Contra lo que algunos creían en ese momento, remontándonos a la primera mitad del Siglo XX no se trataba de expropiar por expropiar, como a muchos les gusta hacerlo hoy en día -como en Venezuela por ejemplo- ni de arrebatarles a los patrones de fundo ni a los terratenientes lo suyo así como así; lo que se buscaba era corregir un obstáculo tremendo para el desarrollo económico y agrario del país en ese entonces: la existencia de grandes latifundios mal explotados o simplemente abandonados, en los que no existía producción alguna. Paralelamente, había más de tres millones de compatriotas campesinos viviendo al margen del desarrollo, sin acceso a la educación ni a la movilidad laboral, subsistiendo en condiciones paupérrimas bajo un sistema de inquilinaje en el cual todo dependía del dueño del predio y, en ocasiones, igual o peor a lo que vivían nuestros hermanos en el norte en la época de la salitrera y/o la cuestión social.
Redistribuir esas tierras implicaba introducir un modelo de desarrollo y una cuota de justicia social a la estructura de propiedad, dignificar a la gente del campo y modernizar la agricultura, mejorando la producción de alimentos para que el país pudiese autoabastecerse y dejara de depender de las importaciones. Sí, muy paradojalmente, teniendo grandes extensiones cultivables, suelos de calidad, un clima benéfico para los cultivos y mano de obra suficiente, Chile debía comprar productos agrícolas afuera para alimentar a su población. Hoy, gracias a esta polémica reforma somos líderes sudamericanos en exportación de productos agrícolas y ganaderos también.
El lema de la Reforma era “la tierra para el que la trabaja” y tenía, en ese contexto, un significado profundo, atravesado por una mirada claramente progresista en una sociedad que llevaba siglos aplicando un modelo anquilosado que beneficiaba a unos pocos en perjuicio de muchos.
Se puede decir que la agricultura familiar campesina nació de la mano de la Reforma Agraria. Asimismo, en el contexto de su implementación se crearon la CORA y el INDAP y se promulgó la Ley de Sindicalización Campesina. También surgieron nombres que hicieron historia, como Hugo Trivelli, ministro de Agricultura, y Rafael Moreno, vicepresidente de la Corporación de la Reforma Agraria -los grandes artífices de este proceso-; luego estuvieron Jacques Chonchol, Pedro Hidalgo, Emiliano Astorga y otros que creyeron en ese gran cambio y se la jugaron por él.
Hoy, a exactamente medio siglo de la publicación de la ley que buscó transformar una estructura agraria inadecuada e injusta, es preciso detenerse un minuto a reflexionar sobre su impacto y sus enseñanzas. Y, para ello, no es necesario recurrir a libros de historia ni remontarse a los archivos de los años 60; basta con pararnos en regiones como la Araucanía, Los Lagos, O’Higgins, el Maule y más al sur aún, que son predominantemente agrícolas, y conversar con los campesinos, con los de aquella época, con sus hijos, incluso con sus nietos -hoy, muchos de ellos, compañeros por la lucha de un Chile mucho más progresista-. En otras palabras, con aquellos hombres y mujeres que nacieron en el campo y que han vivido siempre de las riquezas que la madre tierra les provee, con esas familias que por fin pudieron sentir que estaban trabajando para ellos mismos, que recibieron las herramientas para que el trabajo de sus manos les diera frutos, que tuvieron la oportunidad de formar parte del desarrollo de su país, de nuestro país, de educar a sus hijos y de mejorar ostensiblemente sus condiciones de vida, liberándose de un sistema muchas veces injusto y oprobioso que muy pocas diferencias tenía con la servidumbre.
Hoy, a exactamente medio siglo de la publicación de la ley que buscó transformar una estructura agraria inadecuada e injusta, es preciso detenerse un minuto a reflexionar sobre su impacto y sus enseñanzas. Y, para ello, no es necesario recurrir a libros de historia ni remontarse a los archivos de los años 60.
Sin duda hay que aprender de los errores que pudieron haber cometido y se cometieron al implementar un proceso de esa envergadura, para seguir transitando hacia la modernización de la agricultura chilena en un marco de mayores oportunidades y menor desigualdad, sin olvidar las lecciones del pasado y los desafíos del futuro.
Sobre todo hoy, que en algunos sectores se pretende volver a imponer la lógica de mercado capitalista en muchos terrenos y sectores sociales, debemos pensar en lo que la Reforma Agraria significó en su momento. Y así, entre todos los que creemos en una sociedad más justa, defender el derecho de la gente del campo a ser parte plena de nuestro modelo de desarrollo y de nuestra idea de un Chile más progresista.
Sin duda alguna la Reforma Agraria con Alessandri y con el Compañero Salvador Allende fue la reforma educacional de la primera mitad del Siglo XX; hoy vemos cómo los sectores conservadores y amantes de la lógica de mercado, traban los proyectos de avances para el país e impiden modelos de desarrollo progresista como la reforma educacional, la desmunicipalización y el aborto.
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