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La política de la transición y el despertar ciudadano

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El despertar inesperado de la ciudadanía durante estos últimos años nos ha sorprendido a todos. Una sociedad que parecía adormecida y sumida en el conformismo después de veinte años de gobiernos de la Concertación ha encontrado el camino para decir basta al abuso del poder por medio de múltiples manifestaciones de descontento. El tejido social aniquilado por la dictadura comienza a reconstruirse desde la perspectiva del movimiento social, la reivindicación local y la exigencia sectorial. Ha sido tal la sorpresa que algunos incluso se han atrevido a afirmar que estas expresiones son síntomas o intentos de revolución, otros tantos han señalado que es producto de un cambio degeneración, aquella que no tiene el trauma histórico del terrorismo de Estado. No obstante, a nuestro parecer la explicación del fenómeno social que emerge en nuestro país tiene una causa concreta y clara: la desilusión de la política de la transición.

Durante los gobiernos de la Concertación la sociedad escuchó y aceptó de forma tacita la necesidad de tener calma y paciencia antelas exigencias sociales, puesto que el período histórico que se vivía era de transición. Un proceso que en realidad es manifestación de una política concreta, que no sólo contemplaba el transito pactado desde la dictadura pinochetista hacía un régimen democrático, sino que también consideraba un camino lento pero progresivo de eliminación de los enclaves autoritarios y por ende, un avance hacía una democratización de todas las instituciones del Estado.

La transición no sólo se convertiría en una estrategia para lograr el fin de la dictadura, sino que sería el pilar ideológico para la construcción del Estado democrático que estaba por venir. Toda exigencia social, toda manifestación política y toda expresión ciudadana, debía considerar que las transformaciones ahora estaban en manos de las autoridades que habían sido elegidas democráticamente, y además debía aceptarse que todo cambio requería del suficiente tiempo para ser implementado.

De esta forma, la ideología de la transición pasó de ser una estrategia política para devolver la dignidad democrática hacía una herramienta de dominación de la élite política y económica de nuestro país. Pasó de ser una estrategia a un discurso, luego una justificación y con el tiempo se constituyo en una delegación absoluta del poder ciudadano. Primó así el conformismo y la reacción de las personas ante las injusticias dejó de manifestarse públicamente.

¿Cómo sucedió esto? Todas las expresiones partidistas o ciudadanas se subyugaron a la tesis de la transición, lo cual tuvo colaboración directa de la Dictadura al establecerse el Plebiscito como el mecanismo de cambio. Luego se convenció a la ciudadanía que desde la asunción de Aylwin como Presidente de la República ya nos encontrábamos en democracia, y por ende, la labor política quedaba en manos de las autoridades electas, y quienes no acataron dicho mandato fueron debidamente reprimidos por un órgano especial de inteligencia denominado “La Oficina”. Concluyendo esa tarea, el resto fue sólo habilidad política para crear lo que denominó la “ilusión de la transición” y que corresponde a construir el imaginario de que avanzábamos hacía la democratización del país de manera ininterrumpida y que solamente bastaba con apoyar la institucionalidad imperante.

La transición se convirtió de esa manera en un tridente del poder, contemplando tres dimensiones relevantes. La primera dimensión se constituye en la afirmación victoriosa: “derrotamos a la Dictadura y logramos volver a la democracia”. La segunda tiene relación con la afirmación esperanzadora: “estamos construyendo el país que soñamos de justicia y equidad para todos”. Y la tercera se estructura en torno a la afirmación justificante: “paciencia, estamos haciendo las transformaciones necesarias para profundizar la democracia y para mejorar la calidad de vida de las personas, pero se requiere de tiempo”.

Por una parte se avanzaba en algunas materias en el sentido democrático y por otra se profundizaba la estructura socioeconómica implementada por la dictadura. Lo primero era asumido a los esfuerzos de la Concertación y lo segundo a la labor de la derecha. Con un brillante discurso de poder se perpetúo de forma indefinida la votación del Sí y el No en todas la selecciones, mientras que las diferencias de fondo entre la opción progresista y la derechista se diluían a cuestiones meramente formales.

La ciudadanía aceptó que debíamos actuar con mesura, quedaba sólo preocuparse por la forma individual de subsistencia, la cosa pública ahora estaba en manos de quienes elegíamos. Se permitió que los políticos, lograran mantener los principales pilares institucionales de la dictadura como una herencia, e incluso algunos opositores nos recordaban cada cierto tiempo que en términos económicos la construcción autoritaria había sido acertada.

Chile se convirtió en uno de los países más desiguales del mundo, el principio de subsidiaridad fue calando hondo en todas las instituciones estatales, mermándolas en oposición al emprendimiento privado, vendiendo todos los recursos que permitían generar una distribución más equitativa de los ingresos nacionales. Se convirtieron las ciudades en verdaderas herramientas de segregación social, nuestro país fue dejando en el desamparo a quienes no tenían las herramientas para “emprender”, se permitió que se profundizara la pauperización de los trabajadores del país y un sinfín de medidas a las que nadie puso freno.

De esta manera la política de la transición fue logrando su esplendor: la tríada de poder que invocaba la victoria pasada, la esperanza eterna de un futuro mejor y la justificación permanente ante la ausencia de cambios se asomaba como una excelente herramienta que permitía mantener el status quo político, económico y social. Pero en algún momento la efectividad del discurso de la transición comenzó a decaer. La ciudadanía comenzó a cuestionar. Los políticos comenzaron a debilitarse en su legitimidad y la institucionalidad comenzó a mostrar sus defectos más profundos.

La sociedad en su conjunto fue dando pasos gigantescos hacía la duda, hacía la incertidumbre de que los años pasaban y pasaban, y en definitiva las soluciones prometidas por la política de la transición no llegaban. El triunfo en contra de la dictadura sigue hasta nuestros días siendo un hecho histórico relevante, pero cada día es más lejano. La esperanza de que la felicidad en una sociedad democrática administrada por representantes nos alcanzaría a todos, se convirtió en una ilusión truncada. Y la justificación que exigía tiempo para las transformaciones terminó por revelar que los cambios en realidad por esta vía no llegarían nunca.

La política de la transición fue logrando su esplendor: la tríada de poder que invocaba la victoria pasada, la esperanza eterna de un futuro mejor y la justificación permanente ante la ausencia de cambios se asomaba como una excelente herramienta que permitía mantener el status quo político, económico y social. Pero en algún momento la efectividad del discurso de la transición comenzó a decaer.

Los estudiantes, secundarios en 2006 son el primer hito que marca este cambio de rumbo. Su salida a las calles a manifestar su descontento de forma masiva y el respaldo familiar y social que tuvieron produjo que todo el país apoyara las reivindicación por justicia educacional. Este hecho sólo fue un síntoma, porque aún los canales de coerción social de la Concertación se encontraban en condiciones de actuar, logrando cooptar este movimiento por medio de sus dirigentes y así mantener un clima relativamente conformista hasta el año 2010.

La elección presidencial de ese año marca el segundo hito de una nueva actitud ciudadana, y tiene relación con la llegada de Piñera a la Presidencia. Recalcamos este hecho como fundamental puesto que, por múltiples factores, entre ellos la desilusión de la transición, la derecha logra reconquistar el poder Ejecutivo de forma democrática no por un amplio apoyo ciudadano efectivo, lo que ha quedado demostrado en el devenir de este gobierno, sino que como consecuencia de la falta de solución a los problemas profundos de desigualdad e injusticia.

La asunción de Piñera terminó por destruir todos los canales de dominación que habían sostenido esta política de la transición, ya que el nuevo primer mandatario no se vislumbraba, aunque lo intentó en múltiples ocasiones, como un actor válido y representativo de dicha política. De la misma forma los actores “transicionistas”, en total de la Concertación, quedaron absolutamente limitados en su influencia política al estar prácticamente enclaustrados en un parlamento que bajo nuestra institucionalidad queda subyugada ante un presidencialismo extremo.

La ciudadanía comienza a desvincularse progresivamente del discurso de los políticos de la transición, liberándose de la esperanza que habían puesto en “otros” (los representantes) y asumiendo un rol activo en las exigencias ciudadanas. Así, el tercer hito y definitivo para la desilusión total de la política de la transición se comenzó a desarrollar por medio de las diversas manifestaciones ciudadanas desde el 2010 a nuestros días.

El 2010 vivimos una fuerte reagrupación de las demandas étnicas en nuestro país lideradas por el pueblo mapuche. El 2011 asistimos a la reconfiguración de los movimientos sociales con interés sectoriales representados por el movimiento estudiantil y los diversos movimientos medioambientalistas. Y comenzando el 2012 hemos contemplado la rearticulación de las relaciones solidarias comunitarias expresadas desde Aysen, hasta los conflictos locales de Freirina y Calama.

En todas estas instancias, ha primado no sólo el problema concreto, sino que el énfasis final ha estado en la necesidad de transformaciones profundas a la institucionalidad en su conjunto. Además, estos movimientos han tenido una característica común que dice relación con la incredulidad ante el accionar y las promesas de los políticos. Conjugándose así una separación de fondo entre la ciudadanía y los políticos, tanto en la confianza que las personas depositaron en ellos para profundizar la democracia como había sido prometido como en su rol de catalizadores institucionales de las necesidades y exigencias sociales.

En definitiva, podemos constatar fehacientemente que los últimos años representan un quiebre en la política chilena. Un quiebre basado en el fin de un período político, donde el discurso hegemónico de la transición fue absolutamente superado por el despertar de la ciudadanía y la necesidad de cambios efectivos. Como todo fin tiene un nuevo comienzo, debemos estar atentos al nuevo proceso que se visualiza en el futuro, ¿acaso será de revolución democrática? Es lo más probable y necesario.

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3 Comentarios

Victor Salvado Saavedra Cortes

Que radiografía mas lucida y seria,felicitaciones Santiago.
Pero creo falta algo fundamental,se analiza la transición como un fenómeno inconexo con la historia reciente de nuestro país,en especial con los años inmediatamente anteriores, y por ende con el mismo proceso,primero,creo se debería evaluar si el proceso previo a la transición(MDP,izquierda unida,Unidad para la democracia»PAIS Y PRSD»),este ultimo un poco posterior claramente,el por q de su fracaso y si la opción de la transición,fue o no la correcta?
Formulando una respuesta a esta pregunta,seguir con el ejercicio,fracasa la política de transición? no lo se,a buscar respuesta.Si así lo creemos ,porque fracasa?
Al fin,lo claro es que la política esta en constante cambio,este es un proceso marcado, en esta fase por la descomposición de la política tradicional, disminución de los militantes base de los partidos,casi nula participación activa de la militancia,poca participación popular en las elecciones.
Pero sin lugar a dudas,una bocanada de aire fresco en la política,son los movimiento sociales,cada día mas y mas fuerte los que remecen a la clase política,generan miedo,nerviosismo, repulsión,pero lo mas importante,empatía en cierta parte(parte importante) de la clase política de izquierda y si algo es claro,la apatía hoy por hoy ,no va.
Lleguemos al 2012,vivimos en una sociedad injusta,una de las mas desiguales del mundo,no solo por la distribución de la riqueza,muy importante por lo demás,sino también,por la falta de representatividad de nuestra clase política(binominal entre otras) la casi nula posibilidad de participación en la toma de decisiones de nuestra vida diaria(fuerzas políticas no representadas en el congreso,cooptacion por parte de rey comunal,el alcalde,a los concejales,falta de plebiscitos comunales,etc).Todo esto es parte de nuestra realidad,pero creo que no se discuten cosas fundamentales,Capitalismo y neoliberalismo,existe algún método de producción mas efectivo que el antes mencionado? la sociedad chilena quiera cambiar su modelo económico? estas y otras tantas interrogantes las planteo ,no para dar respuesta,no se si tenga la capacidad para hacerlo,sino que me interesa plantearlas porque en este punto ,en la forma y tipos de construcción social que buscamos llevar adelante es donde la fuerzas de oposición se separan,algunos irremediablemente y dado que la política es una construcción social basada en la «fuerza»mi pregunta es,existe la discusión y voluntad de crear un proyecto común? o solo enarbolar banderas de lucha por separado y por ende,debilitadas?. Igual no soy muy bueno para expresarme por escrito,dejo mis dudas y mi agradecimiento por tu trabajo compañero,espero esta dudas generan respuestas de quien quiera,un abrazo a todos los lectores.
Una mención para la frase final,no creo que existan las revoluciones democráticas,las fuerzas en el poder,no solo político,sino que social,a mi entender son siempre conservadoras,por que creen o necesitan de su proyecto,sean o no de derecha,sean o no de izquierda,quien mantenerse,por ende conservar, así q las revoluciones nacen necesariamente de la violencia,la revolución siempre sera marcada por las muertes,por las armas,por la guerra,son realidad políticas,no menciono su legitimidad o la falta de esta,solo lo menciono,otra ves ,felicitaciones Santiago.

    santiago-trincado

    santiago-trincado

    Estimado Victor, muchas gracias por comentar con tanto animo de construcción y colaboración. Aquello siempre debe agradecerse.

    En relación con lo que señalas considero que efectivamente es muy complejo dar respuestas absolutas a procesos que aún se encuentran en construcción, y en los que participamos no sólo como testigos/observadores sino que también como sujetos/actores. En ese sentido, pareciera que muchas veces las preguntas aparecen como más relevantes y útiles que las respuestas.

    Sobre el fondo de lo que planteas, son muchas preguntas y contestarlas quizás podría dar para un escrito con una extensión más amplia en términos de su desarrollo que un comentario. Pero solamente a modo de pincelada sobre las ideas planteadas, me gustaría comentar que el el fracaso de la política de la transición ha dejado sin «proyecto político» al espacio del progresismo y la izquierda.

    Y de esa forma, quizás más que preguntarnos sobre cuáles fueron las posibilidades de la izquierda en Dictadura de presentar un proyecto político al país o porqué fracasó el presentado, deberíamos preguntarnos sobre la construcción de un proyecto político de la izquierda y el progresismo en la actualidad.

    Pareciera urgente y fundamental resolver aquello para construir una sociedad más justa e igualitaria.

    Un abrazo y los debates están completamente abiertos y vigentes, y es el momento para darlas….

    Saludos!

Luis Mario Perez Pereira

Que paja mas grande el articulo… ademas de muchas faltas ortograficas y vicios del lenguaje.