Al cerrar el año 2010 no podemos sino reconocer que la Concertación ha vivido procesos altamente confusos – y a veces conflictivos- por los cuales la opinión pública la está castigando. Estos procesos son propios del acomodo a una nueva situación, pero también son el reflejo de una profunda reingeniería que se está operando en el seno de la coalición y que debiera dar por resultado un nuevo equilibrio entre sus componentes.
La Demoracia Cristiana a través de su presidente, y contando para ello con un amplio consenso interno, ha reivindicado la necesidad de recuperar un protagonismo partidario más explícito, reclamando un margen mayor de autonomía respecto de sus socios, y lo ha experimentado prácticamente en la negociación que su presidente llevó adelante con el Ministro Lavín en torno a las medidas educacionales impulsadas por el gobierno. A la DC no le importó demasiado lo que estuvieran pensando sus socios de coalición. Buscó un acuerdo unilateralmente convencida que su rol es levantar una oposición constructiva y dialogante.
¿Son las medidas del ministro Lavín tan trascendentes para el futuro del país como para llevar a la democracia cristiana a realizar este ejercicio que pone en riesgo su propia unidad como se evidenció en la Cámara de Diputados? Claramente –y en esto están de acuerdo unánimemente los expertos educacionales de los partidos de la Concertación, incluyendo a los DC- las reformas de Lavín no ameritan aquello. De hecho, la Concertación en general tiene una posición común que consiste en apoyar aquellas reformas que profundizan o insisten en el camino seguido en los últimos años y que han dado resultados positivos de acuerdo a los exámenes internacionales y en rechazar las medidas más efectistas tales como los semáforos o la disminución de las horas de Historia o tomar la prueba Inicia para definir los salarios de los nuevos profesores. La explicación al pacto Walker–Lavín, entonces hay que buscarla en otra parte.
La negociación Walker-Lavín responde en realidad a la necesidad de la Democracia Cristiana de recuperar protagonismo político, sin estar condicionada por la actitud de sus socios socialistas, radicales o pepedés. Detrás de esta decisión opera el diagnóstico que Walker explicitó hace algunas semanas en El Mercurio: La Concertación necesita recuperar los votos de centro y esa es la tarea de la DC. No podremos hacer esta tarea si seguimos amarrados a la izquierda. Tendrán que comprendernos.
Si es cierto que la Concertación es básicamente la convergencia, al calor de la lucha por la democracia y la exitosa experiencia de gobierno, de dos culturas políticas fuertemente arraigadas en la sociedad chilena, la social cristiana y la socialista democrática, resulta bastante obvio y necesario que cada una de estas culturas desarrolle al máximo sus potencialidades cubriendo de la mejor manera posible a sus respectivas “audiencias”. Eso es lo que garantizaría una mayoría. La DC siente que no está cubriendo adecuadamente “el centro”, en donde ha perdido cerca de un millón de votos desde 1997 a la fecha. La cultura socialista tampoco parece estar cubriendo adecuadamente sus posiciones, espacio desde el cual nacieron todos los candidatos díscolos que en las últimas elecciones municipales y presidenciales tumbaron a la Concertación.
Hasta aquí el razonamiento de Walker parece adecuado. Su error empieza cuando niega a sus socios de coalición no sólo la necesidad sino también el derecho a emprender la misma tarea que él quiere activar desde la DC. A su juicio, el PPD y el PS no deben reponer el entendimiento privilegiado que los caracterizó hasta mediados de la década del 2000, porque ello amenazaría a su partido. Sin embargo, es obvio también que lo que válido para la DC también lo sea para la cultura progresista de la coalición, que también requiere sanar sus divisiones, afirmar su identidad y sus vínculos con los ciudadanos.
Por cierto, hay también diagnósticos distintos: el manoseado tema de las clases medias y del centro político es uno de ellos. En el mundo progresista es común considerar que es un error asimilar ambos conceptos: clase media y centro político, como si ambos estuvieran equidistantes en un imaginario continuo derecha – izquierda. La realidad es que las nuevas clases medias en Chile tienen poco que ver con lo que entendíamos por ello en el pasado. Sus niveles de educación e instrucción son elevados, sus aspiraciones más complejas, su “ideología” más liberal. Estas capas medias no buscan en la política discursos “de centro”. Muy por el contrario, nuestra propia experiencia pone de manifiesto que los sectores medios que se identificaban con la Concertación emigraron hacia un candidato surgido de nuestras propias filas que no era precisamente de “centro”. Imaginar, como lo hace Walker, que los sectores medios emigraron hacia Piñera porque éste tenía un origen DC, o pertenecería a una cultura filo DC, es una grave falta de apreciación de la realidad. La última encuesta CEP confirma lo anterior ya que casi el 50% de los encuestados optaron por no definirse en el continuo derecha-centro-izquierda.
En este sentido, la recuperación de los votos perdidos es tarea de todos. El progresismo también tiene que trabajar por ello, y sobre todo, por la adhesión de los nuevos ciudadanos jóvenes desencantados de la política o capturados por los valores del mercado. Esta no es la tarea exclusiva de un solo componente de la Concertación. Para ello, sin embargo, es imprescindible que el mundo progresista de la coalición muestre mayor ambición y voluntad de hacerlo.
Los Partidos Socialista y Por la Democracia en particular están llamados a llenar plenamente y con eficacia su espacio político propio. Los principales líderes de la Concertación aceptados por la ciudadanía pertenecen a sus filas, sus bancadas agregadas son mayoritarias, su reflexión política es concordante, sus valores e historia son comunes, sus desafíos electorales deben volver a ser complementarios como lo fueron durante años respondiendo a la naturaleza de un electorado común y compartido. Reconocer estos hechos y converger es una cuestión de realismo y de responsabilidad. Ello supone desplegar el potencial discursivo y de acción del progresismo: abordar con decisión los temas difíciles en los campos de la agenda valórica, del medio ambiente y la energía, de la educación y salud públicas, de los pueblos indígenas, de los derechos de los trabajadores, de la no discriminación; supone también ser capaces de escuchar a la ciudadanía y democratizar las decisiones electorales.
La oposición al gobierno de la derecha necesita ponerse de pie en 2011. Ello sólo será posible sobre la base de la afirmación de grandes culturas políticas alternativas a la ideología de derecha que, vieja o nueva, siempre termina favoreciendo los intereses de los poderosos, destruyendo los bienes públicos e imponiendo una cultura conservadora en lo moral y competitiva e individualista en lo social. La Democracia Cristiana tiene un camino que recorrer y lo está haciendo. El progresismo debe salir de la parálisis, superar sus propios falsos dilemas y ponerse de pie.
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Foto: Arcoiris – ^Sandra^ / Licencia CC
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