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La ideología y la solidaridad ciudadana

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Es la noche oscura, nubosa, sin estrellas, y voy por las calles de la población en la ribera norte del río Turbio, en Puerto Aysén. Sin estrellas, si no fuera por los estallidos de escopetas con balines o lanzando bombas lacrimógenas, que hacen saltar la pólvora encendida hasta los patios de las casas. Señoras muy dueñas de casa aportan cajas con piedras que dejan en la vereda húmeda. Quienes las recogen parten fugaces a otro lugar de la noche. Los oficiales de carabineros gritan afónicos. Harto poco se entiende qué mandan. Un bus de pacos yace dado vuelta y con sus llamaradas ilumina la calle donde ninguno de los bandos se atreve a entrar. ¿Quién fue? ¿Quién lo quemó? Fuenteovejuna, responde la historia con Lope de Vega y la mejor literatura en lengua española.

Calama, un día a fines de marzo. Imaginemos que la oferta oportunista, de última hora, del Gobierno, para responder con un “plan de fomento” a las demandas de los calameños, no funciona.

Imaginemos el escenario posible de la ciudad del desierto en “huelga comunal”, con el comercio cerrado, el transporte –de pasajeros y carga- parado, con los padres que no mandan a la escuela a sus hijos, con una tremenda manifestación de gente a la caída de la tarde. Y en la noche, barricadas.

A la mañana siguiente los noticiarios de televisión muestran escenas de dos tomas de carreteras. Una de ellas es también el acceso y salida estratégicos de Chuquicamata. El noticiero muestra también una fila de buses de carabineros saliendo de Antofagasta con destino a Calama.

Lo que tenemos son dos movimientos ciudadanos locales, territoriales, separados por varios miles de kilómetros. Cada uno bastante transversal; en cada uno se conforma una asamblea de gremios y organizaciones. Mi pregunta es: ¿cómo se relacionan entre sí? O, ¿de qué modo se genera solidaridad entre Aysén y Calama?

Pero, ¿por qué habríamos de buscar o exigir solidaridad entre movimientos ciudadanos, donde cada uno expresa una visión comunitaria? Es decir, una imagen ciudadana de cómo se quiere vivir mejor en ese lugar o territorio, que es generalmente chico, y donde, como se dice, “todo el mundo se conoce”. Los ayseninos y los vecinos de Calama nos dan un buen ejemplo de esas visiones.

Así pues, ¿cómo surge hoy solidaridad social en la forma de un movimiento ciudadano amplio, nacional? O, al contrario, ¿es siquiera posible esperar que surja algo así? Sin duda, porque enfrente de los dos hay un Estado único –y sus políticas son para los dos territorios básicamente las mismas (incluyendo el uso de fuerzas represivas). Sin duda, se puede agregar, porque ciertos poderes institucionales o fácticos –de base económica- operan igual en Aysén y en Calama. Podríamos hasta decir que el Estado y sus instituciones son legalmente solidarios entre sí, abarcando cualquier zona del territorio. Que los poderes económicos son fácticamente solidarios entre sí, porque, más allá de querellas y envidias que los corroen y entrecruzan, pocas veces pierden el objetivo común de mantener al perraje como masa al servicio del lucro.

¿Qué pasa entonces con la solidaridad entre los pequeños, los que no son el Estado, los que no son los grandes empresarios? ¿Por qué esta racionalidad lineal que supone una base común de enfrentamiento con el Estado o contra los poderes fácticos no parece funcionar?

Las ideologías del siglo XX intentaron homogeneizar a los pequeños. Hacerlos a todos iguales colectivizando su identidad social. Unas los convirtieron en “clase social”; las otras en “consumidores”. Aysén y Calama, entonces, serían apenas dos nombres distintos para la misma cuestión. La diferencia de vivir entre fiordos patagónicos y vivir en medio del desierto más seco del mundo resulta, en el fondo, desechable.

Los porfiados hechos parecen mostrar que no. Que las clasificaciones abstractas y generalizadoras, impersonales, resultan mucho menos eficaces que los vínculos de pertenencia y de cercanía con el paisaje. Hoy parece muchísimo más importante sentirse aisenino o calameño, que escucharse tratado como “clase social”. Tampoco funciona allí el apodo de “consumidores”. ¿Quién ha escuchado que se utilice esa palabra en el conflicto regional?

En el mismo sentido, las comunidades pequeñas localizadas ya tienen aprendida la desconfianza hacia lo que viene de los grandes. Por eso los políticos actúan en segunda línea respecto del movimiento.

La pregunta sigue siendo: ¿por qué los movimientos sociales locales pareciera que no pueden llegar a generar su propia representación política, y tienen que volver a votar, cada vez, por los políticos de siempre?

La solidaridad dentro de los movimientos ciudadanos me parece un asunto completamente abierto. Incierto. Ninguna ciudadanía se moverá realmente con fuerza por una comunidad diferente, a menos que concurran elementos emergentes, como aconteció en los primeros 5 meses del movimiento estudiantil urbano/metropolitano del 2011, cuando solidarizaron en un movimiento amplio hasta los que venían socialmente de muy lejos.

Esa concurrencia merece una atención especial.

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Foto: indamislam.com
 

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