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La gran ilusión

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Que una persona tuviese una identidad “distinta” y que, además, exigiese el derecho a expresarla políticamente, era algo que superaba sus preocupaciones, que iba más allá de la cultura de este sector político. De manera que me apoyaron administrativa y formalmente, pero no política y sustantivamente. Esto me decepcionó.

No acostumbro a escribir columnas de política haciendo referencia a mi vida personal. Pero algunas veces puede ser necesario, sobre todo cuando lo que se dice no deriva sólo de un razonamiento, sino también de una vivencia.

Provengo de una familia de derecha, aunque bastante liberal. Mi papá, pese a ser marino en retiro, siempre ha sido una persona muy atípica en el mundo de los uniformados. Siempre ha tenido un criterio amplio y no cuadrado. De hecho, cuando le conté que era una persona transexual y que quería iniciar el camino hacia la identidad de género con la que me sentía identificada, fue uno de los primeros que dijo: “antes eras mi hijo, ahora serás mi hija”; “te querré igual como siempre te he querido”.

Por otra parte, el hecho de reconocerme como una persona transexual, me ayudó a tener una mayor apertura al tema de los derechos humanos y a mirar mucho más allá de mis narices. El aceptarme como lo que soy, me ayudó a darme cuenta que el mundo es multicolor y que todos los colores no sólo deben ser aceptados, sino incluso valorados.

Sin embargo, me he negado a aceptar que la defensa de los derechos humanos y la valoración de la diversidad social deban ser el patrimonio moral de un único sector político, especialmente la izquierda. Para mí, siempre se trató de mínimos éticos transversales que (en teoría) debían ser defendidos y respetados por todos los sectores políticos, incluyendo a la derecha.

Pero lo anterior tampoco significa que viviera en una burbuja. Si me sentía de derecha en lo económico, y aspiraba a ser parte de la construcción de una derecha liberal en otros ámbitos (más allá de lo meramente económico), pensaba que valía la pena dar la pelea y abrir el espacio para que mi sector político avanzara a lo que me parecía ser un mínimo: la defensa y la valoración de la dignidad humana.

Si era de derecha en lo económico, que es el eje principal que define la adhesión de las personas por un sector político, me pareció lógico, cuando decidí ser candidata a diputada, postularme en un partido de mi sector, al menos el que parecía, desde una mirada de conjunto, el más abierto a lo que creía como una construcción necesaria y posible.

En RN, si bien se apoyó la posibilidad de que compitiera en las primarias parlamentarias, cuando se presentó mi problema ante el SERVEL —que no aceptó reconocer mi nombre social y de género en la papeleta electoral—, la defensa del partido fue meramente formal y administrativa. Creo que se sintieron superados por un caso como el mío.

Que una persona tuviese una identidad “distinta” y que, además, exigiese el derecho a expresarla políticamente, era algo que superaba sus preocupaciones, que iba más allá de la cultura de este sector político. De manera que me apoyaron administrativa y formalmente, pero no política y sustantivamente. Esto me decepcionó.

Por ejemplo, cuando mi caso estaba ante el Tribunal Calificador de Elecciones (TRICEL) recibí el apoyo de Andrés Velasco mediante un integrante de su comando. Me dijeron que Velasco estaba dispuesto a hacer una conferencia de prensa conmigo para presionar al SERVEL a que respetase mi identidad de género, conforme a la ley antidiscriminación que incluye, expresamente, esta categoría.

Pero me pareció desleal, de mi parte, aceptar ese apoyo. Pregunté a personas del comando de Andrés Allamand si él —mi candidato presidencial, en ese entonces—, podía hacer lo que me ofrecía Velasco. Me dijeron que no, que Allamand quería “asegurar el voto duro”. O sea, el respeto a la dignidad personal poco o nada le importó, sino sólo el factor electoral.

Después que bajé mi candidatura —principalmente, porque me parecía inaceptable agachar la cabeza frente al Estado que me estaba diciendo que yo era alguien distinto de quien había elegido ser—, y después de que entró al ruedo Evelyn Matthei, ofrecí mi ayuda para colaborar en el programa de gobierno en materia de diversidad sexual. Sabía —me caracterizo por ser realista y gradualista— que no podía incluir el matrimonio igualitario, pero sí incluí varias otras propuestas que apuntaban al reconocimiento de la dignidad humana de la población LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersex). Por ejemplo: ley de identidad de género para que las personas transexuales puedan cambiar su identidad legal y tener, así, acceso a derechos básicos; educación en materia de diversidad sexual; prevención del bullyng homofóbico; derogación de normas homofóbicas del Código Penal; entre otras.

Mis propuestas, que eran bastante avanzadas para provenir de un sector históricamente conservador, fueron aprobadas por la Comisión de Reformas Políticas y Derechos Humanos; sólo fueron resumidas, como es obvio, dado que debían ser fusionadas con las otras propuestas de la comisión.

Sin embargo, el programa de gobierno de la candidata Matthei, presentado esta semana a la prensa, no incluyó NINGUNA de las propuestas que ayudé a elaborar. Desde arriba fueron totalmente censuradas. Sólo se incluyeron dos frases abstractas y la adhesión al Acuerdo de Vida en Pareja, lo que no constituía ningún avance, ya que esa fue una propuesta de la elección anterior.

En la única oportunidad que hablé con Evelyn Matthei, me dijo que iba a apoyar dichas propuestas no sólo por razones de estrategia electoral —para conquistar el voto del centro liberal—, sino porque formaban parte de sus convicciones personales. Esto me animó a trabajar con fuerza en las propuestas. Pero, a la luz del programa entregado, resulta claro que sus convicciones se fueron al tacho de la basura por la camisa de fuerza que le impuso su partido, la UDI, y los sectores más conservadores de RN.

Toda esta situación que he narrado, así como el espectáculo de los partidos de derecha al rechazar las acciones del Presidente Piñera con ocasión de los 40 años del golpe militar, me han llevado a concluir que la posibilidad de una derecha moderna y liberal, en la que creí, no es más que una “gran ilusión”. Sí, como el título de esa película francesa de 1937 que narra la  caballerosa y humana relación entre oficiales y soldados de distinto bando, algunos prisioneros de guerra.

Poniéndome el parche antes de la herida, sé en que muchos de los comentarios de más abajo me tratarán de ingenua, de estar en el sector equivocado, de haber perdido el tiempo, etc. Acepto y comparto estas críticas. No al punto de decidir pasarme al otro bando. Pero sí al de optar por alejarme totalmente de la política directa. No puedo estar en la izquierda, porque no creo en la ideología de izquierda. No puedo estar en la derecha, porque no cree en la dignidad humana. Esto último me parece definitivo a la luz de lo que he vivido.

Por lo demás, ya estoy un poco acostumbrada a estar en un limbo social. Sin ánimo de exagerar y victimizarme, creo que es muy difícil para alguien que no es transexual imaginarse lo que es vivir, día a día, como una persona indocumentada. Tristemente, quienes dicen creer en la inclusión social lanzan al viento palabras vacías, eslóganes sin contenido real. Puras pomadas.

Me alejo de la política. Seguiré creyendo (mentalmente) en la posibilidad de una derecha liberal, pero no estoy para esperar 10 ó 20 años para que algo así se convierta en realidad. Le diría a quienes siguen dando la pelea que están perdiendo el tiempo. Y que, éticamente, no se puede estar en un sector político que no respeta algo tan básico como el derecho a ser quien se quiere ser. Yo, al menos, no puedo.


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Comentarios

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jose-luis-silva

06 de octubre

A pesar de ser algo conservador estoy impresinado y muy afortunado de haber leido un testimonio tan sincero. La felicito.

Me parece que le está dando una trascendencia exagerada para usted y un juicio desproporcionado a todo un sector político por una situación tan puntual.

Sabemos que en periodo electoral los candidatos sólo dicen lo justo y necesario que les indica la caluladora de votos y nada mas, en consecuancia tambien sabemos que lo que realmente hacen despues de ser elegidos esta lejos de ser calcado al discurso electoral. Especialmente plantear sus puntos en un sector conservador es complicado, pero el que sus propuestas no sean parte del discurso electoral no significa nada.

Se me ocurren ahora dos reflecciones:

a) Su determinación puede tener otras motivaciones mas sustantivas que no conocemos, porque esta no me parece.

b) Sus correliginarios pueden caguinar, con base o sin ella, que ud. pretende aprovechar su condición de género para aventajarse como emblema de «la nueva derecha» en este momento de revisiones valóricas. Si esa es la visión de sus pares a ud. no le perjudica el género, sino que al contrario, saca ventaja de él, y eso les molesta.

Ud. debe continuar con sus propuestas, son muy buen aporte (aunque algunas encuetro bastante discutibles, en fin, yo soy algo anticuado), pero no deje nunca que otros cosechen lo que es de usted porque ellos no lo harán nunca como usted.

Saludos

María Fernanda Vargas Ramírez

13 de octubre

No puedo más que aplaudir tu decisión de consecuencia pura con lo que piensas y vives en el día a día.

Algunas personas, al entrar al mundo de la política, dejan de lado sus ideales y causas personales para poder optar a un cupo parlamentario – ejemplos hay de sobra tanto en la derecha como en la izquierda- pero tu coraje al dar un paso al lado es admirable.

Reitero mis felicitaciones ante esta determinación, que me imagino, debió haber sido muy difícil.

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