No se espante. Esta es una opinión política. Si no quiere seguir leyendo, o si buscaba netamente burlarse de un mal comentario deportivo femenino, vaya donde los paladines de la opinión certera y el ego rascacielado . Exponentes hay bastantes. Comentaristas deportivos con bagaje en el cuerpo, y caras curtidas de tanto maquillaje de horas televisivas. Ellos manejan cifras, estadísticas, historias deportivas y si no lo hacen, tienen un buen olfato y cero empacho en recoger datos difundidos por otros, ciudadanos anónimos que comentan en sus blogs, y analizan en sus Twitter.
Esto en cambio, es sólo una reflexión de ciudadana común en torno al fútbol. Ese deporte que durante el año es para gran parte de la sociedad completamente indiferente, y frente al cual se desprenden variadas opiniones críticas, ya sea por el bajo nivel que tiene, la escasa preparación de los exponentes, el negocio publicitario que gira en torno a él y el poco espectáculo que brinda y que lo hace poco atractivo para quienes no profesamos un amor constante y leal por el fútbol.
Pero un Mundial es algo distinto. Un Mundial es un espectáculo que nos toca la fibra nacionalista, allí donde no nos dividen los pensamientos políticos, ni las diferencias religiosas, ni los periplos respectivos de cada estrato social. Un mundial nos evade y nos abstrae en tiempos en que nuestras respectivas naciones nos saturan con parrillas programáticas basadas en dos frentes: farándula, y crónica roja.
De ahí que el mundo político no dude en intentar sacar provecho. Resulta atractivo colgarse de quizás el único evento que represente en todo su sentido una verdadera unidad nacional.
El Gobierno, por ejemplo, asumió una clara postura frente al tema, disponiendo de “gestos” tales como el del subsecretario de Deportes, quien se fotografía in situ patrocinando Escuelas Sudafricanas. Mal que mal, no deja de ser mediáticamente atractivo ver a niños sudafricanos vestidos con La Roja.
En eso, el mundo político (y el de las asesorías) es hábil.
Sumemos la presencia del Mandatario y sus principales ministros ante una pantalla gigante, comprometidos con la Selección Chilena, teñidos de rojo, disfrutando de los 90 minutos junto a la gente, en una masa en donde la democracia cobra real sentido cuando se justifica incluso una salida de madre en presencia de la máxima autoridad nacional.
En la vereda del frente, una ex mandataria que dispone de todo el tiempo necesario para disfrutar del Mundial junto a la mismísima selección encabezada por un técnico huraño, al que no parece incomodarle su presencia ni la oleada de especulación mediática que en torno a ellos se esgrime.
Curioso, si recordamos que el último mundial en el que estuvimos, Francia 98, La Roja no tenía más “regalones” con acceso ilimitado a las previas, preparaciones, rezos, celebraciones y lamentaciones varias, que Pato Oñate, un reportero de dudosa rigurosidad periodística, asumido como mascota del plantel dirigido por Nelson Acosta.
Pero los tiempos cambiaron.
En este Mundial, en el que nos ilusionamos incluso con la misma Copa, en el que nos cobramos Justicia Divina post Terremoto, es una ex Mandataria, es una figura política, quien nos representa en una especie de “puente” entre la ciudadanía y el plantel de jugadores que nos puede llevar por primera vez al reconocimiento mundial. Le guste a quien le guste, le disguste a quien le disguste.
Es este Mundial, entre Waka Wakas, Bafana Bafanas y Vuvuzuelas el que viene a endulzar una etapa chilena de transición política y social.
El que no se suma,(o se suma mal) definitivamente, no tiene la capacidad de llegar a la fibra del pueblo chileno, y por lo tanto, no puede pretender obtener el equivalente al gol futbolero: Una votación favorable.
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