Hace ya tres años, Adolfo Zaldívar, actual embajador de Piñera en Buenos Aires, declaró que la Concertación estaba muerta. Hubo luego otros anuncios funerarios de parte de quienes, por diversas razones, abandonaron las filas de la DC, el PS y el PPD. Incluso un candidato presidencial, Marco Enríquez-Ominami, centró su campaña en la idea de que sólo faltaba enterrar a la Concertación. En el curso de la campaña presidencial, no fueron pocos los militantes del PPD y el PS que actuaron convencidos de que había llegado el momento de cambiar de caballo.
El impacto de la derrota de Frei agudizó las tendencias centrífugas y exacerbó la idea de que la coalición debía pedir disculpas por casi todo, lo que en los hechos anulaba la posibilidad de efectuar una autocrítica seria y un balance equilibrado de lo hecho.
Pero no se han cumplido los pronósticos más sombríos sobre lo que iba a pasarle a la Concertación. Ha habido algunos arranques personalistas y ciertas exageraciones sobre las culpas por la derrota, pero no han constituido la tónica. Los impulsos autodestructivos han sido escasos y, por el contrario, ha prevalecido el empeño por mantener la cabeza fría.
Con el correr de los meses, se ha ido imponiendo la necesidad de actuar unidos, incluso por razones de supervivencia. No cabe duda de que Michelle Bachelet y los otros ex Presidentes han ayudado a mirar las cosas con calma, a valorar lo hecho y a proyectarse hacia el futuro.
Al cabo de 20 años, no ha sido sencillo para las fuerzas de centroizquierda adaptarse a las nuevas condiciones creadas por la llegada de la derecha a La Moneda. Es evidente que les ha costado encontrar el tono apropiado para ejercer su papel de oposición a un gobierno que no responde a los esquemas de la derecha tradicional y que se mueve con gran pragmatismo.
La necesidad de actuar como contrapeso del gobierno ha obligado a la mayoría de los parlamentarios concertacionistas a proceder con espíritu de bloque. Salvo excepciones, la Concertación ha demostrado buen criterio en el Congreso y no se ha dejado tentar por la fórmula fácil de boicotear los planes de gobierno.
Se ha hablado de “refundación” y hasta de “reinvención” del bloque concertacionista. Eugenio Tironi llegó a decir que la partida de Michelle Bachelet a la ONU era la lápida de la vieja Concertación. Pero los procesos políticos no suelen calzar con los diagnósticos catastrofistas. Sufrir un revés electoral en el marco del régimen democrático no tiene por qué significar el fin del mundo.
La historia política de nuestro país revela que, en general, los partidos no cambian de un día para otro. Es verdad que, en ciertos momentos, pueden experimentar desgarramientos y quiebres traumáticos, pero da la impresión de que, en las condiciones actuales, es improbable que eso ocurra en los partidos de la Concertación.
Ha sido positivo el esfuerzo por renovar las directivas. Salvo el PRSD, las demás colectividades tienen nuevos presidentes. Se asoman otros rostros a la primera línea de responsabilidades, y eso es valioso. Pero se trata sólo del comienzo. La centroizquierda necesita dejar atrás las malas prácticas y renovarse de verdad, lo que está ligado al restablecimiento de los procedimientos democráticos en el seno de sus partidos y la oxigenación de sus vínculos con la comunidad.
A la Concertación le han causado mucho daño los proyectos personalistas, el clientelismo, los gestos mediáticos que no reparan en nada. Un factor muy corrosivo han sido los vicios derivados del sistema binominal, el que ha ahogado la posibilidad de renovación de los representantes en el Parlamento. Hay diputados que están en sus cargos desde 1990: ya es hora de que cedan el paso a otras personas.
Hay que poner término a los actos de contrición por cualquier cosa. La autocrítica no puede convertirse en un ejercicio de autoflagelación. Eso no inspira respeto entre los ciudadanos. La centroizquierda debe hacer política con sentido nacional y visión de Estado. El populismo no conduce a ninguna parte.
En ese sentido, el acto realizado por la Concertación el 5 de octubre, en Valparaíso, debe ser visto como la reafirmación del pacto político de hace 22 años. Es justo reconocer el empeño puesto por Ignacio Walker, Carolina Tohá, Osvaldo Andrade y José Antonio Gómez, a la cabeza de sus respectivas directivas, para inyectar un nuevo ánimo a las filas concertacionistas. Han definido un conjunto de puntos que expresan la voluntad de actuar como oposición responsable, dispuesta a criticar lo que corresponde y a fiscalizar con rigor, pero también a favorecer los acuerdos que profundicen la protección social y el avance hacia el desarrollo.
La Concertación debe hablarle al país en su conjunto, no sólo a sus partidarios o a los grupos que rechazan instintivamente a la derecha. Debe buscar interlocución con todos los sectores de la sociedad con los cuales hoy no la tiene. Es indispensable que demuestre que es una fuerza política y éticamente madura, en la que se puede volver a confiar.
* Lee también: El epitafio de la Concerta, por Florencio Ceballos
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