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La estrella de Bachelet

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Su retorno ya no estará marcado por una alfombra roja, sino por un camino de ripio y escombros. En este escenario deberá optar, ya sea por el viejo modelo de la mano de los viejos líderes enquistados de la Concertación, o por golpear firme la mesa y alinear sus huestes para construir un nuevo relato social, un modelo dónde todos estemos incluidos.

Es asombroso como cada día algo nuevo se publica sobre la ex presidenta Michelle Bachelet, si no es en una editorial, es en un post. Ya sea desde La Moneda, la derecha o la oposición, pasando por Twitter, Facebook u otro blog. En fin, la lista es larga y diversa, todos sin excepción hablamos de ella, pero lo realmente sorprendente es que la propia Bachelet no dice casi nada de nada y a nadie.

Como ha sido la tónica, desde que emigró a EE.UU. para dirigir la Agencia ONU Mujer, no dijo mucho cuando un medio de comunicación en el extranjero le preguntó sobre el video de la Onemi en el que aparece para el 27/F, ese mismo que circula por toda la red desde hace un tiempo, con audio mejorado y subtítulos añadidos.

Hasta ahora por lo que se sabe, no mantiene diálogo permanente con ninguno de sus cercanos, no se deja interpelar públicamente por ningún tema de contingencia local o sobre sus acciones cuando era presidenta de Chile y nada parece sacudirla de esa posición rockstar privilegiada que le ha otorgado la ciudadanía.

Desde su más irrestricto silencio y lejanía emerge cual ícono del cine dorado, donde los vaivenes político coyunturales de nuestro país no la tocan en lo más mínimo, porque lo que ella inspira es una especie de respeto-adoración, donde se le perdona incluso que no esté presente. Así son las estrellas, distantes y discretas, en este caso con una adhesión ciudadana del 51% -según el último sondeo de la CEP.

Sin embargo, tarde o temprano todo lo que sube tiene que bajar y Bachelet no es la excepción. Llegará el momento en que inevitablemente tendrá que decidir si aterriza o no en Chile y si será o no candidata presidencial. Entonces sabremos si ese apoyo mayoritario que se le atribuye en cada encuesta de opinión, si ese capital político acumulado y permanente que atesora desde su Olimpo silencioso se convierte en un destello enceguecedor o se diluye cual recuerdo de una estrella fugaz.

Tendrá que responder no sólo a una derecha que la alude y ataca a cada instante y la culpa, aún sin conseguirlo, de todas las desgracias del errático gobierno de Sebastián Piñera; tendrá por sobre todo que responder a un país que ya no está para ambigüedades e indefiniciones; que está sediento de sangre y arena, de poder al fin, por venganza, convicción o empoderamiento, decidir con el pulgar si le endosa nuevamente su confianza o si le clava un certero puñal.

Si bien su figura se ha mantenido incólume al rechazo que generan los partidos políticos de su coalición, está claro que se debe a la Concertación, a ese grupo de fans cada vez más heterogéneo y disperso, que ante la falta de la diva en cuestión ha encauzado sus ambiciones y aspiraciones, por si acaso, en otros liderazgos, estrellitas menos luminosas, pero estrellas al fin.

¿Será partidaria de realizar primarias entre ella y otro candidato DC? ¿O estará abierta a competir con los otros aspirantes de la Concertación que hoy exigen brillar con luces propias? ¿O preferirá una aclamación unánime y multipartidaria?

¿Con cuál alma llegará desde EE.UU., esa que representa Osvaldo Andrade o la que identifica a Andrés Velasco? O para esperanza de muchos -me incluyo- ¿con ninguna de las dos? ¿Podrá blindarse del descontento que existe con la clase política, con esos líderes PR, DC, PS y PPD que siguen convencidos de que no es necesario hacer una autocrítica por que todo lo que no se pudo hacer en 20 años fue culpa de la Derecha?

Hagamos un poco de memoria: durante el mandato de Bachelet, y desde el gobierno de Patricio Aylwin, la sociedad se contentaba con aspiraciones modestas, con una democracia limitada, donde de cuando en vez uno que otro sector hacía un amago de puchero que rápidamente era acallado por la derecha, el centro y la propia izquierda. Nos tenían convencidos que las demandas sociales pudiendo ser muy legítimas y entendibles eran casi siempre imposibles, porque lo primero era la estabilidad país -en esos años, recuerdo, se hablaba de riesgo país cuando nos referíamos a la situación económica y de frágil transición cuando hablábamos de nuestra situación político-social.

Como comparsa, desde la dictadura que nos venían machacando la cabeza con que ser apolítico era una virtud, algo así como ser una virgen inmaculada libre de pecado y merecedora del cielo eterno y que, por el contrario, la política y los partidos políticos eran un referente maligno, nicho de comunistas come-guaguas y doctrinas perversas. Algo de eso nos tiene que haber quedado en el subconsciente para dejar que hicieran tanta estupidez, para aguantar tanto y no ver lo que ahora vemos con tanta claridad.

Actualmente la realidad es otra, el descontento y la frustración han aumentado a niveles insospechados: Magallanes, Aysén, Calama, estudiantes, educación, represas, Freirina, etc., son parte de las etiquetas de un relato que nos ha terminado por cabrear. Un relato en el cual la democracia era ejercida por el monopolio de la elite política, que se arrogaba para sí e inequívocamente la representatividad del pueblo y donde cualquier atisbo de querer cambiar el sistema era considerado un germen marxista que podía desplomar lo que tanto nos había costado recobrar.

Transcurridos 22 años de aguantar una política ejercida a lo Sodoma y Gomorra nos encontramos planteando de frentón la posibilidad de una educación pública-gratuita. Lo impensado, lo utópico y lo radical parece hoy cuestión simplemente de sentido común.

¿Podíamos en 2006 esbozar si quiera esta posibilidad? Por entonces y ante el horror de los partidos políticos, tras un arduo debate en la “mesa técnica” constituida por el Ejecutivo y la elite intelectual, se sustituyó la LOCE por la LGE. Fue un triunfo a medias, tras la revolución pingüina, truncado por el Congreso que posteriormente desmembró y destrozó este y otros proyectos que surgieron post protesta estudiantil.

Empero, esa revolución fue tan sólo el comienzo de lo que presenciaríamos más tarde: de ahí surgieron los llamados voceros, esos dirigentes estudiantiles con los cuales el gobierno de Bachelet debió negociar, pero que no encajaban en ninguna estructura clásica de poder. No se trataba de presidentes de los centros de alumnos de los liceos, ni tampoco de los presidentes de las federaciones universitarias. Eran simplemente líderes innatos que en su mayoría no habían sido elegidos en ninguna elección popular, pero contaban con el respaldo mayoritario del movimiento estudiantil, de sus planteles y por cierto de las bases.

Estábamos frente a la génesis de un nuevo orden social que tendría como corolario en 2012 al carismático Iván Fuentes: un pescador artesanal, simpatizante de la Concertación, dirigente indiscutido del movimiento social de su región y que tras lograr un acuerdo con el gobierno de Sebastián Piñera, para mejorar la calidad de vida de los aiseninos, declaró que no tenía aspiraciones políticas y que su único objetivo culminada la negociación era jugarse una pichanga con sus hijos.

Es así, como llegamos a constatar empíricamente que los monopolios de los partidos políticos han perdido el control del poder que ostentaron por décadas, al mismo tiempo que los monopolios mediáticos han perdido el control del mensaje. Basta echar un vistazo a las redes sociales para comprobar que a cada segundo un diputado, senador o cualquier otra autoridad es desmentida, interpelada o puesta en entre dicho por personas comunes y corrientes; o que ya no nos informamos por las noticias porque las vemos con el único afán de informar a otros lo que estas omiten.

En síntesis, lo que ayer parecían imposibles hoy no lo son tanto y asistimos como testigos y actores principales a la muerte irreversible de un modelo que fracasó, que por largos años nos aplastó con sus groseras deficiencias e injusticias y que terminó por minar su credibilidad y omnipotencia. ¡Hemos despertado de golpe y porrazo!

Así he llegado al convencimiento que las personas, conscientes del poder que se han ganado a pulso, ya no están dispuestas a darle un cheque a fecha o a hipotecar su voto por ver a Michelle Bachelet otra vez sentada en el sillón presidencial. Me atrevo a pensar que los que le creen lo hacen en el entendido que puede gobernar con más independencia y sintonía que en su primer mandato. Si fue capaz, contra viento y marea, de plantear una mesa de trabajo transversal para resolver un problema país ante el asombro y horror de toda la casta política, me atrevo a aventurar que podría darnos una sorpresa mayúscula cuando presente su proyecto país de cara a las próximas elecciones y esto si es que realmente a escogido gobernar en el escenario actual.

Michelle Bachelet tendrá, inevitablemente, que confrontar este derrotero, esta nueva realidad. Su retorno ya no estará marcado por una alfombra roja, sino por un camino de ripio y escombros. En este escenario deberá optar, ya sea por el viejo modelo de la mano de los viejos líderes enquistados de la Concertación, o por golpear firme la mesa y alinear sus huestes para construir un nuevo relato social, un modelo dónde todos estemos incluidos.

Quizá y más osado aún, podría jugársela por construir su propio referente político, cual Marco Enríquez-Ominami, pero con un caudal de adeptos superior en número y en fidelidad; con un discurso distinto que sume nuevos actores, que viabilice nuevas formas de gobernar, ¡pero en serio! Estas son las estrellas que nos hacen falta, esas que son capaces de iluminar por sobre cualquier tenebrosa obscuridad.

———

Fotografía: UN Women Gallery / Licencia CC

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Comentarios

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01 de junio

Me pregunto si 4 años de gobierno, que en la práctica son 3, con un sistema electoral binominal, instituciones políticas con desligitimación galopante, y partidos sin brújula y mapa conocidos, y un cúmulo de expectativas de cambio creciente, no se le estará endilgando demasiada responsabilidad a la ex presidenta.
Nunca he creído en los mesianismos, y el 2014 no será la excepción.

05 de junio

Muchas gracias por comentar y la verdad es que yo tampoco creo en los seres salvadores, pero al menos tiendo a pensar que en este nuevo contexto será bastante más dificil que nos vengan a vender la pomá como se dice en buen chileno. Creo que la ciudadanía está experimentando un empoderamiento político-social que no se veía desde los años previos a la dictadura, por lo mismo el o los candidatos van a tener un trabajo mayúsculo a la hora de presentar su proyecto país.

bernarda dávila carvacho

03 de junio

Estoy plenamente segura que si mantiene la adhesión que le dan las encuestas, ella tiene la oportunidad única de replantearse la forma de gobierno de cara a su pueblo. En cuanto a que ha mantenido silencio, yo desde mi punto de vista jamás votaría por alguien que responde a este circo que armó la derecha, porque me parecería que su interés no son los problemas del país, sino que ganar el poder a toda costa.

03 de junio

quería comentar algo… pero cuando he visto que se pone a Marco Enriquez-Ominami como «referente politico» he perdido las ganas. Porque ¿el, Marco, referente politico? Vamos, por favor!

05 de junio

Agradezco tu comentario y sobre Marco Enríquez-Ominami, la verdad es que no lo mencioné para visibilizarlo como referente político, eso el tiempo lo dirá; pero sin duda me parece interesante su figura desde el momento que planteó una candidatura independiente, fuera de la Concertación. Lo que pareció en una locura política, al final no lo fue tanto. Su votación fue considerable si pensamos que La Concertación tenía todo el respaldo de la elite de la centro- izquierda. Por ese motivo lo puse como ejemplo, ¿si él pudo porqué Bachelet no?. Ese es mi punto.

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