“Catalepsia: Accidente nervioso repentino, de índole histérica, que suspende las sensaciones e inmoviliza el cuerpo en cualquier postura en que se le coloque”
(RAE)
La pregunta que estimula este apunte se refiere, específicamente, a la idea de relato que, en política activa, es el dispositivo que puede sostener -o no- a un sector político. En esta línea, el gran movimiento social por la educación ha revelado por defecto (indeseado para la Concertación) no solamente la incapacidad de un gobierno de derecha para hacer frente al embate legítimo, organizado y resuelto de una ciudadanía consciente sino también, y con la misma fuerza, el de una coalición que, desde que se alejó del poder central, ha sido incapaz de edificar un nuevo relato político. La Concertación, desde que se instaló del otro lado del espejo del poder, no ha refundado más que una errancia ciega en el centro de la arena política. Una y otra vez. Sin relato.
Muchos dirán que esta errancia es anterior a su actual rol de “oposición”; que en el despliegue paranoico propiciado por la inminente pérdida del poder se dedicaron a exorcizar sus propios demonios antes de que Piñera les diera el tiro de gracia; que esto ya se veía venir por la incapacidad que demostraron –fruto de sus permanentes navajazos internos- de parar un liderazgo pos Bachelet, etcétera. Lo que parece ser cierto es que la cristalización de esta inercia se ha dado durante este gobierno, con este presidente y en este contexto social. Lejos quedó el relato de una coalición estratégica, ponderada y medianamente heroica. Más lejos aún ese arcoíris mesiánico expresión de una nueva primavera cargada de flora y fauna democrática para Chile. ¿Qué fue de la Concertación?
El escenario por el que atraviesan Piñera y su equipo no podría, no puede en rigor, ser más solicito, romántico y fértil para la generación de un discurso e imaginario que, al final del día, le permitiría pavimentar la ruta para una potencial “recuperación del poder”. No obstante, hemos visto como la tartamudez ideológica del sector se ha tenido nada más que acoplar a la prédica de los estudiantes, cuya legitimidad y coherencia está en la galaxia más lejana de lo que la Concertación, hoy, representa. Sin capacidad de lectura social, la Coalición se encuentra en un estado de catalepsia que no hace más que revelar su profunda ataxia política y sus contradicciones intestinas (desfase entre Walker y su partido por ejemplo). De nada servirán, en este camino, las invocaciones sobrenaturales a figuras como Bachelet, Lagos o quien quiera que se estime “Pánzer”, ya que la pelota está en la calle.
La razón de todo esto, a mi juicio, descansa en el inconsciente de las huestes concertacionistas. Esto es arriesgado, pero intuyo que en la cavidad subliminal de la Concertación radica una culpa y un trauma. Éste, tiene que ver con las altas dosis de responsabilidad que le toca en el desprestigio de la política y la democracia. Esto los inmoviliza, los auto-deslegitima y los transforma en una tropa de auto-flagelantes mudos que, dada la coyuntura honesta, limpia y generosa de la movilización de los estudiantes, no pueden más que sentir vergüenza e ilegitimidad al interior de un proceso de transformación que no les pertenece, no les toca, ni menos representan.
Mientras las culpas no emerjan públicamente y pretendan seguir limpiando su vergüenza con el manto del movimiento por la educación, HidroAysén o lo que sea, la Concertación está lisiada. Condenada a la periferia y catalepsia política, sin relato, sin pasión y sin proyecto.
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Foto: Dr. Hoffman
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