La historia, no pocas veces, es usada como un medio o instrumento para la legitimación de nuestras acciones. Las personas constantemente moldeamos o acondicionamos el relato para, buscar en los demás, la aprobación o legitimación de nuestros comportamientos. Es precisamente el carácter subjetivo de la historia, la que debería provocar en nosotros, un intrínseco deseo para comprobar la veracidad de los hechos.
En base a lo anteriormente expuesto, he querido plasmar y compartir en esta columna una pequeña reflexión. Reflexión que, por lo demás, está netamente ligada a un episodio de la historia de Chile, particularmente, al 11 de septiembre de 1973.Para otros, el golpe militar fue el fin de un gobierno popular que buscaba el bienestar de un pueblo; que encarnaba en Allende la realización de la vía chilena al Socialismo. Se trataba de buscar, por medio de la institucionalidad, una forma democrática de concretar el Socialismo, al menos esa era la intención.
A causa del golpe militar, algunos han intentado justificar el actuar de la dictadura militar respecto a los derechos humanos. La verdad es que, para ellos, este acontecimiento fue una verdadera salvación para Chile, del ‘’cáncer marxista’’, considerado la lepra que carcomía a la nación. No he logrado entender ese afán, muchas veces irrestricto, de algunas personas de justificar lo injustificable, de defender lo indefendible. La condena a la violación de los derechos humanos debe ser transversal, y jamás debe verse subordinada o justificada por algún ‘’éxito’’ en materias sociales o económicas, esto corre para todo el espectro político, con independencia de nuestra concepción ideológica.
Para otros, el golpe militar fue el fin de un gobierno popular que buscaba el bienestar de un pueblo; que encarnaba en Allende la realización de la vía chilena al Socialismo. Se trataba de buscar, por medio de la institucionalidad, una forma democrática de concretar el Socialismo, al menos esa era la intención. Aun así, tengo un grado de escepticismo, recurriendo un poco a la lectura uno puede encontrar ciertas sorpresas que suelen ser fundamentales para el entendimiento de este período. Ernesto Ottone, en su libro ‘’El viaje rojo’’ relata, sin tapujos, su percepción acerca del clima político de aquel entonces: ‘’Existían, entre quienes apoyaron el gobierno de Allende, algunos que lo entendían como un proceso donde lo revolucionario se traducía en reformas profundas y para quienes la democracia de los procedimientos, la democracia liberal, tenía un valor en sí misma y no era un sistema que se utilizaría para pasar después a algo distinto y autoritario, una suerte de democracia popular congruente con el socialismo; pero eran los menos. Por otro lado, para la mayoría, la democracia formal, burguesa, era considerada una etapa más bien táctica que debía ser superada en un futuro. En lo que se disentía era acerca de las formas y los tiempos para llevarla a cabo .’’
A partir de estas dos visiones, he querido resaltar que la historia puede ser utilizada y manoseada, no solo por los historiadores, sino que también, por nuestros propios padres y abuelos. Esto ha llevado a que, muchos de nosotros, repitamos con fervor sus consignas, luchas e idealismos; incluso idolatremos a personas que son la muestra fehaciente de un fanatismo ideológico innecesario. Para mí, todos los héroes sin excepción tienen los pies de barro. Cuando existe fanatismo ideológico, no hay cabida a la tolerancia, es allí, donde el odio resulta ser el pilar o, mejor dicho, el fundamento de la praxis de esas personas; por ello, me hace gran sentido una frase de Agustín Squella, donde señala que: ‘’Un hombre de pensamiento que no actúa permanece en una actitud puramente contemplativa, mientras que uno de acción que no piensa constituye un auténtico peligro para la sociedad. ’’
He visto cómo, hoy en día, nos hemos vuelto cada vez más reaccionarios e impulsivos. Siento que muchos, me incluyo, aún no hemos aprendido y entendido a cabalidad lo que significó, en términos sociales, la polarización que hubo durante esa ominosa época que vivieron nuestros padres y abuelos. Me duele y a la vez decepciona que, una generación tan joven dé muestras de tanto odio e intolerancia, rasgos negativos de la naturaleza humana. El perdón es condición para el olvido, solo se olvida si somos capaces de perdonar; pero, para obtener el perdón, es necesario, primero que todo, que haya una profunda intención de cooperar para esclarecer los hechos, mientras eso no ocurra, seguiremos mirándonos a los ojos con desconfianza. No está de más decir y, citando a Napoleón que ‘’el perdón nos hace ser superiores a quien nos insulta’’, todo esto por la grandeza moral y humildad que implica tal acto.
Para finalizar, quiero decirles que soy un convencido de que, la política es mucho más grata cuando existen interlocutores capaces de comprender -o al menos simular- la heterogeneidad de puntos de vista que convergen en la sociedad, sin menospreciarlas ni mucho menos menoscabarlas. La riqueza de una sociedad reside en su diversidad.
¿Cuál es el aprendizaje que debería sacar de esa nefasta época del golpe militar? ¿Qué hago yo para avanzar hacia una sociedad más fraterna? ¿Debería ser el odio lo que debe mover mis acciones? ¿Qué tan frecuente desprecio a los que piensan distinto o tienen modos de vida diferentes a la mía? Respecto a estas preguntas, cada uno sabe dónde le aprieta el zapato.
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