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La Araucanía herida y el racismo genocida del capital

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La Araucanía sangra copiosamente a través de sus heridas. Sin embargo, para el gobierno y para una parte importante de la sociedad chilena, hay víctimas y ciudadanos de primera y de segunda categoría. Se solidariza con fuerza cuando las víctimas de la violencia son blancas, propietarias de tierras y poderosas desde la perspectiva de su estatus social. Al contrario, si las víctimas son de origen mapuche, pobres y/o con un estatus social menor, el desdén se hace tan evidente, que sus perpetradores pueden verse rodeados de total impunidad, como es el caso de los carabineros autores de los asesinatos de Alex Lemún, Matías Catrileo y Jaime Mendoza Collío.

A muchos nos impacta la idea de que un ser humano decida poner fin a la vida de otro. Para ello se requiere que alguien se atribuya la autoridad de exterminar, de devastar el precario equilibrio de la vida y que piense que esa potestad es legítima o justa. Entre pensar y dar muerte a alguien, sólo dista un corazón forzado a detenerse. Y no es una pausa lo que provoca, sino que el cese inexorable y para siempre del rítmico latido del universo materializado en cada pulsación cardiaca. Muchos nos vemos conmocionados cuando presumimos o tenemos una intuitiva certeza de que los asesinatos se imbrican con objetivos políticos y económicos. Es decir, matar para conseguir poder. Supuestos de esa índole pueden dirigir nuestras elucubraciones hacia horrorosos senderos sembrados de dolor y de muerte.

Los últimos acontecimientos de extrema violencia acaecidos en la Región de La Araucanía y la reacción del gobierno chileno representado por el Presidente de la República de Chile, Sebastián Piñera Echeñique, vuelven descarnadamente visibles las ruinas provocadas por el paso del poder, los estigios de la arremetida implacable de los agentes de dominación. En el marco del mal denominado “conflicto mapuche”, un profundo dolor emerge al recordar que el matrimonio Luchsinger – MacKay fue alevosamente asesinado en enero de2013, así como también cuando reconocemos que miles de mapuche han sido asesinados en estos casi ciento treinta años de usurpación y dominación que el Estado chileno ha establecido en el territorio mapuche, también llamado Walmapu, desde tiempos inmemoriales.

¿Por qué la majadera denominación de “conflicto mapuche”? Basta una mirada rápida para observar que con tal etiqueta se pretende atribuir al pueblo mapuche la autoría de esta crisis en el sur de Chile. Se ha omitido que son principalmente ellos el sector social subyugado, invisibilizando a los opresores representados por el Estado chileno, sus gobiernos y los intereses de las élites económicas que tienen sus negocios en el ancestral territorio mapuche. Esta invisibilización ha llegado a tal extremo que se ha llegado a ocultar del curriculum escolar el carácter criminal de la llamada “pacificación de La Araucanía”, que se caracterizó por el despojo territorial y por el genocidio perpetrado contra el pueblo mapuche por parte del Estado y los gobiernos chilenos. Estos últimos han intentado ocultar deliberadamente –mediante diversas formas- los motivos históricos y actuales de esta crisis, criminalizando las legítimas reivindicaciones territoriales de los pueblos originarios e intentando, en la actualidad, otorgar a ellos la categoría de “enemigos”. Y al gobierno chileno, especialmente al Ministro del Interior, Andrés Chadwick, es bueno aclararle esto: el pueblo mapuche no es nuestro enemigo; es un pueblo hermano.

El vergonzoso doble estándar del actual gobierno chileno no es casual. Apoya el bloqueo de carreteras realizado por un grupo de camioneros y agricultores, pero demoniza y reprime brutalmente la protesta social, tal como ocurrió con el movimiento de Aysén, con la movilización estudiantil y en las protestas reivindicativas mapuche. Todo ello nos lleva a pensar que la aplicación de la Ley Antiterrorista y las arengas “bélicas” de los señores Chadwick y Golborne, promoviendo la intensificación del proceso de militarización del Walmapu y la represión policial de las comunidades, correlacionan con el riesgo que los grandes empresarios observan en sus negocios, todos de carácter extractivo en los sectores pesquero, forestal, minero y energético.

La Araucanía sangra copiosamente a través de sus heridas. Sin embargo, para el gobierno y para una parte importante de la sociedad chilena, hay víctimas y ciudadanos de primera y de segunda categoría. Se solidariza con fuerza cuando las víctimas de la violencia son blancas, propietarias de tierras y poderosas desde la perspectiva de su estatus social. Al contrario, si las víctimas son de origen mapuche, pobres y/o con un estatus social menor, el desdén se hace tan evidente, que sus perpetradores pueden verse rodeados de total impunidad, como es el caso de los carabineros autores de los asesinatos de Alex Lemún, Matías Catrileo y Jaime Mendoza Collío. Esto no es trivial; es expresión directa del racismo y del clasismo, en tanto características culturales y formas arraigadas de dominación de la clase política y de gran parte de la sociedad chilena.

Aquí hay que asumir que la forma en que el actual gobierno y la sociedad chilena han abordado la relación con el pueblo mapuche y con sus demandas de recuperación y autonomía territorial, ha estado totalmente equivocada. Como resultado de esa deliberada ineptitud debemos lamentar el dolor por todas las víctimas de la violencia y observar con impotencia la militarización y la sistemática represión policial ejercida contra las comunidades mapuche. Todo Chile debiese rechazar explícitamente la prisión política de los dirigentes mapuche, los montajes policiales y la utilización de testigos sin rostro contra ellos, así como la aplicación de la ley antiterrorista. Debiésemos sorber del amargo brebaje de la vergüenza de no saber o de no querer saber. Porque no se trata aquí de la ignorancia del incauto; es la ignorancia consentida que se expresa en la negación sistemática de las causas históricas de la crisis política en el Walmapu.

En Chile decimos “hacerse el huevón”, que no es otra cosa que el acto de descarada hipocresía que simula nuestra bajeza moral de no querer saber, sabiéndolo todo. Porque de tanto hacernos los que no sabemos, vendrán otros Luchsinger, otras Mackay y otros Catrileo, Mendoza y Lemún, ultimados por el desplazamiento furtivo de los agentes de dominación. Ya nadie puede hacer la vista gorda, ni verse tentado a simular un tierno desconocimiento acerca del apoyo político, económico, mediático y militar que el gobierno y la clase política ha prestado a los intereses que los grandes empresarios tienen en el territorio mapuche, continuando con ello el despojo, la dominación, la represión y la muerte. Y eso los saben muy bien Chadwick, Golborne, Mayol y Matthei, que hacen las veces de comisarios políticos de las manos mancilladas del capital.

—-

Imagen: dibujo a grafito del pintor y artista visual mapuche Eduardo Rapimán

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11 de enero

Me parece que deberíamos hablar directa y simplemente del racismo genocida del Estado. No del capital, porque al hablar del capital se asume sólo una concepción parcial del Estado, obviando la esencia coactiva de todo Estado, se llame capitalista, socialista, obrero, burgués. Porque el Estado, sean quien sean sus detentadores de turno, siempre puede llegar a actuar de manera prepotente, indolente con la vida, buscando por medio de la coacción homogeneizar, de imponer la voluntad general de la nación.

El Estado chileno ha tenido una lógica racista y clasista desde su génesis, que debe mucho a la noción rousseauniana de la voluntad general y la nación como algo incuestionable.

Saludos y paz

oscar-gabriel-vivallo-urra

13 de enero

Por supuesto que está el Estado, pero mi posición es que éste está supeditado al capital. Un ejemplo de ello -para debatir- es la influencia de la ENADE 2011 en las posiciones del gobierno de Piñera, con relación a las demandas estudiantiles. O ver cómo está diseñada la estructura tributaria chilena y su correlato normativo. Lo que es cierto es que me cargo más hacia las teorías del conflicto y un poco menos a las funcionalistas. Es cosa de preferencias. Saludos y más paz.

servallas

12 de enero

Oscar, este tipo de discurso es inconexo, confuso, y claramente político, mezcla todo tipo de ingredientes para pasar un mensaje, pareciera que te interesan los mapuches, parece que te interesa la justicia, parece que te interesan los ancianos asesinados, pero al final, sólo se ve el conocido mensaje de un sector politico. Creo que hay que ser más sincero y decir «me carga la derecha», o ¡viva la izquierda!, sería más honesto. A los mapuches les podríamos ayudar mucho si no mezclamos sus problemas con nuestras convicciones políticas, todas esas convicciones estan ya fracasadas.

oscar-gabriel-vivallo-urra

13 de enero

Bueno, lamento que te parezca inconexo y confuso el texto. Primero pensé que se debía a la redacción. Luego, me di cuenta que es un asunto de premisas. Yo no tengo ningún problema en que el texto contenga también una intención definitivamente política. Y en esa intención obviamente me interesan los mapuche, también la justicia y también el asesinato del matrimonio que muchos repudiamos y recordamos con dolor. Yo creo que la confusión que ves se debe a que probablemente te enredas en una simplificación o en un reduccionismo… el pretender que -simultáneamente- legitimar las reivindicaciones mapuche, promover la justicia y repudiar los asesinatos y las muertes, es una posición exclusivamente de izquierda y que no se pueden vincular las tres de manera directa. Te aclaro, eso sí, que mis posiciones sí son de izquierda, pero que no tengo ningún problema en trasparentar -en el análisis de los problemas que reviso- mis posiciones políticas. El problema ocurre cuando se pretende tener una supuesta «neutralidad», sin darse cuenta de que cualquier posición (sea científica o personal) es finalmente una posición política. Lo de convicciones fracasadas no lo comentaré, porque esa expresión se cae sola y creo que con más vueltas solo la podrás reformular. Finalmente, a los mapuche no necesitan «ayuda» especialmente, sino que se restablezcan su autonomía y autodeterminación territorial, que fueron criminal y militarmente revocadas hace 130 años por nosotros los «ayudadores».

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