Cualquiera que argumente que la Concertación “no hizo nada en 20 años” se encuentra fuera de tono. No es fácil recibir un país con un 45% de pobreza y altísimos índices de desigualdad (el quintil V percibía 17 veces más ingreso que el quintil I), herencia de la dictadura y fruto del -a estas alturas paradójico- milagro económico chileno.
Tal como dijo la candidata del pacto Nueva Mayoría, los resultados de la elección del domingo pasado no tienen dos lecturas: la coalición de centroizquierda se impuso aplastantemente a la derecha. El resultado a pocos puede sorprender. Las discusiones al interior del oficialismo y la incapacidad del gobierno de capitalizar las enormes oportunidades que le ofrecía la coyuntura económica hacia un proyecto de largo plazo y estructural (por el contrario, se le dio énfasis a la política cortoplacista) hicieron posible que la Alianza pasara de gobernar el país a obtener no más allá de un cuarto de las preferencias de quienes votaron.
Este escenario ofrece alternativas muy interesantes mirando al futuro. En el corto plazo, con un 99% de probabilidad la Nueva Mayoría se impondrá en el balotaje el día 15 de diciembre. Esto, porque si el oficialismo se quiere imponer tendría que salir a buscar votos que hoy tiene la ex presidenta. Una quimera. Más interesante es analizar el rol que tendrá el Parlamento a contar del próximo 11 de marzo. La composición de ambas cámaras se ha volcado hacia representantes de la centroizquierda y rostros insignes de los movimientos sociales, vis-a-vis una dura derrota no asumida por parte de la UDI (a pesar de que mientras escribo esta columna me entero de la renuncia del generalísimo de campaña de Evelyn Matthei, Joaquín Lavín).
Hasta ahí, no muchas sorpresas. Lo relevante, sin embargo, es la oportunidad que se abre con un gobierno que buscará hacer cumplir un programa ambicioso y, por primera vez en democracia, con la opción cierta de superar las trabas institucionales que pone el Poder Legislativo.
Cualquiera que argumente que la Concertación “no hizo nada en 20 años” se encuentra fuera de tono. No es fácil recibir un país con un 45% de pobreza y altísimos índices de desigualdad (el quintil V percibía 17 veces más ingreso que el quintil I) [1], herencia de la dictadura y fruto del -a estas alturas paradójico- milagro económico chileno. En tal escenario, la prioridad era resolver problemas de primera línea, precisamente aquellos asociados a las clases más bajas: marginalidad, pobreza, inequidad. Después de 10 años la pobreza se había reducido a la mitad. Un logro incuestionable.
Hoy el desafío es otro, un compromiso con las clases intermedias. La Concertación falló en instancias como la Revolución Pingüina y el Transantiago. Acertó en otras como la reforma previsional. No obstante, lo que a mi juicio se debe esperar del inminente nuevo mandato de Bachelet es el avance, después de muchos años, hacia una economía social de mercado donde primen los derechos fundamentales sociales por sobre las consideraciones económicas inequitativas disfrazadas de eficiencia o aquellos objetivos ambiciosos y extractivos que la derecha se ha planteado bajo el nombre de “excelencia”, “vivir en paz”, entre tantas otras denominaciones para el bronce. Es una oportunidad de oro que tiene la centroizquierda de, por fin, catalizar las bases de justicia social sentada hace muchas décadas por sus líderes. Constituye, en definitiva, un “pacto social” que hoy la Nueva Mayoría debe decidir si firmar o no (y sin letra chica).
[1] De acuerdo a datos de la CEPAL y el Banco Central.
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