El desarrollo de la tecnología en el mundo actual avanza tan rápido que no tenemos una noción exacta de cuánta información digital existe realmente. Cada día nos alejamos más de la cantidad de todos los documentos realizados desde que se tiene en cuenta la invención de la escritura. Si la cantidad de información la apiláramos en libros, las decenas de torres de ellos que se formarían llegarían a la Luna. Así, nuestra vida cotidiana se unió con la tecnología; también espacios masivos como los medios de comunicación, la economía, las interacciones digitales, el deporte, etcétera. La política no queda indiferente a esto, especialmente con el desenvolvimiento vertiginoso del Big Data –en términos simples, consiste en un conjunto de datos vastísimo que son organizados necesariamente por sistemas informáticos. Este mecanismo inteligente se encarga de recopilar, organizar y sistematizar datos equivalentes en quintillones de bytes creados por día–.
El sistema político democrático se ha visto afectado por la tecnología y el desarrollo de nuevos horizontes de esta era digital. En principio, una eventual influencia de la tecnología –y del Big Data, que es lo que nos convoca– parece algo exótico. Lo primero que se nos viene a la mente al escuchar la palabra “democracia” es un sistema donde todos gozan de una igualdad para convertirse en actores relevantes del grupo humano específico. Todos somos seres políticos en potencia a desarrollarnos en la comunidad. Sea por medio de la representación o de forma directa, lo esencial de la democracia es –en palabras de Touraine– generar representatividad, una conciencia del ciudadano y un control al poder. Estas características varían según el país, la salud de su sistema político y sus vicisitudes. No obstante, en los últimos años acontecieron hechos anómalos en diversos países democráticos en donde el Big Data tuvo un papel preponderante. Tomó protagonismo en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2012, teniendo a Barack Obama como Presidente reelecto. Forbes destacó la estrategia del demócrata: sistematización de datos de los votantes, asegurándose a los que anteriormente votaron por él y convenciendo a los susceptibles de ser persuadidos por su persona e ideas que representa. Donald Trump optó por el mismo camino, apoyado por el otrora aliado Steve Bannon y Robert Mercer. Ambos políticos tienen en común haber realizado una personalización de la propaganda política acorde a cada persona, conforme a la situación en la que se encontraba –seguidor, receptivo, indiferente o detractor–. Ambas figuras están enlazadas al escándalo mundial de los últimos días de la empresa Cambridge Analytic, quienes asumieron haber comprado bases de datos de redes sociales de uso masivo, como Facebook, para perfilar propaganda política y noticias a cada usuario con el fin de persuadirlos, influyendo sustancialmente en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2012, 2016 y en el referéndum del Brexit. Los resultados están a la vista: eficiencia del cien por ciento. Estos casos se ilustran con caperucita roja: tomaron el papel del lobo que se disfrazó de abuela, pero que, a diferencia del cuento, triunfó.No obstante, en los últimos años acontecieron hechos anómalos en diversos países democráticos en donde el Big Data tuvo un papel preponderante.
En nuestro país ocurrió algo semejante en las elecciones municipales de 2016 y las parlamentarias de 2017. Ciper Chile develó las maniobras realizadas de Renovación Nacional, actualmente el partido más votado en las municipales y con más escaños en el Congreso; igual suerte tuvo Sebastián Piñera en las elecciones presidenciales de 2017. La empresa encargada fue Instagis, quien en su página web afirma expresamente dar el servicio de “descubrir la concentración de votantes, su caracterización socioeconómica y tendencia política para desarrollar un trabajo territorial eficiente dentro de su comuna”. Según Ciper, Instagis elaboró un mapa georreferenciado con información de diversa índole, esto para fines electorales. ¿Los resultados? Para Chile Vamos, 8 de cada 10 candidatos que utilizaron Instagis salieron electos. Los precios por los servicios superaron los millones de pesos.
Estas empresas que recolectan, organizan y sistematizan bases de datos obtenidas por páginas web masivas actúan al filo de la legalidad en cuanto al uso de información privada de las personas. No obstante, el gozo de la confidencialidad de la vida privada de las personas puede verse mermado por la relajación de la población en la entrega de su información a la web. Ejemplo ilustre es el uso de Facebook, donde las personas –muchas desconociendo lo que consienten– entregan información de actos personales, de otras personas, conexiones de datos, sitios de internet, lugares de conexión, etc. Así, sitios digitales específicos cuentan con un poder importantísimo respecto a la cantidad de datos en su poder. La desventaja de ello es elaborar un ordenamiento armónico de esta información: aquí, el Big Data cumple su gran función de satisfacer los fines particulares de las empresas que desarrollan estos sistemas de organización de macrodatos, cuyo objetivo es, principalmente, generar ganancias. Obviamente, los clientes más frecuentes serán grupos políticos con acceso a grandes cantidades de dinero. Es esperable la ventaja que corre, por ejemplo, un partido político acaudalado frente a un movimiento social y político con dinero insuficiente para contratar los servicios de empresas como Instagis. Se gesta, por ende, una desigualdad de actores a la hora de participar en las elecciones, generando como consecuencia una desigualdad al acceso de la información esencial para persuadir de forma eficiente. Un maratonista correrá en condiciones óptimas, con un mapa del recorrido y con un equipo médico atento a él, mientras que otro estará condenado a correr vendado y sin apoyo.
La democracia podría convertirse en, por consiguiente, una especie de tiranía de la información, donde grupos políticos con grandes cantidades de dinero serán capaces de modificar su composición frente al electorado, acomodando su cuerpo acorde al votante que quieran persuadir, sin que ello signifique un cumplimiento de expectativas en el futuro, y partiendo con mayor ventaja en disputas de espacios políticos. Dirán lo que el votante querrá escuchar, guiándose por la información entregada por empresas especialistas en la recopilación y análisis de datos. Al frente tendrán a un grupo sin muchas armas.
¿Cómo hacer frente a la situación? Es un asunto complejo. Sería imposible prohibir el acceso a esta información, pues ya circula en la web a gran caudal, y seguirá produciéndose a escalas gigantescas. Si lo comparamos con el lobby, podemos aseverar que son situaciones más o menos semejantes: son realidades que no pueden negarse en la teoría, tampoco puede esperarse que se extirpen totalmente. Una regulación al acceso de la información o a la contratación con estas empresas puede ser un punto de partida, pero debemos tener en cuenta que la materia a regular tiene una naturaleza inestable, tendiente a crecer exponencialmente en breves lapsos de tiempo. A corto plazo será urgente obrar, si no, la democracia mutará a una quimera donde triunfará la desigualdad de acceso al Big Data, el oráculo de Delfos del futuro.
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