Durante las celebraciones del 19 de septiembre de 2006, el comandante en jefe del ejercito Oscar Izurieta señalaba que: «La transición terminó, pero para nosotros quedan algunas cositas pendientes como unos casos con procesamientos y condenas pendientes que, cuando se vayan solucionando, vamos a poder ir terminando la transición, ahí nosotros vamos a dar por terminada la transición».
Es así como hasta el día de hoy, en donde se cumplen 40 años del golpe militar, vemos a través de la colectividad televisiva y periodística, un repaso masivo a nuestra historia reciente, que demuestra y a la vez confirma la notoriedad en las faltas-abusos cometidos durante la época, y que hay muchas heridas abiertas que aun no han cicatrizado; es en el caso de Argentina que actualmente se inicia el juicio con los gestores de la Operación Cóndor en aquel país, y es donde queda la pregunta reiterada por varios, ¿Donde está la justicia en Chile?.
Los análisis que se realizan de la llamada «transición a la democracia» no son notorios en la inducción social ante el contenido; nuestra despolitización como sociedad nos lleva a ser personas agnósticas en la toma de decisiones, la llamada «política para unos pocos o la política para los elegidos» junto al cartel de «se mira pero no se toca» o como uno de los participes de la transición institucional dice, «Hay la creencia en la ciudadanía de que las cosas no funcionan, de que se imprime energía pero no se avanza» (Eugenio Tironi). Quizás ese sea el sentido social de la transición actual; que la población derroche mucha energía productiva en aras del crecimiento binomio cultura-mercado, demuestre responsabilidad social y sobre todo, entregue todo sin pedir nada a cambio; estas son algunas de las creencias colectivas formadas durante la dictadura-transición. Por lo general se ha sostenido con frecuencia y con majadería política el denominado «ciudadano debido hacia la democracia».
Cuando hablamos de dicotomía en la transición, nos referimos a los polos opuestos de como es percibida; en un primer sentido de un recibimiento carente en su conducción, develando así, la mirada mítica a un sistema político, sustentado en un estado de derecho artificioso cuyo sostén histórico fue Diego portales, según Jocelyn Holt, Portales no fue más que el instaurador de una institucionalidad construida para favorecer sus intereses personales, y algunas personas lo han puesto en la palestra como un especie de «Nostradamus», vaticinador de el hecho futuro que nos tendría envuelto Estado Unidos como potencia dominante.»Es imprudente hablar del término de algo, cuando nunca ha comenzado del todo o cuando su proyectividad declarada no se ha realizado». En un segundo sentido la validez que le hemos dado a las instituciones y modelo, a través del supuesto derecho cívico del voto.
Nuestro proceso de transición aun no termina, puesto que no se han llevado a cabo los cambios necesarios, para tener una transformación distinta diferente del régimen, y que sin duda alguna estos cambios llegaran, cuando el encanto de la política vuelva nuevamente a los ciudadanos actuales o futuros que heredaron una mentalización de quehaceres despolitizantes y necesarios para la sobre-vivencia en lo denominado "comun"
Podemos deducir que nuestro proceso de transición aun no termina, puesto que no se han llevado a cabo los cambios necesarios, para tener una transformación distinta diferente del régimen, y que sin duda alguna estos cambios llegarán, cuando el encanto de la política vuelva nuevamente a los ciudadanos actuales o futuros que heredaron una mentalización de quehaceres despolitizantes y necesarios para la sobre-vivencia en lo denominado «común».
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carielg
Interesante columna, aunque creo que la transición democrática finaliza con una asamblea constituyente. Lo que no significa que la Verdad, Justicia y reparación queden pendientes, es sólo que son cosas distintas.