El caso chileno es paradigmático. Fue el primer país que impuso, manu militari, el neoliberalismo al comienzo de la dictadura (1973-1990). Monitoreado in situ por su creador, Milton Friedman, se expande al mundo hasta ser lo que es hoy: global y hegemónico.
En democracia, el neoliberalismo chileno es gestionado ininterrumpidamente por la centroizquierda durante 20 años con una simbiosis híbrida entre economía de mercado y programas sociales estructurales; se cuadruplica el poder económico logrando disminuir la pobreza (de 45% en 1990 a 18% en 2010; 11,7% en 2019). Globalmente, “en los últimos 25 años, 1000 millones de personas salen de la pobreza extrema”.
No obstante, al analizar cinco sistemas del neoliberalismo chileno se puede diseccionar su letra chica.
Sistema de pensiones. La dictadura elimina el público de reparto solidario por las privadas oligopólicas Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) que gestionan el ahorro individual de los asalariados. Las AFPs se convierten en una fuente de acumulación de capital privado en pocos conglomerados económicos, dueños de las acciones. Las ganancias con el ahorro de los asalariados son siderales y superan las cuentas del Estado. En 2018 adquieren USD 481.673. 821,773 de utilidades netas, mientras el gasto público fue de USD 70.725.172, 482 y, entre tanto, nueve de cada diez pensionados reciben menos de 150 mil pesos/mes (USD 250); el sueldo mínimo en 2019 es USD 422,723.
Sistema educacional. La Constitución de la dictadura, aún vigente, originalmente la define como un bien de consumo, no un derecho y, en la práctica, continúa siéndolo: es uno de los más caros y segregados del mundo; un apartheid educacional.
Sistema sindical. Dinamitado por la dictadura, la negociación colectiva con titularidad de los sindicatos, aún no es plenamente factible.
Sistema financiero. Conexionado con el sistema educacional, sanitario, etc., está presente en la vida cotidiana de todos.
Sistema tributario. Es uno de los más inequitativas del mundo: el 50% con menos recursos paga un 16% de sus ingresos totales, mientras el 10% más rico tributa un 11,8%.
Los estallidos sociales violentos, como el que acaba de estremecer Chile, y la tendencia a apoyar propuestas políticas ultras, es la consecuencia del fracaso de la centro derecha e izquierda de implementar soluciones estructurales a las colosales desigualdades sociales.
La letra chica del neoliberalismo chileno
Estos cinco sistemas están interrelacionados y son interdependientes. En efecto, el neoliberalismo chileno exige educación pública apartheid, si no lo fuese deja sin clientes a la privada que hegemoniza la educación de calidad. Esto va unido a la incapacidad negociadora sindical para conseguir justicia salarial (la línea de pobreza por ingresos es de $417.348/mes (2017) y el 50,6% gana $380.000/mes; a pesar de tener un trabajo, se es pobre). La injusticia salarial obliga acudir al sistema financiero privado ―dueños también del educacional, sanitario y de las AFPs― para financiar alimentación, educación, etc.. Un informe del Banco Central (2018) notifica: “Los hogares registraron (…) deuda equivalente al 73,3% del ingreso disponible”. Y, la pieza clave del neoliberalismo es vaciar de poder tributario al estado para destruir su poder político como garante del “bien común “dejándole al ciudadano una sola alternativa: pagar su protección social individualmente en la esfera privada de la economía.
Así, en el neoliberalismo chileno (y global) operan puertas giratorias donde la acumulación de capital privado circula, siempre a más y sólo pasando por las manos de los asalariados, para regresar multiplicado a la caja del 1,12% de la población: los milmillonarios que en Chile reciben un 52,5% del ingreso económico total del país, mientras el 98,88% se reparten un 47,5%. Globalmente desde 2015 el Fondo Monetario Internacional (FMI) informa que el 1% más rico del planeta concentra el 50% de la riqueza global; advirtiendo que el déficit sindical crea brecha entre ricos y pobres lastrando el PIB mundial ya que la desigualdad social atrofia el crecimiento económico.
El neoliberalismo erosiona la democracia representativa creando una nueva administración del aparato público, la mercadocracia: el poder de facto de la clase empresarial que se apodera del poder político para sus intereses corporativistas en detrimento del “bien común” de las mayorías, poniendo en peligro de muerte la democracia y sus instituciones al descapitalizarlas dejándolas sin margen de maniobra política y, con ello, destruye la cohesión y la paz social.
Los estallidos sociales violentos, como el que acaba de estremecer Chile, y el auge de la ultraderecha, son la consecuencia del fracaso de la centro derecha e izquierda de acabar con la desigualdad social. Es más, el neoliberalismo amenaza la vida al sobreexplotar los recursos naturales por su sistema de producción salvaje sin control político ni jurídico reales.
El neoliberalismo como lo conocemos hasta ahora, a pesar de la enorme riqueza que ha creado, o por eso, es inviable.
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R.A.
Exacto !…
El problema es que las consecuencias las sufrimos todos, tal como ahora todos sufren un país colapsado por las protestas, los saqueos, los incendios, los servicios interrumpidos, etcétera.
La clase política diría yo que es la culpable, siempre tan jactanciosa de su sabiduría de grandes acuerdos, se preocupó más de si misma y de sus negocios que del pueblo y la sustentabilidad y equilibrio de la vida en el planeta.
Delante me decía a mi mismo: y pensar que estamos preocupados del problema equivocado, porque la verdadera amenaza no es un país lleno de saqueos, sino que un planeta que está sobreexplotando sus recursos, principalmente el oxígeno, y no está preocupado de reponerlo. Me decía, de qué orden serán los saqueos cuando la tierra no produzca ni siquiera para los ricos, sino que para todos escasee el alimento por las condiciones climáticas adversas… Hoy los militares retienen las balas en sus fusiles, pero, eso es porque aún quedan lugares con mucha comida y “plasmas” que saquear, pero, ¿hasta cuando será así?…
Para bien de la humanidad, del planeta y las generaciones que no alcanzarán a venir (ya es hora de irse olvidando de “las que vendrán”), mi teoría básica y fundamental es que los partidos políticos deben ser abolidos por ambiciosos, inhoperantes, torpes…, para reemplazarlo por un Gobierno de los científicos…
Srs. Políticos, háganle un favor a sus hijos y nietos al menos, renunciando a su vida política, por favor !