos mecanismos democráticos, capaces de otorgar esa dimensión de democracia directa sin dejar de ser masiva.
Saludos!
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