#Política

La historia de lo no sucedido

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La reflexión que se hace desde diferentes sectores de la ciudadanía, de los grupos y partidos políticos son coincidentes en que este año debiera ser difícil social y políticamente hablando. En el por qué de esta afirmación, hay diferencias de expectativas y percepciones distintas.

Me inclino a pensar que la diferencia entre un grupo y otro, fundamentalmente radica en la forma como se entiende que estamos frente a un proceso global de cambios y de significaciones. Que los supuestos valores tradicionales, que han cimentado la democracia en nuestro país y en gran parte del mundo, están cambiando profunda y rápidamente de significación y contenido.
 
Se está percibiendo de una manera distinta el tema de los derechos fundamentales en una sociedad en la cual, se están resquebrajando modelos y conceptos que fueron tradicionales. Ya no es fácil sostener que la democracia funciona con legitimidad, con exclusiones raciales, religiosas, sexuales, culturales como todavía sucede. Por supuesto, a manera de ejemplo, sigue habiendo racistas confesos, aunque piden disculpas; sigue habiendo formas de fe excluyentes, manejando las ideas del bien y del mal, a partir de una dogmática que a muchos se les hace insostenible; aunque ya por decreto se haya eliminado el limbo, se acepte que la tierra gira alrededor del sol y que la llegada al cielo no es un pasaporte que pueda otorgar una sola confesión religiosa en exclusividad.
 
También se percibe que todos los valores políticos y sociales, y por lo tanto las diferentes alternativas de los modelos democráticos, que tienen que ver con los derechos fundamentales de la persona, no pueden estar condicionados o al servicio del éxito de los modelos económicos. Es decir una democracia y una sociedad al servicio de la creación de riquezas y por lo tanto al servicio de lo que en definitiva constituye el poder real en el mundo contemporáneo. La convicción de muchos humanistas de diferente cuño va exactamente por la vía contraria: la creación de un modelo económico, al servicio de un nuevo modelo democrático y no una democracia mutilada para servir al poder económico.
 
El problema detonado en Aysén es un ejemplo de lo que decimos. Una situación social, política y económica que quiere manejarse desde las esferas de gobierno a través de un concepto autoritario de la ley y el poder. No hay capacidad para bajar a entender el respeto a la dignidad humana y solo se pretende imponer un criterio de gobierno y de política con rasgos claramente autoritarios. Se desconoce en definitiva, que el poder real es de la ciudadanía.
 
En el mundo, en la actual situación histórica, hay un rechazo a un modelo ético y político, que se fundamenta en la conquista del poder económico, y por lo tanto pone al servicio de ese poder, las fuerzas vivas de los seres humanos, que son obligados a participar de esa estrategia.  Por lo tanto se explican claramente, la presencia de dos polos que se confrontan: los que buscan una sociedad nueva, con un desarrollo de lo humano, de sus derechos y de sus deberes, en un proceso nuevo de humanización y democracia, versus los que creen, o nos quieren hacer creer, que el tema se resuelve sólo con mas creación de riqueza y una mejor distribución.  
 
Preocupa de alguna manera que muchos aún perciban que el tema de la educación es fundamentalmente una cuestión económica: ampliación de los accesos a la universidad, mayor responsabilidad del Estado, con mejores financiamientos; gratuidad en lo posible y otros beneficios indudablemente importantes, que tienen que ver con las oportunidades reales. Pero no está – al menos mayoritariamente – la discusión sobre el tipo de educación que queremos, para el país que queremos, para una nueva sociedad mas humanizada. Qué Escuela queremos tener, qué Universidad queremos tener y para qué país.
 
En esta última percepción, de alguna manera, coinciden los conservadores de izquierda, de centro y de derecha. Los que no tienen la flexibilidad para pensar en la posibilidad de un proyecto-país, que apunte en la dirección correcta, de lo que perciben las grandes mayorías ciudadanas. Y que no obedecen necesariamente a la estructura de un pensamiento partidario. 
 
Estamos frente a una gran posibilidad, de pensar creativamente desde los partidos, desde la ciudadanía, desde las instituciones públicas y privadas, desde todo lugar en que se encuentre el ser humano en alguna forma de organización, en un proyecto nuevo. Coherentemente histórico, racionalmente político, pero profundamente humano, en una nueva sociedad, en un nuevo país que de respuestas a las inquietudes de una ciudadanía nueva, en un sistema, que como el actual, de alguna manera se despedaza y comienza a desmoronarse. A veces silenciosamente, otras con mayor ruido pero que son los síntomas del agotamiento de una forma de concebir la sociedad.
 
Estamos entrando a una etapa en que la historia será definida por la calidad del ser humano que emerge y no por las formas como se llenan las arcas de un sistema, que sin duda (y solo mirando alrededor de nuestro mundo), se derrumba dramáticamente, pero que también engendra expectativas que nos hacen mirar el futuro con esperanzas.
 
* Luis Pacheco es director de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano
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